Una trampa para la Diva

Capítulo 7. Secuestro en el armario

Franco

*

Mis manos están a punto de sacudirse como un par de maracas en medio de un terremoto, ¡pero he encerrado a la maquillista en el armario de la limpieza! En cualquier momento podría llegar y tirar mi numerito de maquillista profesional.

Por todos los cielos, ¡Silvia debió darme más clases de maquillaje!

Pero, claro, soy un actor.

«Soy un actor», lo convierto en mi mantra, sí.

«Soy el mejor actor», pienso mientras trato de absorber cada palabra como una realidad.

Brenda, la asistente que tiene personalidad de hígado encebollado, guía a Marianne hasta un sitio en el rincón que han improvisado para retocar el maquillaje de las presentadoras.

—Ya la han maquillado, pero quiere que el moretón se disimule más —explica Brenda con tono autosuficiente—. ¿Entiendes?

Me cuesta no poner los ojos en blanco, ¿cree que soy tonto?

—Sí, claro.

Y el problema no es disimular el tono morado, si ya hay maquillaje para cubrir tatuajes, sino lograr que el chichón no resalte tanto.

Mi pecho se estremece. He recordado a la mujer que maquillé con Silvia el día de ayer. Ella tenía el pómulo inflamado, logramos disimularlo con contorno e iluminador en las zonas indicadas del rostro. Era complicado porque sus ojos se llenaban de lágrimas y tenía que aguantarse para no interrumpir el maquillaje. Cuando terminamos, se veía preciosa.

—¿Te estás arrepintiendo? —pregunta Marianne y bebe un pequeño sorbo de su refresco de lata. Su lengua recoge la última gotita de su labio inferior y esboza una sonrisa seductora que rompe un poco mi careta de buen actor—. Fue un golpe fuerte.

—No, puedo hacerlo —respondo mientras extiendo en la mesa el maquillaje que la mujer, que espero continúe encerrada en el armario, ha traído. Tiene lo básico y un poco más, algunas brochas que no tengo idea de cómo se usan, pero seguiré los consejos de Silvia—. ¿Cómo te golpeaste?

Ella inhala hondo antes de responder.

—Un accidente laboral… Uno de los panelistas enfureció, quiso golpear al amante de la esposa y todo salió mal.

No disimulo mi desconcierto mientras empiezo a abrir el maquillaje que usaré.

—Pensé que esos casos eran actuados.

Marianne ríe. Tiene una risa melodiosa, no sé si es ensayada o natural, pero es preciosa… como ella.

«Enfócate, Franco».

—La televisión es mágica, chico del refresco.

Entiendo la indirecta. Quiere mi nombre. Creo que ni su padre imaginó que su plan fracasara y aun así todo resultara tan bien.

Yo no imaginé que me quedaría como bobalicón mirándola cuando la encontré en el pasillo, pero la televisión no hace justicia de su belleza. No necesita que le encuentren un novio, debe tener un menú entero para elegir a uno diferente cada día.

—Franco —me presento.

—Un gusto, Franco —Ella extiende con tanta sensualidad la mano que podría considerarse contenido para adultos. Mi mano tiembla un poco al estrecharla—. Marianne.

—Lo sé… Creo que todo el país lo sabe.

Marianne vuelve a reír, baja la mano y le hace un guiño a Brenda. La asistente sólo pone los ojos en blanco.

—Qué original —suspira el hígado encebollado.

Aprovecho la interrupción para concentrarme en maquillar un rostro que debe lucir igual de hermoso sin ese maquillaje. No tengo tiempo que perder, en cualquier momento alguien me culpa de secuestro en un armario y todo se va por la borda.

Reflexiono sobre todos los sucesos de la mañana que me llevaron a estar aplicando con suavidad el maquillaje en la piel de Marianne. Yo esperaba el aviso de los hombres de su padre para acercarme a la entrada principal donde llegaría Marianne, uno de sus cómplices saldría corriendo de un callejón para arrebatarle el bolso y entonces sería mi turno de salir en su auxilio. Todo el plan fracasó cuando empezó a llover y se fueron al estacionamiento subterráneo.

Pensé que el hombre desistiría, pero no. Me llamó de inmediato para decirme que era «ahora o nunca» y que la deuda no podía esperar ni un día más o me atendría a las consecuencias.

Entré en pánico. No pensaba con claridad. Me metí al edificio y recorrí los pasillos sin saber hacia dónde dirigirme. Pregunté un poco, me dijeron el número de piso en el que estaba el estudio de la «influencer» y ahí vi a una ninfa peleando con la máquina expendedora de refrescos.

Marianne tiene la belleza para paralizar a cualquier hombre que no está preparado para verla. Intenté actuar normal, pero me quedé si palabras cuando la tuve frente a mí. Hice acopio de todos mis años estudiando actuación para lograr llevar una conversación más o menos civilizada, pero cuando vi el golpe en su rostro… recordé a mamá. Supongo que mi reacción la asustó y se marchó.



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En el texto hay: famosa, actor, relacion falsa

Editado: 29.06.2023

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