¿una taza más?

Susurros confusos

Mientras intento descifrar la oscuridad que envuelve la habitación, la memoria se me presenta como un rompecabezas incompleto. Las sombras danzan con la luz titilante de la chimenea, y mi conciencia, aún enredada en los pliegues del sueño, lucha por tomar las riendas de la realidad.

Rozo con mis yemas el lado izquierdo de mi frente y las aparto de inmediato.

¡Ay!

El paño frío sobre mi frente se convierte en un anclaje que me ata al presente. Un suspiro se escapa de mis rosados labios, dejando entrever la incertidumbre que se arremolina en mi mente. La seda acaricia mi piel, desconocida y confortable al mismo tiempo ¿Quién se ha tomado la molestia de cambiarme?

Mi cuerpo, reacio a obedecer, se queja ante el intento de incorporarse. El mareo, como una ola sutil, me invita a ser paciente. Aguardo unos instantes antes de deslizar mis piernas fuera de la cama, dejando que mis pies encuentren el frío suelo de la habitación. El contacto con el suelo es un recordatorio tangible de mi existencia, de la línea borrosa entre el sueño y la vigilia.

La curiosidad me impulsa a explorar. ¿Qué ha sucedido en mi ausencia? ¿Cuánto tiempo he estado sumida en las sombras del inconsciente? El desconcierto se apodera de mí, mas sé que encontraré respuestas, aunque estas estén escondidas entre las sombras.

Cauta, me deslizo por la estancia, guiada por la débil luz que emana de la chimenea. La tentación de asomarme al balcón se desvanece ante el mareo persistente. Decido esperar, permitiendo que mi cuerpo y mente se sincronicen en esta danza de recuperación.

A medida que mi conciencia se despeja, las preguntas se acumulan ¿Quién ha velado por mí en este lapso de oscuridad? ¿Es posible que mi experiencia tan solo sea un sueño profundo ocasionado por el golpe?

La respuesta, momentáneamente inalcanzable, aguijonea mi mente con cada intento de recordar.

La puerta se despliega con un tenue quejido, resonando en mis oídos como una inoportuna melodía. El sonido, aunque sutil, se convierte en una cacofonía intrusiva que perturba el silencio de la estancia. Y el dolor se acentúa.

En el umbral, como una elegante figura, percibo al señorito Rider. Su mirada, en un primer instante de sorpresa, se transforma en un ceño fruncido al descubrirme de pie.

-Señorita Catherine ¿Qué hace fuera de la cama? Debería estar descansando.- Su voz esta cargada de un regaño apenas contenido pero suave.

-Estoy…-  Confundida.-... Estoy bien.

-Se ha dado un fuerte golpe. 

Nathaniel, con sumo cuidado, avanza hacia mí llevando consigo una bandeja. En su interior reposa un reconfortante cuenco de caldo humeante que despierta los sentidos con su aroma. La amalgama de olores se entrelaza en el aire, tentándome a la promesa de fuerzas renovadas.

-¿Mis tíos lo saben?- Pregunto temiendo la respuesta.

-No ¿Quiere que se lo diga?

-No.

-Debería regresar a la cama.- Agrega, colocando la bandeja sobre una cómoda cercana.

Obedezco y vuelvo a sumergirme entre el calor de las sábanas.

-No recuerdo mucho. Todo se vuelve oscuro después de cierto punto.- Susurro.- La confusión que me genera si lo que sentí fue un sueño o no, no permite que pueda mantenerme tranquila.

-Cuando le encontré, parecía asustada, como si estuviese huyendo de algo.- Un velo de desconcierto se refleja en mi rostro.- ¿Qué es lo que recuerda?

Un escalofrío recorre mi cuerpo, consiguiendo erizar al completo mi piel.

-No estoy segura…- Mi voz titubea.- Había algo, una figura oscura me acechaba. Algo… Infausto. 

El señorito Rider inclina ligeramente la cabeza, sus ojos verdes reflejan una mezcla de curiosidad y preocupación.

-En ocasiones, los sueños y la realidad pueden entrelazarse de maneras misteriosas. No obstante, permítame serle sincero, no creo que pueda tratarse de un sueño, señorita Catherine.- Vuelve a coger el tazón de la cómoda y lo deja reposar sobre mis manos, está caliente.- El hotel guarda oscuridad, usted misma está cansada de escucharlo.

-Y debo confesar que es lo que me preocupa.- Admito.

Me permito sumergirme en mis propios pensamientos mientras observo la danza de las llamas de la chimenea. La suave luz crea sombras fascinantes en la habitación, y mi mente divaga por los recovecos de las visiones que me asaltaron la noche anterior.

-Señorita Catherine.- Interrumpe.-Si me lo permite, debería disfrutar de la cena antes de que llegue a enfriarse.

Una sonrisa juega en mis labios mientras asiento. Tomo la cuchara plateada con elegancia, apreciando la sensación firme y fresca del utensilio en mis manos. La sumerjo con sumo cuidado en el líquido caliente, asegurándome de recoger un poco de cada ingrediente en el camino. El aroma de hierbas y especias se intensifica mientras se acerca a mis labios.

El calor se desplaza por mi cuerpo, reconfortando de inmediato y permitiendo un pequeño espacio de tiempo de seguridad en medio de la incertidumbre.

-Señorito Rider ¿Fue usted quien me cambió y me puso en la cama?-  Mi voz, aunque firme, lleva consigo un matiz de vulnerabilidad. La pregunta se cierne entre nosotros como un delicado equilibrio, esperando ser resuelta.




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