El regreso al castillo estaba lleno de emociones. Por un lado, el fracaso en encontrar una cura para mi transformación me pesaba como una losa, pero por otro, la sensación de haber sido útil y haber hecho una diferencia me brindaba un atisbo de paz interior. En un mundo de incertidumbre y lucha constante, ese pequeño rayo de esperanza era mi refugio.
Con cada paso que daba por los pasillos del castillo, reflexionaba sobre el viaje que había emprendido y sobre las lecciones que había aprendido en el camino. Aunque mi búsqueda había llegado a su fin, sabía que mi camino aún no estaba completamente trazado. Quién sabe qué nuevas aventuras y desafíos me depararía el futuro, pero una cosa era segura: nunca dejaría de luchar por lo que creía correcto y por encontrar mi lugar en este mundo, sin importar cuán esquivo pareciera ser.
Al regresar al castillo, me encontré con un escenario que rápidamente desvió mi atención de cualquier sensación de alivio que hubiera experimentado. Mi hermana Ashly, siempre tan presente en mi vida como una sombra persistente, se convirtió en el nuevo foco de mis preocupaciones.
Desde nuestra infancia, Ashly y yo habíamos mantenido una relación marcada por la rivalidad y la discordia. Cada vez que nos cruzábamos en algún pasillo del castillo, era como estar en un campo de batalla, donde las palabras se convertían en armas y las miradas en dardos cargados de resentimiento. Sin embargo, lo que más me molestaba no era nuestra histórica tensión, sino el doloroso eco que resonaba en cada palabra que ella pronunciaba.
Para Ashly, la decisión de dejar a Brandon era incomprensible. En su visión del mundo, él era el epítome del hombre perfecto: encantador, inteligente, y, sobre todo, comprometido con nuestra relación. No importaba cuántas veces tratara de explicarle mis razones, ella seguía aferrada a su visión idealizada de él, burlándose de mi soledad y cuestionando mi cordura por haberle abandonado.
Cada comentario de mi hermana era como una puñalada en mi corazón, un recordatorio constante de las dudas y los arrepentimientos que ya me atormentaban. Mi presencia en el castillo se convirtió en una fuente constante de conflictos. La tensión entre nosotras llegó a su punto de ebullición en una noche oscura y densa, que parecía emular el peso de nuestras propias emociones. En uno de los pasillos, nos encontramos cara a cara, y supe que era el momento de enfrentarla de frente, sin rodeos ni medias tintas.
El aire se cargó de electricidad, como si la misma atmósfera anticipara el choque entre dos fuerzas igualmente poderosas. Me enfrenté a mi hermana, dispuesta a luchar con todas mis fuerzas y hacer valer mi derecho a la dignidad y el respeto.
La batalla fue intensa, como un torbellino de fuerzas sobrenaturales chocando en el silencio de la noche. Cada movimiento estaba cargado de la energía acumulada de años de resentimiento y rivalidad. Pese a la ferocidad del enfrentamiento, emergí victoriosa, habiendo demostrado mi valentía y fuerza a Ashly de una manera nunca alcanzada.
Sin embargo, la victoria fue agridulce, porque en el silencio de mi soledad tumbada sobre mi cama, me di cuenta de que la verdadera lucha no había terminado. Aunque había derrotado a mi hermana en combate, comprendí que mi verdadera batalla residía en mi interior, mi lucha por mantenerme fiel a mí misma y proteger a los que amaba seguía latente.
Al día siguiente, tras una noche de profunda reflexión y arrepentimiento, decidí abordar el conflicto con Ashly de una manera más emotiva y sincera. Me acerqué a ella con el corazón en la mano, dispuesta a ofrecerle una disculpa más profunda. En nuestro encuentro, dejé que mis palabras brotaran con sinceridad, expresando el profundo dolor que sentía por haber causado su sufrimiento.
Le hablé de las noches en vela, llenas de angustia y remordimiento, en las que me había sumido al recordar los momentos en los que perdí el control de mi transformación y el daño que esto había causado. Le confesé que, durante años, había llevado el peso de la culpa y la vergüenza, deseando desesperadamente tener la oportunidad de enmendar mis errores.
Ashly escuchaba en silencio, sus ojos reflejaban una mezcla de dolor y escepticismo. Sin embargo, noté un destello de compasión en su mirada mientras hablaba, como si pudiera vislumbrar la sinceridad de mis palabras. Me aferré a esa chispa de esperanza mientras continuaba compartiendo mis sentimientos más íntimos y vulnerables.
Al final de mi confesión, extendí mi mano hacia ella, ofreciéndole un gesto de reconciliación:
—No puedo borrar el pasado —le dije con voz temblorosa—. Pero puedo comprometerme a ser mejor, a luchar cada día por ser la hermana que mereces tener.
Dos semanas después mis padres hicieron una reunión familiar. El castillo se llenó de Vampiros y Ashly apareció colgada del brazo de un chico guapísimo. Yo esperé por horas a que se acercara a mí y me le presentara, pero el peso de la tensión entre Ashly y yo después de la pelea no había desaparecido por completo, a pesar de su perdón. Me acerqué a ella y pregunté si la pasaba algo, pero antes de que terminase de hablar, las palabras acusatorias de mi hermana resonaban en mis oídos, sentí cómo la ira y la frustración se apoderaban de mí, desencadenando una transformación que estaba fuera de mi control. Mis garras se alargaron, mis colmillos se mostraron afilados y un gruñido gutural escapó de mi garganta, sumiendo a todos en un estado de shock.
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Editado: 19.06.2024