1
La alarma sonaba, mi mano, que estaba tirada a unos centímetros del piso, se elevó y apago la alarma del celular que estaba a un lado de mi rostro, me quite las sabanas algo pesadas de mi torso y piernas, me senté en un extremo de mi cama, me puse unas pantuflas, me quede pensando en silencio, dure un rato muy largo solo viendo como mis pantuflas tenían una figura muy mal proporcionada, sonó una alarma y reaccione.
Soy una de esas personas que necesitan demasiadas alarmas para levantarse, la semana pasada en domingo mi madre entro muy enojada por culpa de las alarmas que no apagaba, ella solo repetía que era su único día de descanso y yo no quitaba esas malditas alarmas, ella siempre se levanta por cualquier cosas, yo en cambio no.
Me levante muy a fuerzas de mi cama y en seguida camine al baño, ya en el baño, me lave la cara, los dientes, cuando me acabe de arreglar, fui a la cocina donde estaba mi madre haciendo unos panqueques.
Me senté, a los pocos minutos mi madre me acerco un plato con tres panqueques en pirámide, arriba les echo mantequilla, el vapor que salía de ello olía delicioso. El olor me recordó cuando era niña, mi madre siempre que era domingo o mi cumpleaños me hacía unos como estos, ¿pero? ¿Por qué? Ahora.
-madre, ¿porque cocinaste esto?, si no estamos festejando nada-
-te equivocas- me acerca un vaso con jugo de naranja- estamos festejando que estamos vivos-
-esta… bien…- empiezo a comer.
La voz de mi madre me daba en algún sentido miedo, era algo sínica, sus ojos estaba muy abiertos y sus pupilas muy dilatadas, nunca la había visto comportarse de ese modo, ni cuando se enoja con mi padre o con migo, la cereza del pastel del horror era sus manos temblorosas, algo grises.
Comí lo más rápido que pude sin que mi madre se diera cuenta, ya cuando acabe los panqueques, me levante, los puse en el fregadero, y camine a hacia el taller, pero antes de eso mi madre me hablo.
-a dónde vas, acoso, no te gustaron los panqueques- su voz le temblaba, tenía unas ojeras muy marcadas como si no hubiera dormido, sus manos eran más huesudas de lo que recuerdo, era como si algo la estuviera cal comiendo por dentro – puedes comer más- su cabeza se inclinaba sobre el plato que tenía los panqueque que acababa de hacer.
No sabía qué hacer, quería correr, mi corazón me palpitaba muy rápido, tenía un nudo en la garganta que me dificultaba mi respiración, el sudor me empezó a brotar de la frente. Hasta que hable.
-no, se está haciendo tarde- camine hacia el taller.
Antes de llegar al taller me le quede mirando a silvestre, un perro raza pastor alemán, a silvestre lo tenemos desde que tengo memoria, no tengo recuerdos de mi infancia en donde silvestre no esté en ellos, lo que más me gustaba de silvestre son sus ojos azules oscuros, casi negros, y sus patas de color café claro.
Después de jugar un instante con silvestre, camine a la puerta del taller y la abrí, mi padre estaba acomodando unos generadores en una esquina del pequeño taller.
Se voltea y me ve, su cara tenía unas ojeras como las de mi madre, solo que él no me daba miedo, en cambio me daba algo de pena verlo, parecía muy triste.
-que pasa madison- me pregunta
-nada solo quería decirte que ya me voy a la escuela- mi voz parece quebrantarse al ver a mi padre de eso modo – adiós.
Ante de cruzar la puerta del taller, me detuve y voltee.
-oye… mamá… ¿está enferma?- pregunte
-¿porque preguntas eso?- contesto. No me miraba a los ojos, solo me rodeaba con la mirada, creo que era por quería llorar, se le notaban en sus ojos cristalizados.
-por qué ha estado comportando raro desde que llego del hospital-
-no sé qué decirte- se talla un ojo – cuando envejeces te enfermas por cualquier cosa- se acerca a mí – pero tenemos que comprenderla-.
-bueno me tengo que ir- corro hacia la puerta y salgo.
2
La calle estaba vacía, el viento corre con la brisa fresca de la mañana, tengo algo de frio, pero es algo reconfortante, la brisa me despeina y siento como mi pelo vuela por el aire, me siento libre, me siento viva, mis preocupaciones se iban al igual que las hojas que se llevaba las ráfagas de aire, los árboles bailan al sentir la brisa entre sus hojas , son algo mágicos, al caminar me siento parte del aire, extiendo los brazos, y siento que vuelo, me siento bien, me siento aliviada. Como el aire puede hacer esa magia.
Sigo caminando y noto como la escuela se ve a lo lejos, entro a una calle en donde la brisa se calma y vuelvo a la realidad, de la nada toda esa magia desaparece, anhelaba regresar, pero los buenos momentos no duran demasiado así que sigo caminando.
Noto como me voy acercando más y más a la escuela, veo la entrada llana de caras conocidas, hay algunos de nuevo ingreso que no los dejan pasar por que no llevan el uniforme, no entiendo por qué, solo es una camisa con el logotipo de la escuela, de pantalón podemos llevar cualquiera.
Ya estoy a unos metros de la entrada, no quiero pasar, no es miedo ni tristeza lo que siento, en cambio lo que siento, es la necesidad de regresar a mi casa y ver como esta mi madre, tal vez me dio miedo, pero es mi madre y me preocupa lo que le pase, ya no pienso en Sandra, ya no me importa lo que piense de mí, yo lo que quiero es… no lo sé ni yo, pero lo que tengo claro es que debo tener mis prioridades bien ordenadas.