Una trampa para la Diva

Capítulo 11. Las bebés

Franco

*

—¿Y cómo te fue? —me pregunta Brenda cuando he creído que tenía cinco minutos de calma para quitarme la careta del hombre seguro.

Apago el cigarro con la punta del zapato y dirijo una mirada tranquila a Lady hígado.

—Bien. Marianne está terminando de grabar —respondo y meto las manos en los bolsillos del pantalón—. No te vi por un rato.

—No, fui por mi hijo al colegio —dice con tono jovial, así no parece el hígado de siempre—. Mi bebé se queda con sus abuelas.

—¿Tienes un bebé?

—Eh, sí —contesta como si fuera un disparate que no supiera eso—. No estás muy al tanto de la televisión, ¿verdad?

—Claro que sí —miento.

No miro televisión en días. Llego demasiado agotado para eso.

Brenda me dedica una mirada pensativa. No es una mujer alta, es bajita y, sino fuera por su terrible humor, podría decir que es guapa. Tiene «algo», no sé qué, que llama la atención en medio del pasillo que conduce a la cafetería de la televisora. En teoría no podemos fumar aquí, pero nadie hace caso a esa orden.

—A mí no me engañas, sé que tramas algo.

Mi corazón se me cae al suelo, mas no lo demuestro.

—Claro, quiero ser bueno en mi trabajo y sacar el máximo provecho.

Brenda cruza los brazos y menea la cabeza.

—No te creo nada, Franco, pero te advierto que Marianne no está sola y si le haces algo, en serio, tu carrera de actor se esfumará frente a tus ojos.

Y, para enfatizar, chasquea los dedos frente a mí.

»Tenemos a una bruja y no dudaremos en usarla.

Sonrío como el tipo que tiene el mundo en sus manos cuando en realidad soy un pollito asustado bajo una tormenta con rayos y truenos.

—Tal vez la que debería tener cuidado es otra, Brenda… —siseo y enciendo otro cigarro—. Al menos que Marianne sea bisexual o lesbiana, creo que tengo ventaja.

Y exhalo el humo de cigarro en su cara.

Brenda sacude las manos frente a su rostro y me mira partir sin agregar más. No soy tonto, sé que físicamente le agrado a Marianne, probablemente su padre me ha elegido también por eso; entro en el «tipo de hombre» que le gusta a su hija.

Apago el cigarro al doblar en la esquina y lo arrojo al basurero. Mis manos tiemblan. Me apresuro a la cafetería a comprar una botella de agua y ocupo la mesa del rincón.

Pasé el día entero intentando convencerme de que estoy haciendo lo correcto. Todavía no sé cómo «enamorar» a Marianne, aunque ella lo hace sencillo; soy yo el que coloca todas las trabas.

¿Y debo casarme con ella? La idea me hace palidecer. Es una locura. No quiero hacer nada de eso.

Marianne me envía un mensaje. Necesita que revise su maquillaje. Emprendo el camino de regreso y en pocos minutos me encuentro atravesando las puertas del estudio de televisión.

Marianne luce radiante con su vestido azul turquesa. Está concentrada hablando con su productor, pero, cuando me mira, me regala una sonrisa tan cálida que hace temblar mi pecho.

—Oh, hasta que te asomas —suelta el productor cuando me acerco—. Los hombres gays siempre son los mejores maquillistas.

Enarco una ceja de forma involuntaria. Marianne suelta una risita nerviosa.

—No soy gay —niego—. No por ser hombre y saber maquillar significa que soy gay.

—Eso mismo le expliqué —dice Marianne—. Franco es actor, este es un pasatiempo en el que ha resultado muy bueno.

Saúl, el productor, suelta una mueca mordaz y decide ignorar todo lo que respecta sobre mí. Continúa hablando con Marianne sobre el último bloque del programa, que es el que grabarán en ese momento, mientras reviso el maquillaje de Marianne.

La mujer tiene una piel perfecta. Creo que se vería preciosa sin tantas capas de maquillaje.

Ella desvía la mirada hacia mí mientras escucha a Saúl y… estamos tan cerca.

No puede ser tan sencillo… ¡Debía costarme acercarme tanto a ella! Porque así podría negarse y, por mucho que su padre quisiera vernos juntos, no se podría. Así quizá se olvidaría de la deuda y podría seguir con mi vida.

Saúl se aclara la garganta. Rompe el efímero momento que se creó entre ella y yo.

—A trabajar —agrega.

Marianne se aparta, agradece en voz baja y regresa al plató para continuar con la grabación.

No he traído demasiadas cosas conmigo, sólo el maquillaje que Silvia me prestó hasta que pueda conseguir mi propio material. Voy al camerino de Marianne a recoger todo y regreso al estudio de grabación justo cuando la grabación ha terminado.

—Franco —me llama Marianne cuando me despido con un simple ademán de todos—. ¿Cómo te irás a casa? Está lloviendo.



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En el texto hay: famosa, actor, relacion falsa

Editado: 29.06.2023

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