Una última vez... para siempre

Confesiones

Enith:

Por la noche le había pedido a Clarisse que le pidiera al señor Cranston reunirse conmigo a las ocho de la mañana, después de eso había bloqueado mi teléfono y había dormitado un poco en la habitación de Rach.

Por la mañana había desayunado algo que mamma me trajo, me habían dejado bañarme en el hospital y tras vestirme, había salido tras besar la cabeza de mi pequeña y tras despedirme de mi amado esposo.

 

Adley:

Decir que me sorprendió cuando su asistente se puso en contacto conmigo temprano en la mañana, era quedarse cortos; al parecer la señora Bianchi necesitaba hablar conmigo, ¿acaso me sacaría del proyecto? Me había enterado del accidente por los periódicos, así que suponía que Amirov estaba grave si era ella quién me había citado y no él, así que ella era la jefa, así que podía disponer de todo y todos a su antojo.

Me había puesto de pie temprano, había tomado un baño y tras ocuparme de Zack, había partido a la empresa. A mi pequeño lo llevaría su nana, esa mujer era más madre que Fiorella, se había ido a casa de sus padres alegando que pronto tendría noticias de sus abogados, la casa no podía quitármela porque era de mi madre, la empresa igual, sólo obtendría la mitad de todo lo que fuese mío, ahora entendía porque papá jamás quiso poner la empresa a mi nombre, él sabía que ella no era una buena mujer.

Al llegar, la asistente me recibe y me pide que la acompañe, asiento mirando el lugar al que vamos, la sala donde volví a verla.

Llama a la puerta y tras un suave entre, me hace pasar.

- Señora Bianchi –dice la mujer, Enith se gira y le asiente–, ¿gustan café? –ella niega, era extraño, ella amaba el café, pero había cambiado mucho, así que no sabía si mantenía muchos de sus gustos pasados.

- Estoy bien, gracias –asiente y sale, el silencio reina en aquella sala–. Lamento mucho por lo que estas pasando, no debe ser fácil –ella asiente.

- No te cité para eso, necesito decirte algo importante –me señala la silla, hago como pide–. Empezaré por decirte que te mentí, no conocí a Amirov llegando a Ragusa, si no tres meses después –la miro extrañado, no entendía a donde quería llegar–. Rachele tiene anemia aplásica y necesita un trasplante de médula ósea, la familia directa suele tener un alto índice de compatibilidad –suspira, parecía nerviosa.

- ¿Tú no lo eres? –pregunto extrañado.

- Sí, pero no puedo donar porque estoy embarazada –mi corazón se rompe al escuchar aquello, a pesar de saber que eran un matrimonio en toda la extensión de la palabra, tenía la esperanza de que no fuese así, una pequeña y minúscula pizca de esperanza se desvaneció–. Otros donantes son abuelos, tíos o hermanos, pero ya sabes mi situación, aunque el doctor me dijo que era más probable padres y hermanos, Rachele no tiene hermanos y Amirov no puede por su condición, además –la veo tragar saliva, debía ser duro‒. Si pusiste atención antes, recordarás que mencioné que conocí a mi esposo tres meses después de llegar a Ragusa, Rachele nació a los nueve meses de que llegué a la ciudad –me mira atento, siento mi cabeza dar vueltas, eso sólo significaba una cosa–. Sí Adley, tú eres el padre biológico de Rachele y necesito le dones médula ósea –su voz era suplicante, yo sólo podía verla sin poder articular palabra, tenía una hija con el amor de mi vida, a final de cuentas, no podíamos huir del pasado, tarde o temprano, nos alcanzaba.




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