Yo solo tenía seis años, era solo una niña muerta de miedo, por eso esa noche me escondí detrás de una roca. Estaba muerta de miedo, y cuando vi que la batalla entre vampiros y hombres lobos ya se había terminado, salí de mi escondite.
Todo estaba en silencio, corrí en busca de los lobos pequeños, de los recién nacidos, intenté buscar entre los cadáveres y vi que todos mis amigos estaban muertos. Al ver tal devastación di un grito desolador en mitad de aquella soledad.
Sentí que algo pesaba sobre mis hombros y cuando me giré para ver que era, ahí estaba ella, por detrás de mí. Había una vampira, ella estaba mirándome de frente, me dio mucho miedo y me quedé en silencio sin moverme del sitio.
Ella se quedó fija en mí, con sus ojos enrojecidos pidiendo más sangre, mientras que de sus colmillos chorreaban hilos espesos de color rojo oscuro. No quería ser uno de esos lobos y cuando me di cuenta de ello, yo di algunos pasos, tratando de retroceder hacia atrás, intentando que no me alcanzara. Entonces pisé algo, me tropecé, y al caer al suelo, vi que mi mejor amigo estaba muerto.
Yackson tenía la cara desfigurada, él solo tenía seis años como yo. Fue horrible para mí ver su cuerpo destrozado, él y yo siempre fantaseábamos con el día de nuestra transformación, algo que ya no ocurriría. También fantaseábamos incluso con casarnos cuando fuésemos adultos.
En ese mismo instante mis ojos comenzaron a picar para empañarse de lágrimas. Ver todo eso hizo que me llenara por completo de rabia, y coraje; y aunque, ya no podía hacer nada por mi manada, sí podía cuidar de mí misma e intentar salir huyendo del lugar.
Veía que aquella vampira no me iba a dejar en paz, y mientras que una rubia, de ojos rojos y cabellos dorados se acercaba a mí, traté de ponerme en pie, pero no podía porque mis piernas no sostenían el peso de mi cuerpo. Sabía que tenía que luchar contra ella; pero el miedo me lo impedía.
Fui presa del pánico, ni siquiera sé cómo lo hice, pero recuerdo que cuando la tuve a poco menos de un metro de mí, una fuerza interior me hizo mover mis manos y... con solo ese gesto ella salió despedida por el aire, chocando contra un árbol.
Para mi suerte, ese árbol tenía una rama sobresaliente que le atravesó el corazón por la espalda. Los gritos que dio con su muerte llamaron la atención de mi padre, el gran Adal Worf: el más cobarde de todos los perros apareció de la nada, junto a dos parejas más de lobos.
Uno de esos lobos terminó de dar muerte a esa vampira agonizante, pero cuando acabó con ella, una pareja de vampiros acorraló a ese grupo de lobos:
—Quedaos con la niña, ella es mitad humana y tiene poderes, quizás si bebéis su sangre podáis adquirirlos —explicó Adal Worf, muy nervioso mirando de lado a lado.
—¿Cuál es tu nombre perro? —preguntó, el vampiro con aspecto de humano.
—Me llamo Adal Worf, señor —respondió agachando sus patas delanteras en señal de reverencia—. Y... ¿Con quién tengo el gusto de hablar? —terminó de preguntar.
Yo podía ver como hablaban entre ellos, retrocedí poco a poco y nada más que pude me eché a correr, pues era la única alternativa que tenía para seguir con vida.
—Adal Worf, señor —respondió agachando sus patas delanteras en señal de reverencia—. Y... ¿Con quién tengo el gusto de hablar? —terminó de preguntar.
—Con Valerius, yo soy el Rey de los vampiros —contestó mofándose de Adal Worf—. Y ella es mi esposa, la reina Elizabeth —terminó de decir extendiendo su mano, para que los lobos pudiesen mirarla más de cerca.
Ellos retrocedieron sin mirar a los ojos de la reina, ya que solo hacía unos minutos que acababan de presenciar como la manada Red Star, se había destrozado por ella.
—Convénceme para que no te mate antes de matar a la niña —insistió Valerius, acercándose más a los lobos, pero en especial a mi padre, su olor a miedo era repugnantemente llamativo. Cualquier ser vivo habría podido olerlo a kilómetros, de hecho, hasta yo misma lo olía mientras corría buscando la oscuridad de la selva desde lo lejos.
—Yo puedo ayudarles a encontrar a la niña, señor —se atrevió a decir Adal Worf cuando se dio cuenta de que yo ya estaba lejos de ellos.
—¿Y cómo me aseguro de que no me estás engañando? ¿Cómo puedo saber qué harás lo que prometes? —cuestionó Valerius mirando con desprecio a Adal Worf.
—Si me dejas vivir, yo... Yo haré lo que sea para encontrarla —dijo con certeza, aunque su voz sonaba poco segura—. Yo... Yo solo puedo ofrecerles mi honor como garantía —respondió mi padre sin titubear—. Y también mi lealtad, si eso es lo que necesitan.
Valerius se quedó mirando a mi padre como si estuviese evaluando su respuesta. No había nada que dijese que sí o que no aceptaría su oferta.
—Ella es especial. ¿Habéis visto sus ojos? —preguntó Adal Worf enseguida, tratando de encontrar algún tipo de salida para salvar su vida—. Esa niña es el mismo demonio, tiene un ojo del sol y otro de la luna. A saber, los poderes que tiene con ella. A caso... ¿no habéis visto como ha lanzado al árbol a vuestra vampira?
Valerius se quedó mirando a mi padre por unos segundos. Después se giró y se acercó a Elizabeth tratando de llegar a alguna clase de acuerdo entre ellos dos. Entonces ese olor tan especial desapareció, y dijo mientras señalaba a mi padre:
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Editado: 19.06.2024