El desayuno aguarda pacientemente en la mesa; el té humeante concibe en mi decisión de dejarlo reposar. Mis dedos rozan el esponjoso bizcocho de zanahoria y me lo llevo a la boca, degustandome con su sabor y adornando el plato con sus migas anaranjadas.
Un silencio apacible envuelve la estancia. Siento como si el mundo exterior se desvaneciera, permitiendo sumergirme en la paz que solo un momento tranquilo puedo proporcionar. El único sonido que puede apreciarse es el suave murmullo de mis pensamientos y el tintineo sutil de la cuchara contra la taza. Es un respiro necesario, no solo para poder saborear de mejor manera el desayuno, sino también la serenidad que se esconde tras la quietud del momento.
La servidumbre se encarga de retirar la vajilla. Los manteles cuidadosamente sacudidos caen como cortinas mientras los platos apilados y los cubiertos ordenados se convierten en un susurro, casi efímero.
El comedor está casi vacío.
Observo como Conall se acerca hacia mí, con paso elegante y pausado. Su voz desgastada por los años rompe la calma:
-Siento interrumpir, señorita Hertford.- Se detiene a escasos centímetros de la mesa.- Vuestro tío os espera en el vestíbulo en unos minutos.
-¿Le ha comentado el por qué?
-No, señorita Hertford. Pero debe ir.
Cierro los ojos por un instante que parece convertirse en una eternidad, tratando de disimular la inquietud que ha aflorado en mi interior. Levanto la mirada hacia el delicioso desayuno que se extiende frente a mí, mas, la turbación ha hecho mella en mi apetito.
-Gracias. Iré con él.- A pesar de los sentimientos que me engloban, mis palabras suenan firmes.
-Me encargaré de recoger esto.- Apenas lo he escuchado, pues mis pensamientos gritan con fuerza.
Me levanto y con paso decidido me encamino hacia el vestíbulo ¿Por qué querrá verme? No tengo ganas de una nueva discusión. La posibilidad de que esté relacionado con la ouija que realicé las noches anteriores se instala como un nudo en mi estómago ¿Cómo puedo explicarle lo que ví? No debería haber hecho nada de eso.
Lleno mis pulmones de aire e intento encontrar diferentes excusas tras haberme permitido correr ese innecesario riego, pero ¿Las escuchará o simplemente se limitará a discutir conmigo? Como siempre hace. La visión nuevamente de observar a los entes deambular melancólicos a mi alrededor, me perturba y más aún si tengo que justificarme por mi ingenua acción.
El señor Hertford aguarda mi llegada frente a la chimenea de mármol. Su mirada, fija en el reloj de oro que sostiene en su mano, parece contar cada segundo de forma metódica.
El crujir de la madera delata mi llegada, instantáneamente sus ojos se clavan en mí y un ligero temblor amenaza con hacerse notar sobre mi cuerpo.
-Tio Heinz.- Saludo, esperando que sus palabras vuelvan a ser las mismas de siempre.
-¿Podrías acompañarme a Londres?
Su proposición me toma por sorpresa y por un breve instante, mi mente se tambalea en busca de la respuesta adecuada. Sus ojos esperan mi reacción pacientemente.
Asiento lentamente, aguardando en un leve silencio las palabras que podrían emanar de los labios del tío Heinz.
-Bien, entonces nos iremos cuanto antes.
Se aproxima hacia el perchero, donde cuelgan abrigos que parecen llevar consigo el peso de incontables inviernos. Sus manos, hábiles a pesar de los años, se deslizan en el interior de un abrigo oscuro.
Sigo su ejemplo.
La ausencia de una discusión desconcierta mis expectativas y una sombra de alivio parece insinuarse entre las grietas de la preocupación.
Caminamos juntos hasta el exterior, donde el frío nos recibe con su mordaz aliento. La brisa agita los árboles desnudos, como si fueran expectantes de los secretos del hotel. Conall nos sigue por detrás y se dirige al Jaguar, sus recuerdos avivan la rojez de mi rostro. Nos abre la puerta con elegancia y ambos tomamos asientos en la parte de atrás del acogedor vehículo.
La esencia del cuero antiguo y la madera pulida nos acoge al entrar. El tío Heinz, se ajusta el abrigo y saca una pipa de su bolsillo, la enciende. Mantiene sus ojos fijos en la ventanilla y se lo lleva a la boca, arrojando espirales de aroma a tabaco mientras sus pensamientos parecen consumirlo como la llama de una vela.
-Catherine.- Dirijo mis ojos hacia él.- Comprendo porqué has decidido ausentarse estos últimos días.
El miedo crece en mí conforme sus palabras se cuelan en mi interior. Mantengo mis labios pegados.
-Tu encuentro con el señorito Adolpshon ha sido más…- Parece como si buscase las palabras adecuadas.- … íntimo de lo que estaría dispuesto a aceptar.
¡Oh!
El recuerdo de aquel beso se cierne sobre mí como una sombra persistente, y la turbación se instala en lo más profundo de mis pensamientos. La decisión de haber podido retirarme golpea con fuerza en mi conciencia ¡Estábamos en medio del vestíbulo! Rodeados de miradas indiscretas ¿Qué podría haber hecho en ese momento? Sus labios, tan gélidos como la realidad misma, dejaron una impresión imborrable en mi mente.
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Editado: 15.11.2024