¿una taza más?

Sonrisa en la penumbra

Avanzo por el recibidor con una lentitud casi ceremoniosa. Las candelas, coronadas por llamas ardientes, proyectan sombras danzantes en las paredes e iluminan a los presentes con su cálida luz, reflejando así, los múltiples rostros de los entes que, ajenos a su realidad, deambulan como cada noche por los pasillos del viejo hotel.

Me detengo frente al mostrador, desbordado de papeles como siempre, aunque perfectamente colocado unos encima de otros, y un pequeño timbre plateado en el que ahora reinan las telarañas. Las llaves de cada habitación descansan en sus nichos, custodiadas por diminutas arañitas,cada una adornada con un leve toque de polvo, como si el hotel hubiese decidido no avanzar más.

El tiempo aquí, acontece de una manera diferente.

Apoyo mi peso sobre la madera, en una posición de paciente espera, y permito que en cada bocanada de aire me inunde la magia que impregna la mansión, como siempre. Una calidez me embarga por completo, a pesar de encontrar temor en cada esquina.

Mi mente, sin embargo, no logra despegarse de la preocupación por el estado de mi tío, quien parece haber recuperado un poco de su color a lo largo del día. El médico ha atribuido su estado a efectos secundarios de los medicamentos y al atroz frío invernal, mas encuentro algo en sus palabras, algo que demuestra que realmente no comprende lo que le ocurre al tío Heinz y eso es lo que más me preocupa. Esa falta de certeza es lo que más me inquieta, porque no saber como ayudarlo me hace sentir impotente. Sé con certeza, que la presencia de mi madre le ayuda de una manera considerable, pues después de tantos años, la familia está al completo y los recuerdos de una infancia compartida revolotean en el aire, entre risas y anécdotas.

El señor Redells ocupa su puesto de mayordomo, colocándose firmemente tras el mostrador. En una postura erguida y con una leve sonrisa que acentúa aún más sus arrugas, dirigiéndome una rápida mirada y apoyando a su vez, su manos enguantadas sobre la madera.

-¿Necesita algo, señorita?- Pregunta con su tono habitual, impregnado de una cortesía inquebrantable.

-No, gracias.- Respondo casi al instante, observando por un momento el final de la gran escalera imperial.

-Permítame, señorita Hertford, que le pregunte por nuestro querido señorito Rider.- Sus labios se curvan a un más hacia arriba.

Sonrío a su vez, añorando aún más su compañía y sumergida en la promesa de esperarlo.

-Lo espero.- Contesto en voz baja, casi para mí misma.

El mayordomo inclina levemente la cabeza, con esa discreta autoridad que siempre lo ha caracterizado.

-Debería esperarle a usted, no usted a él, si me lo permite.

-¿Cuántas veces lo habré hecho yo esperar, Conall?- Digo, a la vez que mis palabras se funden en un leve suspiro.

-Eso no importa, señorita Hertford. Confío en que señorito Rider se comporte siempre como un caballero.- Hace una pausa y se acerca un poco más hacia mí, bajando la voz, como si estuviera a punto de confesarme un gran secreto.- Es lo que he tratado de inculcarle desde su llegada aquí.

-Pues permítame felicitarle, señor Redlees.- Ahogo una risita y poso mi mano sobre mis labios.

Conall inclina levemente la cabeza, tal vez complacido por mi comentario.

Por un momento, mis pensamientos rondan por mi mente. Bajo ligeramente la mano y miro al señor Redells con curiosidad.

-Hay algo que me gustaría preguntarle, Conall.- Empiezo, permitiendo que mi voz opte por un matiz más serio.- El señorito Adolpshon me habló de una carta…

Antes de que pueda continuar hablando, el mayordomo, con una eficiencia casi ensayada, abre uno de los cajones del mostrador y comienza a rebuscar entre los papeles que guarda con meticulosa precisión.

-¿Se refiere a esta carta, señorita Hertford?- Pregunta al cabo de unos instantes, sacando un sobre algo amarillento y con un sello de lacre aún intacto. La sostiene entre sus dedos enguantados, como si se tratase de un objeto de suma importancia.- Hace algunas noches el señorito Adolpshon la dejó sobre la mesa mencionando que era urgente. Me dijo que iba dirigida al señor Hertford, y aunque no quise inmiscuirme, me pareció que podía tratarse de un asunto... Delicado. Por ende, decidí guardarla. Antes de tomar cualquier decisión, pensé que lo mejor sería que usted supiera de su existencia.

Siento como mis hombros se relajan con el peso de sus palabras. Un alivio sutil recorre mi cuerpo al saber que su contenido sigue siendo un misterio, preservado tras el sello intacto.

-Gracias, Conall.- Mis dedos rozan el sobre con una ligera vacilación y lo tomo entre mis manos.

-No tiene por qué agradecer nada, señorita Hertford. Consideré que era lo correcto.- Dice, invitándome a confiar plenamente en su juicio.- Quizá prefiera entregarlo usted misma al señor Hertford.

Sin siquiera tener su consideración en cuenta, rasgo el sobre. Sé que tal vez no es lo mejor, leer las cartas que no van dirigidas a mí, pero creo que por el bien de mi familia, haré una excepción. En el rostro del señor Redells se asoma una mueca de sorpresa, que no tarda en disimular.

Me veo en la obligación de explicar el porqué realizo esto, mas antes de que pueda añadir nada más, un papel con una impecable caligrafía se extiende ante mí, y sin darme cuenta, empiezo a distinguir las distintas palabras.




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