Tres meses después...
El tiempo pasó y me herida se curó, y aunque la situación era muy difícil y me costó mucho superar y afrontar lo que se me venía encima, decidí que, en lugar de rendirme iba a seguir adelante y luchar por lo que quería en la vida. Sabía que sería difícil, pero estaba decidida a encontrar mi lugar en el mundo, como mujer lobo y como persona.
Una mañana un rayo de sol me calentó la mejilla y me hizo despertar de golpe, la cara me comenzó a arderme literalmente, tuve que apagarme una pequeña llama; que resurgió de mi piel sin ningún motivo aparente. Me levanté de la cama enseguida y corrí la cortina para impedir que la luz del sol se colase dentro de mi alcoba. Si solo por un pequeño rayito me salió fuego de la mejilla, comprendí que, si entraba más luz solar, podría quemarme viva.
Tardé solo unos segundos en acercarme al espejo, miré mi rostro y efectivamente, se había quemado un trozo de mi cara. Con los ojos llenos de lágrimas al ver la desfiguración que tenía, di un grito.
Abrí los cajones de mi coqueta y busqué aquel tarro de cristal que guardé con mucho esmero el día que falleció el doctor por mi culpa. Cogí un poco de aquel ungüento y me lo extendí con la mano, para que no me quedasen marcas.
No me acostumbraba a ese nuevo cambio en mi vida, pasé de ser mujer lobo, a ser también una vampira. Por más que mis padres me explicaban por qué se había producido ese cambio en mí, yo seguía sin comprenderlo, solo pensaba en volver a ser una loba.
Yo no quería creer que me estuviese pasando todo eso a mí, no quería llegar a esa situación, no aceptaba mi nuevo cambio, ni siquiera sabía cómo podía controlarlo. Tuve que estar un año entero encerrada en ese castillo, y lo peor eran las noches de luna llena: mis padres me encerraban en una mazmorra por petición propia, antes de mi transformación.
Yo no quería atacarles ni hacerles daño, no había nada peor que no saber manejar las reacciones de mi propio cuerpo. Mi cuerpo enloquecía porque ya no era solo un cambio físico de loba, sino mi transformación era mucho peor de lo que podéis imaginar. Me transformaba en una mujer loba vampírica, por lo que Valerius y Elizabeth se quedaban conmigo toda la noche por fuera de la mazmorra, vigilando que todo estuviese bien.
Me sentía completamente desorientada y asustada por los cambios que estaba experimentando. Sentía como si mi cuerpo no me perteneciera y como si estuviera perdiendo el control sobre mí misma. Además, el hecho de ser una híbrida de loba y vampiro me hacía sentir como si estuviera atrapada entre dos mundos, sin pertenecer completamente a ninguno de ellos.
Cada vez que esa transformación me ocurría, experimentaba un dolor indescriptible, es como si estuviera siendo desgarrada desde dentro. Pero lo peor era el momento en que me daba cuenta de que no podía controlar mis instintos más básicos. Sentía un hambre insaciable por la sangre y un instinto animal de cazar a cualquier cosa que se moviera, para mí eso era lo peor del mundo era una sensación aterradora y yo me odiaba a mí misma por no tener el control de mi cuerpo de mi mente...
A medida que la transformación avanzaba, podía sentir cómo mi cuerpo cambiaba de forma y cómo la sed de sangre comenzaba a invadir mi mente. Era una sensación aterradora, pero al mismo tiempo liberadora, como si finalmente hubiera encontrado mi verdadero yo.
Sin embargo, también me sentía aislada y sola. Nadie era como yo, y mucho menos en la comunidad vampírica, la única pregunta que me venía a la mente en aquellos momentos era si alguna vez podría encontrar a alguien que pudiera aceptarme y amarme por lo que era.
Pero a pesar de mis miedos y ansiedades, estaba agradecida de tener a Valerius y Elizabeth a mi lado, ellos eran mi apoyo y mi protección, y me daban la fuerza para seguir adelante.
A veces, cuando las noches eran especialmente difíciles, Valerius se quedaba conmigo por fuera de la mazmorra, sé que me hubiese sostenido la mano si hubiese sido posible, él me hablaba con voz suave y tranquilizadora. Me contaba historias sobre su vida como vampiro y las dificultades que había enfrentado, y me decía que todo estaría bien.
Elizabeth, por su parte me traía alimentos nutritivos y sangre fresca, y me lo echaba a trozos por los barrotes con cuidado, ellos dos siempre me han ayudado en todo lo que ha sido posible. Pero a pesar de todos esos intentos, me sentía como si fuera un monstruo, algo que no encajaba en ningún lugar, no sabía cómo manejar mis cambios y no sabía si algún día podría controlar mi sed de sangre.
Cuando todo aquello pasaba al día siguiente me sentía echa una mierda pues sé que desde que Vlad clavó sus colmillos en mí, he sido el dolor de cabeza más grande que mis padres han podido tener.
Pero, aunque me sentía sola y aislada, tenía la esperanza de que algún día podría encontrar alguna clase de cura que aliviase todos mis males, y si no algún sitio en el que pudieran aceptarme por lo que era, ya fuese un lobo, un vampiro o algo entre las dos especies. Hasta entonces, tendría que seguir confiando en Valerius y Elizabeth para ayudarme a pasar por estas transformaciones y superar mis miedos.
Pero el tiempo seguía pasando y yo me sentía cada vez más atrapada en mi propia piel. Las transformaciones seguían siendo era una experiencia aterradora, aunque con cada una de ellas podía percibir una mezcla de dolor y placer, de furia y ternura. Era como si dos seres diferentes lucharan por el control de mi cuerpo, y no podía hacer nada más que soportarlo y esperar a que pasara.
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Editado: 19.06.2024