Después de ser yo quien tomó el control de toda la situación, me giró con la fuerza que ejercía su cuerpo. Entendí que cada gesto, cada caricia, encendía una llama ardiente en mi interior, una pasión desbordante que me hacía perderme en el momento presente. Sus manos expertas recorrían mi piel con delicadeza, sus labios encontraban los lugares más sensibles de mi cuerpo, y yo me dejaba llevar por la marea de sensaciones que me invadía.
Cada beso, cada roce, parecía intensificar la conexión que existía entre nosotros, como si estuviéramos danzando al ritmo de un fuego que ardía sin control. Mis manos, ansiosas de explorar, se deslizaban por su espalda, sintiendo la fuerza de sus músculos, mientras que él seguía despojándome de mis prendas con una pasión desbordante.
El deseo nos envolvía como una neblina intoxicante y yo me entregaba sin reservas a la vorágine de emociones que nos consumía. Cada instante a su lado era un éxtasis, una explosión de sensaciones que me hacía perderme en un mar de pasión y desenfreno. Y en ese momento, en sus brazos, me sentía completa, como si el mundo entero se desvaneciera y solo existiéramos nosotros dos en aquel momento.
Pero cuando ya estamos preparados, y listos para beber uno del alma del otro, alguien golpea la puerta.
—No contestes —susurró en mi oído, para después lamer el lóbulo de mi oreja.
—Win... mi amor ábreme la puerta. —Se me quedó la cara congelada al escuchar aquella voz y mi cuerpo se enfrió por completo.
—¡No puede ser! ¿De dónde ha salido? —susurró frunciendo el ceño, claramente molesto por la interrupción.
El panorama que se me avecinaba me dejó sin palabras, me sentía tan aturdida que me quede de pie pegada a la puerta sin mover un solo musculo, mientras que ese hombre se vestía tan rápido como podía y abría la ventana para salir de la alcoba sin que nadie le viese.
—Te quiero, ya nos volveremos a ver —comentó viniendo a mi lado—. Por cierto, me llamo Esteben Hoffman —dijo antes de darme un último beso y esfumarse por la ventana.
—Win... ¿estás ahí? —repitió Vlad, sin dejar de aporrear la puerta.
—Sí, ya voy. Dame un segundo, estoy terminando de cambiarme de ropa —respondí agitada, buscando lo que llevaba puesto para vestirme de nuevo, al mismo tiempo que recogía el desastre que se formó en mi alcoba.
Para nada me esperaba que Vlad se presentase aquí. ¡No podía ser…! No podía creer que, después de la broca en su casa, hubiese tenido el valor de venir a buscarme, sin importarle lo que pudiese pensar mi padre de él.
La presencia inesperada de Ashly en el pasillo me tomó por sorpresa, pero lo que realmente me desconcertó fue ver a Vlad irrumpir en mi alcoba sin siquiera pedir permiso. Observé con incredulidad cómo revisaba cada rincón de la estancia con una expresión de determinación en su rostro, como si estuviera en busca de algo de suma importancia.
Ashly y yo nos intercambiamos una mirada cargada de confusión y preocupación. ¿Qué estaba buscando Vlad? ¿Y por qué Ashly estaba aquí en primer lugar? Las preguntas se amontonaban en mi mente mientras observaba la escena con creciente inquietud.
Vlad, ajeno a nuestra confusión, continuó su búsqueda con una intensidad que me inquietaba profundamente. Cada segundo que pasaba aumentaba mi sensación de incomodidad, como si estuviera presenciando algo que no debería estar sucediendo.
—Te lo dije, mi hermana no está con nadie —aseguraba, cuando le vio que cerró los puños y golpeó al aire.
—¿Se puede saber qué es lo que sucede? —pregunté, acercándome a la ventana para cerrarla.
—Nada mi amor —respondió, acercándose él mismo a mi lado—. Deja que te ayude —dijo arqueando una ceja.
Él mismo, primero se asomó por el ventanal y después le cerró por completo, asegurándose de que los cerrojos se quedasen bien cerrados.
Cuando terminó, me cogió por la cintura y me besó en la cabeza sin dejar de aspirar el olor de mi cabello con mucho disimulo.
—Ashly, ¿nos puedes dejar a solas? —preguntó Vlad sin dejar de mirarme a los ojos.
—Ni en tus sueños —respondió después de reírse de él.
Miré hacia la puerta y busqué a mi hermana, y solo con un cruce de miradas entre nosotras ella nos dejó a solas. Cuando la vio de salir, Vlad me soltó y cerró la puerta con el pestillo para después regresar a mi lado.
—¡Eres una estúpida! Solo te dejé un día a solas con tu familia y, ¿ya estás con otro? —inquirió arqueando su ceja, sin dejar de mirarme fijamente mientras me apretaba y me zarandeaba del brazo.
—¿Qué haces? ¡Suéltame! —me quejé sin poder soltarme de su agarre.
Vlad más enfurecido que nunca se acercó a mí, enterró un puñado de mi cabello en su puño y aspiró de nuevo su olor.
—¿Es un lobo? ¡Es un maldito lobo! —gritó dejando clavado un bofetón en mi mejilla—. Hueles a perro —se quejó tirándome al suelo, maldiciéndome una y otra vez mientras no dejaba de dar vueltas por la alcoba, como si se tratase de un león enjaulado.
Con la mano puesta en la mejilla, lloré echa un ovillo tirado en el suelo, mientras que él continúa maldiciéndome, hasta que el vidrio del ventanal se rompió en varios pedazos y apareció un lobo enorme.
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Editado: 19.06.2024