Kenya se encontraba en una encrucijada, dividida entre el deber hacia su padre, el Rey, y su propio deseo de forjar su propio destino. Mientras se dirigía a su alcoba, el peso de la responsabilidad la oprimía, pero la determinación ardía dentro de ella como una llama rebelde. No podía permitir que su vida estuviera dictada por las decisiones de otros, incluso si ese otro era su propio padre, el soberano de África.
Su corazón latía con más fuerza que nunca dentro de su pecho mientras se desviaba de su camino hacia la libertad. Sabía que estaba desafiando la autoridad de su padre, pero también sabía que no podía vivir enclaustrada en las paredes del castillo para siempre. La promesa de aventura y amor la llamaba desde más allá de las murallas, y ella no podía resistirse tan fácilmente.
A pesar de los peligros que acechaban en la selva, Kenya estaba decidida a encontrar el amor y la libertad que tanto anhelaba. No le importaba cuán lejos tuviera que ir, ni cuántos obstáculos encontrara en su camino. Había heredado el coraje de su madre, una mujer valiente que había desafiado las convenciones para seguir su propio corazón, y ahora era el momento de que Kenya hiciera lo mismo. Con cada paso que daba fuera del castillo, se sentía más cerca de descubrir su verdadero destino y encontrar la felicidad que tanto ansiaba.
«¿Por qué te fuiste, mamá?» Susurró Kenya, con un nudo de dolor en la garganta, mientras sus pasos la llevaban fuera a desafiar las expectativas de su padre y buscar su propio destino. Para ella, la libertad de elegir su propio camino era más importante que cualquier precaución o temor. Aunque sabía que su padre, el Rey, solo quería protegerla y asegurar su futuro, Kenya se negaba a ser prisionera de las decisiones de otros.
A pesar de las posibles consecuencias y de la incertidumbre que la aguardaba en la selva, estaba dispuesta a arriesgarlo todo en busca del amor y la libertad que anhelaba. Con el coraje heredado de su madre, se adentró en la noche, desafiando a los peligros que acechaban en la oscuridad de la selva.
Mientras tanto, desde lo alto del castillo, el Rey observaba con pesar la partida de su hija, consciente de que no podría protegerla de las amenazas que la aguardaban más allá de los muros del reino. Con un gesto de resignación, ordenó a dos de sus guardias que la siguieran y la trajeran de vuelta al castillo, dispuesto a imponerla un castigo severo por su desobediencia.
Sin embargo, en medio de la noche, cuando Kenya caminaba sola bajo la luz del anochecer, sin darse cuenta de los peligros que la rodeaban, se encontró con una presencia inesperada: Adal Worf, el lobo que había conocido anteriormente en la selva, emergió de entre las sombras, como si el destino los hubiera reunido una vez más.
Sin acercarse a ella, Adal Worf inhaló profundamente su aroma, y una sensación embriagadora le envolvió, inundando sus sentidos con una mezcla de sorpresa y éxtasis. Nunca antes había experimentado un aroma tan delicioso y cautivador, y su corazón latía con fuerza en su pecho, como si estuviera a punto de estallar por la emoción que le embargaba.
Aunque estaba contento de ver a Kenya de nuevo, la confusión se apoderaba de él al no comprender por qué se encontraba sola en medio de la noche, lejos del castillo al que él mismo la había llevado. Las dudas y las preguntas se agolpaban en su mente, pero por el momento, se encontraba demasiado absorto en la presencia de Kenya como para preocuparse por las circunstancias que la habían llevado hasta allí, sintiendo una mezcla de curiosidad y preocupación por lo que podría haber ocurrido entre ella y el Rey.
A pesar de las incertidumbres que lo asaltaban, la presencia de Kenya seguía ejerciendo sobre él un poderoso magnetismo, atrayéndolo hacia ella con una fuerza irresistible que ni siquiera él podía comprender.
Adal Worf observaba en silencio desde la distancia, maravillado por su figura mientras se despojaba del barro y la suciedad que la cubrían. A medida que se acercaba al río, su aspecto se transformaba, revelando la verdadera belleza que se escondía bajo la apariencia descuidada. Con cada movimiento, Adal Worf se encontraba más fascinado por la gracia y la feminidad de la joven, que parecía desafiar incluso las fuerzas de la naturaleza.
Cuando Kenya se sumergió en el agua hasta las caderas, Adal Worf no pudo apartar la mirada. Observó con admiración cómo los rizos negros de su cabello se desenredaban en una cascada de ondas seductoras, brillando bajo la luz de la luna como hilos de ébano. Cada movimiento de su cuerpo era un espectáculo hipnótico, una danza delicada y sensual que lo dejaba sin aliento.
Pero lo que más le llamaba la atención era la piel de la joven, oscura y resplandeciente como el ébano más fino. Estaba llena de vitalidad y juventud, irradiando una belleza que era casi sobrenatural. En ese momento, se dio cuenta de que no estaba frente a una mujer común y corriente, sino ante una verdadera diosa negra, una criatura celestial cuya presencia lo llenaba de una intensa emoción que apenas podía comprender.
Se prometió a sí mismo que haría todo lo posible por conquistar a aquella diosa de la noche, por convertirla en su Luna y guiarla a través de los oscuros caminos de la selva. Para él, era mucho más que una simple mujer; era el destino que había estado esperando toda su vida, la promesa de un amor que trascendía entre las barreras del tiempo y el espacio.
La luz de la luna se reflejaba en su piel, iluminando cada curva y contorno de su figura, cada segundo contaba para cautivarlo con su belleza y su presencia magnética.
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Editado: 19.06.2024