Unos meses después del fallecimiento de Kuboa, Sangu y otro sacerdote emprendieron un viaje en busca de Kenya, esperando encontrarla aún sumida en la desesperación y el dolor. Sin embargo, lo que descubrieron los dejó perplejos. Kenya no solo había encontrado refugio entre los lobos, sino que también había forjado un lazo profundo con ellos. Su presencia irradiaba una fuerza y una determinación que no habían visto antes en ella. Era evidente que había encontrado un nuevo propósito y una nueva identidad en su vida junto a la manada.
La transformación de Kenya no pasó desapercibida. A pesar de no ser una humana corriente, su valentía y dedicación conquistaron el respeto y la confianza de todos en la manada. Se convirtió en una figura central en la vida de los lobos, asumiendo responsabilidades que iban más allá de su condición. Desde curar heridas hasta cocinar y mantener la armonía dentro del grupo, Kenya demostró tener una capacidad excepcional para liderar y cuidar de los suyos.
Con su conocimiento del mundo humano y su don de zahorí, ayudó a proteger a la manada de posibles amenazas externas, evitando conflictos con otras especies animales como tigres y leones. Su sabiduría y compasión hicieron que fuera respetada no solo por los lobos, sino también por los habitantes del bosque que reconocían su valía y nobleza de espíritu.
Cuando Sangu encontró a Kenya, esperaba con desesperación que ella reconsiderara su decisión y regresara al seno de su antigua vida. Sin embargo, al observar los ojos de Kenya y sintió que ya tenía una nueva conexión con un mundo paralelo al de ellos, le costó comprender que su regreso al mundo humano era poco probable.
En cambio, para Kenya, el rechazo de la oferta fue una confirmación de su nuevo camino, y de que ya había empezado un nuevo destino lejos de los humanos que tanto la odiaban. A medida que escuchaba los horrores que habían acontecido en su ausencia, incluido el ascenso despiadado de su primo al trono, el Rey Anakawa, su decisión se fortalecía. La crueldad y el deseo de poder de su primo confirmaban sus pensamientos de que ya no pertenecía al mundo humano.
Anakawa, tenía una ambición egoísta y despiadada, su sed de poder, había dejado un rastro de destrucción y mucho sufrimiento en su camino hacia el trono. Su egoísmo era insaciable, y no vacilaba en aplastar a cualquiera que se interpusiera en su camino hacia el dominio absoluto.
Aunque dolía rechazar la petición de Sangu y enfrentar un futuro incierto, Kenya sabía que su lugar estaba junto a los lobos. Había encontrado un propósito y una nueva familia que la aceptaba tal como era.
Con el tiempo, el reinado despiadado de Anakawa se convirtió en una pesadilla para los hombres lobos de la manada Red Star. Cada día, la guerra se intensificaba, los humanos estaban cazando sin piedad a los lobos en un intento por erradicar por completo su presencia, y recuperar a la princesa que un día echaron de su reino, con tal de volver a recuperar la paz y armonía. Sin embargo, la manada no se dejaba vencer en las batallas, cada día seguían luchando con más fuerzas para proteger su territorio y a sus seres queridos.
A medida que todo se prolongaba, los Red Star se enfrentaba a una realidad cada vez más sombría: los humanos poco a poco estaban acabando con sus filas y su existencia ya casi estaba en peligro. Con el paso del tiempo, llegaron a la conclusión de que su única opción era retirarse y buscar un lugar en donde pudieran vivir en paz, lejos del alcance de los humanos y sus ansias destructivas.
Fue así como la manada de lobos, exhausta y desgarrada por la guerra, emprendió un viaje hacia lo desconocido. Guiados por la esperanza de encontrar un refugio seguro, trazaron mapas detallados y exploraron cada rincón de la selva en busca de un lugar que pudieran llamar hogar. Finalmente, tras muchas penurias y desafíos, descubrieron un pequeño nuevo oasis escondido en lo más profundo de la selva, un santuario donde esperaban encontrar la paz y la seguridad que tanto anhelaban.
Aquel lugar estaba lleno de armonía en medio de una vasta selva, parecía un santuario donde la naturaleza florecía en su esplendor más radiante. Las flores desplegaban sus pétalos en una danza de colores y fragancias, mientras las plantas se mecían suavemente al compás de las brisas. Era un lugar donde la vida parecía palpitar en cada rincón, un testimonio vivo del poder y la belleza del mundo natural.
Cada noche, la luna se alzaba majestuosa en el cielo, iluminando el oasis con su resplandor plateado. Los sonidos de la selva cobraban vida en una sinfonía de cantos y rugidos, como si todos los habitantes del oasis se unieran en un coro celestial para rendir homenaje a su misteriosa y eterna guardiana nocturna.
Los lobos, ahora en paz con su entorno, se regocijaban en su nuevo hogar. Observaban maravillados cómo cada criatura contribuía a la magia del lugar, cómo la vida fluía. Y en medio de esta paz, decidieron que era el momento de dar paso a una nueva generación. En los rincones más ocultos y seguros del oasis, las madres lobo daban a luz a cachorros que crecerían rodeados de amor y protección, garantizando así el futuro de su amada manada en aquel paraíso oculto en la selva.
Estuvieron de maravilla, y fueron felices durante algunos años, hasta que una bruja llamada Luzmila llegó a su oasis por casualidad. La llegada de Luzmila fue como una sombra que se deslizaba entre los rayos de sol y la luz de la luna. Con paciencia y sigilo, la bruja observó cada movimiento de la manada durante largas noches y varios días, estudiando sus patrones de comportamiento y sus formas de caza. A medida que pasaban las semanas, su presencia se hizo más palpable, sus ojos penetrantes escudriñaban cada rincón del oasis en busca de respuestas.
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Editado: 19.06.2024