Una trampa para la Diva

Capítulo 3. La herencia que nadie quiere

Franco

*

Tarareo la canción de Karol G. Conozco de memoria toda su discografía, toda, y no me gusta el reggaetón. A mí dame un par de baquetas y puedo tocar en la batería cualquier canción de Metallica, pero no; aquí estoy tarareando una canción que no me gusta porque ya me cansé de luchar contra la melodía pegajosa.

Lo peor, no soy el único tarareando.

Lo todavía más atroz, creo que soy el que canta más decente y eso juro que deja mucho por desear.

Ya mis tímpanos están destruídos. Me limito a suspirar mientras las clientas del salón de belleza se sienten las imitadoras profesionales de Shakira y Karol G; «plot twist», no lo son.

Inhalo hondo, hondísimo, y me hace toser el polvo que desprende el acrílico que le están aplicando en las uñas a la clienta que está en la mesa más cercana.

—Franquito, bebé, ¿me tras una «coquita»? —me pregunta Simona, una señora que me recuerda a Yetta, la abuela de «La niñera».

—Claro, Simona.

—Mona, bebé, sabes que puedes decirme así —Y me hace un guiño insinuante.

Sonrío porque Silvia, la dueña, me ha dicho que debo ser amable con las clientas, que me contrató por mi cara bonita y que, si quería conservar mi trabajo, debía «colaborar».

La idea de Silvia es enseñarme algunas cosas básicas de maquillaje, etcétera, para que pueda ayudarla durante la época navideña y, de paso, vender mi «buena imagen». Ya he tenido algunas lecciones y creo que con un poco de práctica podría mejorar, pero no me emociona en lo absoluto.

—No todos los salones de belleza tienen a un tipo que parece modelo aplicando pestañas y maquillando —me dijo en esa ocasión.

El sueño de mi vida… Nótese el sarcasmo.

Abandono la recepción y voy por la Coca-Cola a la nevera que está en la habitación donde almorzamos y guardamos nuestras cosas. Ni tengo que girarme para saber que Simona aprovecha escanearme de pies a cabeza y dar un asentimiento aprobatorio a mi trasero. Regreso con la lata roja y con una pajilla para la señora.

—Aquí tienes —digo y coloco la lata al lado del costoso celular que tiene arriba de la mesa.

—Muchas gracias, bebé —agradece ella mientras le hacen la manicura—. ¿Estarás ocupado por la tarde?

Me cuesta mantener la sonrisa. Quiero salir corriendo, ¡esta mujer es como cuarenta años mayor que yo!

Gaby, la manicurista, sólo desvía la mirada hacia mí unos segundos, le cuesta contener la risa.

—Sí, trabajo hasta tarde…

—¿Y por la noche?

—Tengo que cuidar de mis sobrinas…

—Oh, es verdad, te has quedado con la tutela de tus sobrinas, ¿cómo te va con eso?

«A punto de echarme a llorar y patalear en el suelo».

—Bien.

—Son gemelas —añade Gaby—. Es un buen tío.

«No tengo opción».

—Eso intento…

—¿Y cómo llevas la muerte de tu hermano? —inquiere Simona.

Soy actor. Puedo interpretar sin problema el pesar por el fallecimiento de una persona que no había visto desde que era un niño cuando me mudé con mamá y él decidió quedarse con papá.

—Lo sobrellevo… —digo con un tono afligido y fríamente calculado—. Agradezco que pensara en mí para cuidar de sus hijas.

—Fue en el accidente aéreo, ¿verdad? —continúa Simona—. Una verdadera tragedia, ¿estrellarse en el mar? Qué barbaridad, ¿encontraron su cuerpo?

De acuerdo, de pronto no debo fingir la tristeza.

—No… —musito—. Iba con su esposa.

Simona menea la cabeza.

—Gracias a Dios que esas pequeñas cuentan contigo.

—Sí, eso creo… —Relamo mis labios y miro sobre el hombro. Silvia, mi jefa, está sacando cuentas en la recepción—. ¿Puedo salir un momento?

Silvia levanta la mirada, ha escuchado la conversación, sólo por eso asiente.

—Cuando regreses necesito que confirmes las citas de la tarde —me pide antes de que atraviese la puerta.

—Claro, Silvia.

Lleno mis pulmones del aire libre de productos químicos y me refugio a la vuelta del local ubicado en una de las avenidas más concurridas de la capital. Palpo mis bolsillos hasta que ubico la cajetilla arrugada de los cigarros más baratos, saco uno de la caja y lo enciendo. Ahora necesito llenar mis pulmones de ese humo mientras recargo la cabeza en el muro y miro el cielo.

Mi vida es un desastre y eso nunca me molestó, pero ahora tengo una responsabilidad que no pedí.

Mi hermano era padre y no lo sabía, me enteré cuando el abogado me notificó que tendría que cuidar de sus hijas, pues nuestros padres fallecieron hace años y no tenemos más familia. Así que ahora cuido a un par de gemelas que no podrían ser más opuestas entre sí.



#5969 en Otros
#979 en Humor
#10927 en Novela romántica
#2176 en Chick lit

En el texto hay: famosa, actor, relacion falsa

Editado: 29.06.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.