Una tutora para el príncipe

Capítulo 1

Lindsey


Si alguna vez en esta vida te has sentido sola, deberías sentirte feliz. Desde que tengo memoria no he tenido espacio para mí misma.

No creo que vaya a tenerlo nunca si sigo en esta casa, pero tampoco tengo donde ir.


Salgo de mi viejo colchón como todas las mañanas y esquivo a mis cuatro hermanos para llegar al baño, apenas son las cinco. La luna sigue sobre el cielo, pero está es la hora a la que puedo hacer mis cosas.


Prefiero madrugar a tener que esperar toda la mañana para conseguir entrar al baño. Por eso les digo que vivir solos a veces es una maravilla. Si tuviera un buen trabajo quizás podría rentar un departamento, pero no lo tengo, no termine la universidad y creo que cada año es más difícil hacerlo.


Mi madre siempre fue un desastre con los hombres, mis hermanos tienen cada uno un padre distintos, pero todos tenían algo en común o al menos eso me pareció a mí que los vi ir y venir.


Eran abusivos, malencarados y sobre todo me odiaban o me miraban de una forma demasiado perversa. Entro al baño en silencio, bajo mi ropa de dormir para dejarme caer sobre el inodoro y hago pis.


Cuando el primero de mis hermanos llegó mamá necesitaba manos extras,su marido se la pasaba de bar en bar, así que me obligó a conseguir un trabajo de medio tiempo.

Después de un tiempo violento número uno casi la mata, así que dejé de ir a la universidad por dos meses y tuve que usar mi sueldo para cuidar de mi hermano pequeño.


La universidad donde estudiaba me ofreció una beca por mis excelentes calificaciones, solo debía pagar una cuota mensual de doscientos dólares, pero todo se fue al drenaje cuando Violento número dos apareció.


Mi madre fue golpeada tantas veces por ese tipo, no puedo recordarlo, también intento golpear a mi hermano y a mí, pero jamás se lo permití.

Cuando supo del embarazo de mamá desapareció y tuve que ocuparme de todo los siguientes años, perdí mi beca, mi posibilidad de salir de este maldito agujero donde he vivido siempre y sobre todo perdí mis sueños.


Me doy una ducha rápida antes de colocarme la ropa que tomé de mi armario y dejé sobre la encimera ayer en la noche.


El marido actual de mi madre no es diferente, es perverso y vulgar, la trata como una esclava, pero al menos no le pega, no donde pueda verse supongo. Abro la puerta del baño para tomar mi desayuno, pero justamente él está ahí.


Su cara rugosa, cubierta por esa barba desagradable, lleva un pijama de hace diez años que definitivamente tuvo días mejores.


—Buenos días Lind¿Me dejas pasar?


Él mueve sus ojos por mi cuerpo, el asco en mi garganta me hace tragar grueso mientras ese escalofrío recorre mi espina dorsal. Sé cómo me mira, nunca lo ha hecho de manera paternal y eso me aterra.


—Claro, preciosa—se echa a un lado en medio de la puerta—puedes ir donde quieras.


Trago la bilis en mi garganta antes de pasar a su lado, sin poder evitar rozarme contra su cuerpo. Es un maldito pervertido, lo odio más que a todos por eso, pero como dije antes no tengo nada que hacer.


Salgo de casa después de beber una soda, no tengo mucho en casa, mi cena y cualquier cosa que necesito debo comprarla yo misma, pero al final de cuentas todo se lo comen ellos porque a nadie le importa mi opinión en casa. Detengo un segundo en la cafetería al final de la calle, pido un sándwich de pavo que no es mi favorito, pero sí el más barato y lo como con ábsides mientras espero el autobús.


Bajo en una de las calles más transitadas de Manhattan, camino unos veinte minutos más hasta llegar al barrio residencial dónde trabajo y la inmensa mansión de Lady Leticia se yergue imponente frente a mí.


Esto no es una película agradable donde la chica pobre y trabajadora es amada por su empleadora. Leticia es cruel, frívola y sobre todo intolerable.


Paga bien, además soy la única empleada que puede soportarla, al menos eso me han dicho las otras chicas que trabajan en las casas alternas.


Entro rápidamente en la casa, me coloco el uniforme y me pongo a calentar el té mientras pico la fruta que come en las mañanas. Mi reloj suena a las seis en punto, camino con la bandeja hasta el piso superior y la coloco a su lado antes de abrir las ventanas.


—Buenos días, Lady Leticia


Hago una reverencia como ha pedido que haga y saca el antifaz de sus ojos, corro a colocar la bandeja sobre la cama.


—Necesito que limpies mi estudio hoy—me dice—tengo un montón de papeles tirados por el suelo que no necesito y recoge las cartas que están sobre el gabinete.


—Sí señora.


Respondo, ella prueba el té dándome su aprobación y vuelve a mirarme.


—Hay ropa y zapatos en el armario—lo señala—son prendas que no voy a utilizar, puedes meterlas en una bolsa y donarlas a la caridad.


—sí señora...


Intento no sonar feliz, incluso si dice que done todo solo lo llevo a casa, lo vendo en algún lugar y hago un poco de dinero.


—Mientras más rápido empieces, más rápido terminarás.


Deja la tasa de té sobre su mesa y hago una reverencia antes de entrar al armario vestidor que es más grande que la habitación. La ropa amontonada sobre el suelo es preciosa, quizás demasiado hermosa para venderla, pero necesito dinero, no trapitos de marca.


Meto todo en dos bolsas antes de disponerme a reorganizar el despacho de Leticia.


Es institutriz, de las más reconocidas en todo el país, pero sin duda esa es la razón de su cara amargada. Lanzo todos los papeles a la basura, acomodo los libros con cuidado y luego recuerdo que debo tirar las cartas que están sobre el gavetero junto a la puerta.


Me acerco dándole una ojeada a las cartas a la vez que voy lanzándolas a la papelera una por una.


Son peticiones de trabajo, empleos que probablemente Lady Leticia no decidió aceptar porque le parecieron muy mal pagados. Llego a la última de las cartas y el color rojizo del sobre llama mi atención, al igual que las decoraciones demasiado elegantes al rededor de un escudo plasmado a relieve y de color negro.




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