Sin salir de la alcoba, viendo a Vlad tirado en el suelo con la cara sumergida en su propia sangre, sentí algo de remordimiento por su muerte. Podía predecir que algo no iba bien del todo, quería poder llorar con sentimientos hacia él, pero es cierto que en mi seguía existiendo ese olor tan especial. Cuanto más intentaba pensar en Vlad, más se agudizaban mis sentidos olfativos: y ese olor me hizo volverme loca de placer, me hacía volver a recordar con todo lujo de detalles esos besos y caricias; con los que ese hombre lobo me había hecho sentir muy especial.
Entonces miré mis dedos y como ya Vlad estaba muerto en el suelo, me saqué el anillo que me regaló hacía apenas unos días. Pues solo pasaron unos pocos segundos, cuando una especie de liberación llegó a mi alma, y los recuerdos de quien era se iban viniendo a mi mente de nuevo.
Unas imágenes difusas pero muy rápidas me hacían entender que Vlad estuvo jugando conmigo todo ese tiempo, aturdida y sin saber que hacer por el dolor que sentía en mi pecho. Me puse en pie, y me asomé por los ventanales tratando de conseguir un poco de aire fresco.
Visualicé el laboratorio y recordé como conocí a Esteben y todo lo que pasó con Vlad, mi secuestro, su madre, los mellizos, esa cueva, y lo que hizo para maldecirme. Hasta que en el último recuerdo vi que Esteben estaba muerto, y que yo llamaba a Laia, (mi loba interior) y que no aparecía para ayudarme en el peor momento.
Eran tantas y tantas cosas las que recordé de golpe que se me atoró la mente, no quería pensar que era mi fin o el fin del mundo para mí, pero las cosas empeoraron cuando vi llegar a dos vampiros volando, con un brillo impenetrable de colores arcoíris en sus ojos.
Eran tan fuertes y brillantes esos colores que me cegaron. Coloqué mi mano en la frente e intenté respirar tranquila, hacía ya bastante tiempo que no veía a esa pareja de vampiros. Sola en mi alcoba, muerta de miedo antes de que me diese tiempo de pensar en algo, ellos se colaron por el ventanal y entraron a mi alcoba haciéndome volar por los aires.
—¿Qué hacéis vosotros aquí? —pregunté de golpe, muerta de miedo sin saber cómo defenderme ni que hacer.
—Venir a matarte, igual que tú has matado a nuestro hermano —me reclamó Cristin, acercándose más a mí.
—Yo no le maté, yo no hice nada en su contra. En cambio, vosotros sí, me embrujasteis para que me enamorase de él.
Esas fueron las únicas palabras que me dieron tiempo de decir antes de que Cristin soltase un grito que me dejó inmóvil. Sentí un dolor punzante en mis oídos, fue tan fuerte que reventó mis tímpanos al instante y me hizo caer el suelo. No sabía si sería buena idea, pero me hice un ovillo para taparme los ojos; cuando vi que una luz azul intensa salía de los ojos de Henrry.
Tal vez podría haber intentado defenderme, pero sentía que no tenía las fuerzas suficientes para ponerme en pie. En otras condiciones, sé que Laia me habría dicho le que debía de hacer, pero ella no estaba conmigo. Traté de llamarla, intentaba concentrarme, pero no venía, quizás con toda esa situación no se sintiera cómoda conmigo y por eso se fue.
Al ver que mi loba no salía, intenté moverme con los ojos cerrados, pero el dolor se intensificó cuando Cristin gritó aún más fuerte, era como si con ese sonido tratase de llamar a más vampiros para que me atacasen. Para mí todo eso se estaba convirtiendo en un problema muy gordo, porque mis inseguridades eran más fuertes al encontrarme tan sola y sin saber que hacer.
Aturdida y casi perdiendo ya mi propia consciencia, me di cuenta que la Luz se apagó, y desde el suelo podía ver todo borroso. Entre Esteben y me padre tenían sujeto a Henrry, cada uno tiraba de su brazo, hasta que consiguieron dividir su cuerpo por la mitad. Por otro lado, Cristin había salido disparada de la alcoba cuando mi madre le dio un golpe en la cabeza con un bate de béisbol. Con ellos al pie del cañón, aunque muerta de miedo me sentía desfallecer en el suelo.
Desperté al día siguiente, Esteben estaba al lado de mi cama, al verme abrir los ojos se aproximó a mí enseguida y me sujetó la mano.
—Hola —dijo, pasando su mano por mi frente.
—Esteben, ¿quiénes eran? ¿Qué pasó con ellos? —pregunto, esperando que me explique algo.
Antes de decirme nada, Esteben me revisó de arriba abajo, en busca de más signo de violencia, o heridas que curar.
—¿Te encuentras bien? —Inquirió, arqueando su ceja, mientras mira mis oídos.
—Sí, creo que sí —respondí tratando de salir de mi cama.
Esteben me miró y antes de ponerme en pie me di cuenta de que su cara cambiaba de color. Con una mano en mi hombro me hizo recostarme otra vez.
—¿Qué sucede? quiero levantarme de aquí —insistí, tratando de incorporarme de nuevo.
—¿Dónde hay un espejo? —preguntó, sin dejar que me mueva.
Le hice caso y le señalé donde había uno, le vi caminar hacia al sifonier, y cogió el espejo que siempre usaba para poder maquillarme. Cuando llegó con él lo apuntó en dirección a mi cara, por fin pude verme de nuevo, miré mis ojos y hasta yo me sorprendí de lo que vi en ellos.
¡Otra vez no! No estaba lista para lidiar con lo que estaba por pasar otra vez, las venas de mis ojos se volvieron de color rojo, coloqué mis dedos sobre el derecho tratando de masajearle un poco para ver si se quitaba, pero la cosa empeoró y se enrojeció más. Me froté los ojos con más fuerza, una y otra vez, tratando de que esas venas desaparecieran. La última vez que me pasó eso, maté a la familia de mi hermana.
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Editado: 19.06.2024