Con el paso de los días, Kenya seguía vagando por la selva, buscando un sitio en el que refugiarse, sin nadie con quien hablar o simplemente alguien a quien poder decir lo que sentía. El sol abrasador del mediodía había agotado sus fuerzas y el peso de la desesperación se hacía cada vez más insoportable. Se detuvo junto al río, sus labios resecos ansiaban el frescor del agua, pero antes de que pudiera beber, un sonido lejano rompió el silencio de la selva, haciendo que se pusiera en alerta.
—¿Quién eres? —exclamó, con una voz temblorosa que reflejaba el miedo que la invadía—. Llevas muchos días persiguiéndome.
El eco de su propia voz se desvaneció entre los árboles, pero nadie respondió a su llamado. Solo el murmullo del río y el susurro de las hojas movidas por el viento acompañaban su soledad. Por lo que tomó un palo que encontró a su lado, al sentir la necesidad de protegerse, y de estar preparada para lo que fuera que acechaba entre la espesura del bosque.
El tiempo pareció detenerse mientras avanzaba, esperando el encuentro con lo desconocido. A medida que se acercaba a una pequeña arboleda, la sombra de un hombre se dibujó entre los rayos de sol filtrados por las hojas.
—¿Quién eres? —repitió Kenya, su voz ahora más firme, aunque aún temblorosa—. ¿Qué quieres de mí?
El hombre emergió lentamente de entre los árboles, con las manos en alto en un gesto de paz y disculpa. Su presencia irradiaba una calma inesperada, como si fuera una pausa en medio del caos que había consumido la vida de Kenya.
—Siento que te echaran de tu casa por mi culpa —dijo el hombre con sinceridad en sus ojos—. Solo vine a pedirte perdón por todo el daño que te pudiera haber causado.
Kenya asimiló lentamente las palabras de Adal Worf, sintiendo una mezcla de alivio y confusión. Huía de él sin saber quién era, y ahora estaba frente a frente con aquel hombre lobo que quería protegerla. Sus emociones se agolpaban en su pecho, luchando por encontrar claridad en medio del caos.
—¿Protegerme? ¿Por qué habrías de hacerlo? —preguntó, con un deje de incredulidad en su voz. A pesar de su miedo y desconfianza, una parte ella ansiaba creer en las palabras de Adal Worf.
El hombre bajó la mirada por un instante, como si estuviera buscando las palabras adecuadas para explicarse.
—No tienes por qué creerme, pero lo que digo es verdad. Desde la primera vez que te vi, supe que tenía que protegerte. No sé por qué, pero siento que es mi deber —respondió sinceramente, levantando la mirada para encontrarse con los ojos de Kenya.
La joven princesa se quedó en silencio por un momento, reflexionando las palabras que acababa de escuchar. Aunque la idea de confiar en un hombre lobo era aterradora, algo en su mirada le inspiraba cierta confianza. Tal vez era la sinceridad en sus ojos o el tono apasionado de su voz. O tal vez era simplemente el deseo de encontrar alguien en quien poder confiar en medio de toda la confusión.
—Está bien, Adal Worf. Te creo, pero debemos tener cuidado. Mi padre no descansará hasta encontrarme, y no dudará en usar la fuerza para hacerlo —le advirtió Kenya.
Adal Worf asintió con solemnidad, comprendiendo la gravedad de la situación, él mismo ya sabía que su padre la buscaría hasta debajo de las piedras si hacía falta.
Aunque a Kenya le costaba creer que Adal Worf no quisiera hacerle daño, el miedo se apoderaba de ella mientras sostenía el palo tembloroso entre sus manos. La idea de que aquel ser misterioso la estuviera protegiendo resultaba difícil de aceptar, pero aún así, su corazón latía con la esperanza de que fuera verdad.
—¿Por qué me defendiste? —preguntó con voz temblorosa, sus ojos reflejando la confusión y el miedo que la invadían—. ¿Debería temerte?, o... debería matarte ahora mismo.
—Puedes hacerlo, o también puedes venir conmigo y vivir como una loba y dejar que yo mismo sea quién te ayude —argumentó Adal Worf, con la esperanza de que aceptara. De aquel modo podría protegerla de las injusticias que pensaba su propio padre.
Esas palabras la sacudieron la cabeza, Adal Worf estaba ofreciéndola una alternativa que nunca había considerado. Vivir como una loba, dejar atrás su vida anterior y abrazar una nueva existencia en la que él sería su protector. La idea era tan descabellada como tentadora, pero ¿cómo podría adaptarse a una vida tan diferente a todo lo que conocía?
El silencio entre ellos parecía eterno, como si el universo entero aguardara su decisión. Adal Worf se dio la vuelta, aparentemente resignado, pensando que su propuesta había sido en vano. Pero entonces, los ojos de Kenya se llenaron de determinación, y sin pensarlo dos veces dejó caer el palo y corrió tras él.
—Está bien —gritó, acercándose a él con pasos decididos—. No tengo a dónde ir y tampoco sé cazar —admitió con tristeza—. Pero si me quedo sola, terminaré muriendo, ¡iré contigo! —murmuró para ella misma, mientras seguía al lobo hacia su nuevo hogar.
La vida en la manada representaba un constante desafío para Kenya. Cada día era una prueba de su resistencia física y emocional, enfrentándose a un entorno completamente nuevo y a la desconfianza de aquellos que la rodeaban. Adal Worf se convertía en su ancla en medio de la tormenta, dedicándose por completo a protegerla y cuidarla en un mundo que le resultaba ajeno.
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Editado: 19.06.2024