Una Ultima Oportunidad

Capítulo Nueve:Tomando el primer paso hacia lo inevitable.

Capítulo Nueve

Tomando el primer paso hacia lo inevitable.

ERIK NO SABÍA LO QUE LO HABÍA DESPERTADO: el olor que subía desde abajo o el rugido de su estómago ante aquel delicioso aroma. Bostezó, abrió los ojos y se puso en alerta de golpe al darse cuenta de que nada le resultaba familiar.

Entonces Suzy se movió a su lado, emitiendo un sonido somnoliento mientras se acurrucaba contra su hombro.

La noche anterior le vino a la mente de golpe los dos últimos espectáculos del club que lo habían mantenido en vilo, al recordar lo ocurrido en el camerino. Habían ido a cenar como de costumbre, pero el recuerdo de su propio deseo, de otra índole, estaba presente cada vez que sus ojos grises se encontraban con los azules.

Había dudado cuando ella, tímidamente, lo invitó a quedarse en su casa; el desagradable recuerdo de un sedán azul oscuro irrumpía en su vida. Pero decidió que, si dejaba el coche en el club y caminaban, tomando un atajo que conocía, atravesando callejones tranquilos y entre edificios comerciales, sería lo suficientemente seguro.

Habían hecho el amor de nuevo en la preciosa cama tallada en forma de carruaje que, inesperadamente, adornaba su pequeño dormitorio. Pero él no se había fijado realmente en la habitación entonces. Había estado pensando en si mismo.

Mostrándole que un amor lento, dulce y prolongado podía hacerla volar tan alto como el frenético encuentro en su vestidor. Pero ahora sí la miraba, notando que ella había aportado el mismo encanto y calidez a esta parte de su hogar temporal que al salón.

Los colores eran vivos, las plantas estaban sanas y nutritivas, y la habitación estaba ordenada, pero no obsesivamente. Lo que más le gustaba, se dio cuenta con una punzada de sorpresa, era el desorden organizado de los objetos femeninos del pequeño tocador. Un par de frascos de perfume…uno, por cierto, el perfume especiado que ella usaba y que lo volvía loco…, un cepillo S&L con un hermoso mango de madera tallada, una varita de incienso y un par de pendientes de aro dorados.

Le invadió una sensación que no comprendía del todo, una sensación que hizo que su vida pareciera más vacía de lo que jamás había imaginado. Se quedó allí tumbado un buen rato, disfrutando simplemente de cómo ella se acurrucaba contra él. Si en algún rincón de su subconsciente existía la idea de que algún día los recuerdos de ella fueran todo lo que le quedara, se negaba a reconocerlo.

Cuando el alba dio paso a la luz plena de la mañana, se levantó de la cama para coger el reloj de la mesilla de noche. Una mesilla de noche mucho más tradicional, pensó con una sonrisa, una sonrisa seguida de una oleada de placer al recordar a Suzy, tan avergonzada, intentando decirle que las precauciones que habían estado tomando ya no eran necesarias, que se había escapado un rato para ir al médico.

—No tenías que hacer eso, ruiseñor—, le había dicho, conmovido.

—Menos mal que lo hice —dijo ella, con una sonrisa pícara que se dibujaba en sus labios carnosos, a pesar del rubor. Él sabía que se refería a que ninguno de los dos se había parado a pensarlo en su vestidor. —Además —añadió en un susurro—, no me gusta... nada de lo que hay entre nosotros.

Fue en ese instante, cuando su cuerpo se encendió y la pasión lo invadió más rápido de lo que jamás hubiera creído posible, que le mostraron la ornamentada cama antigua en la que ella dormía. Volvió a mirar aquella cama, la esbelta figura aún acurrucada entre las sábanas, la maraña de cabello oscuro y sedoso que se extendía más sobre su almohada que sobre la de ella.

Erik sintió la familiar tensión en su cuerpo al verla, pero el nudo que amenazaba con cerrarle la garganta y el ardor en los ojos superaron incluso esa reacción tan intensa. Era tan dulce, cálida y abierta que lo hizo sentir vivo de nuevo, como si su existencia tuviera algún sentido más allá de simplemente sobrevivir día a día.

Se vistió rápidamente y salió en silencio. Bajó las escaleras y giró a la derecha, dejándose guiar por el olfato hasta la puerta abierta de la panadería. No sabía qué le gustaba, así que pidió un poco de todo y esperó mientras la dependienta, encantada, comenzaba a llenar una gran bolsa blanca.

Bostezó y se pasó una mano por el pelo revuelto, pensando que tal vez al final no se lo cortaría. Suzy decía que le gustaba acariciarle el pelo que le rozaba los hombros, y los pequeños escalofríos que esa caricia le provocaba no eran algo a lo que quisiera renunciar.

Entrelazó sus dedos tras la nuca y se estiró, maravillándose de la pereza y la satisfacción que sentía. Era una sensación desconocida hasta entonces, y la disfrutaba a cada instante. Cuando volviera, pensó, la despertaría lentamente, depositando una hilera de besos desde la grácil curva de sus pies hasta la grácil curva de su frente, y le llevaría al menos una hora. La besaría en cada...

Casi oyó el golpe seco cuando la realidad derribó la puerta de su castillo de naipes de fantasía. De reojo, vio, a media calle de la panadería, un sedán azul oscuro, con los espejos retrovisores ajustados para que el ocupante pudiera ver la puerta de la panadería. Y la escalera que conducía a la puerta de Suzy.

La opresión en el pecho fue seguida por una oleada de ira. Odiaba que lo siguieran. Y lo odiaba aún más porque, como policía que había pasado bastante tiempo haciendo lo mismo que ese hombre, sabía que, sin duda, el conductor estaba pensando en alguna escandalosa especulación sobre lo que él y Suzy estaban haciendo. Los hermosos momentos privados que compartían se estaban viendo mancillados, y ya estaba harto. Después de lo de ayer, tenían que saber que él sabía que lo estaban siguiendo, así que no tenía nada que perder.

—Sera cuatro setenta y nueve, señor.

Erik se volvió hacia la dependienta y le entregó un billete.

—El cambio es suyo si hay una puerta trasera para salir de aquí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.