Una trampa para la Diva

Capítulo 6. El chico del refresco

Marianne

*

Intenté evadir la entrevista, mas no pude. Ya la había pospuesto tanto que fue inevitable que me presente.

Brenda viaja a mi lado mientras conversa por mensajes con su esposo. Me ha dicho que está arreglando mi itinerario del mes, pero sé que es pretexto y sólo se mensajea con su esposo. Ella y su «insoportable» forman una de las parejas más lindas que conozco.

Me acomodo los lentes oscuros y miro por la ventanilla. Debería ir al hospital a ver cómo se encuentra Antonio, mas no tengo el valor de hacerlo cuando le deseé tantas cosas malas. Ya ha pasado por una cirugía y los pronósticos no son muy alentadores; la chica salió sólo con un par de fracturas.

Al parecer Antonio estuvo en el sitio y momento equivocado. Alguien estaba escapando de la policía, porque robó la camioneta en la que iba, y se estrelló contra el automóvil del modelo. Sin embargo, no hay pistas del otro conductor, escapó.

Es inevitable que sospeche de mi padre. No sé a ciencia cierta si podría ser capaz de algo así. Existen muchos rumores de «accidentes» que han sufrido sus enemigos y… este tiene toda la pinta de ser uno de esos.

—¿Todo bien? —inquiere Brenda.

Mi asistente ha aprendido a leer muy bien mi lenguaje corporal.

—Pensaba en Antonio.

Brenda inhala hondo y guarda el celular en su bolso.

—Podemos ir a verlo cuando salgamos de la entrevista.

—No, creo que sigue delicado de salud, debe recibir sólo visitas de sus familiares…

—Entiendo…

Me retiro los lentes oscuros y Brenda me entrega un espejo de mano. La maquillista no ha logrado disimular mi nuevo y flamante cuerno de unicornio.

El chofer se detiene frente al edificio donde me entrevistarán, pero se desata una torrencial lluvia. Decidimos entrar por el estacionamiento subterráneo y lo prefiero. Tengo la esperanza de poder disimular mejor el golpe antes de la entrevista y que nadie más me vea en estas condiciones.

Rose, la presentadora del programa que se transmite en la plataforma digital, me da la bienvenida, incluso halaga mis lentes oscuros que me niego a retirarme y me guía hacia el estudio de grabación improvisado.

Todo ha cambiado tanto desde que inicié mi carrera en los medios de comunicación. Ahora basta con un celular y la actitud correcta para triunfar. Por ejemplo, esta chica renta una pequeña oficina que ha acondicionado para sus entrevistas y transmisiones en vivo. Trabaja mucho, eso sí, siempre está grabando más  y más contenido, pero cuando yo era más joven era impensable lograr algo como esto sin los contactos necesarios.

—Pónganse cómodas —pide la chica cuando abre la puerta de la oficina y me revela su modesto estudio, es bonito—. La maquillista acaba de llegar, iré a recibirla.

—¿Quieres que revise tu moretón? —me pregunta Brenda cuando estamos a solas de nuevo.

No tengo tiempo de responder. De inmediato entran varias personas para comenzar a instalar las videocámaras y las luces.

Es un sitio tan pequeño y con tantos cables que comienzo a sentirme claustrofóbica.

—Saldré a tomar aire —aviso y salgo de la oficina.

El pasillo no está solitario como me gustaría. Al ser un edificio con decenas de oficinas en renta, se encuentra bastante concurrido. Avanzo hasta el final, donde hay una máquina expendedora de refrescos, y envío al demonio la dieta por un rato.

Necesito azúcar.

Meto la moneda y… se atora.

No puedo creer que todo me salga mal. Tengo un chichón en la frente que representa lo cuernuda que he sido en todas mis relaciones y, ahora, ¡ni puedo sacar un maldito refresco!

Propino un manotazo a la máquina, pero nada. La sacudo, otro golpe y una patadita en la parte baja, no hay resultado.

Entiendo que llorar por una lata de refresco es ridículo, pero estoy a punto de hacerlo. Levanto la mirada al techo, inhalo hondo y sólo deseo que el día se termine para irme a dormir.

Al regresar la mirada a la máquina, encuentro un par de ojos mirándome a través del reflejo del plástico. No distingo el color en el reflejo, pero tienen una forma bonita, semi alargada, y grandes pestañas. Decoran un rostro varonil con una ligera barba incipiente y una mata de cabello lleno de ondas rubias.

Lo miro sobre el hombro y, verlo directamente, es todavía más impresionante. Es un chico guapísimo, con hombros anchos y brazos fuertes; de esos que utilizan en las portadas de las novelas de romance donde tienen que salvar a la indefensa protagonista.

Y sus ojos son verdes de un tono más intenso que los míos. Podría jurar que encierran un bosque mágico en cada iris.

—¿Se atoró? —me pregunta.

Sí, me he atorado contemplando la belleza masculina que está frente a mí, pero supongo que se refiere a la máquina expendedora.



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En el texto hay: famosa, actor, relacion falsa

Editado: 29.06.2023

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