Una vez más siendo yo

Ahora sí me he vuelto loca

      No. No sucedió nada.

      Derek era un verdadero caballero. Descendió del vehículo y se apresuró a abrir mi puerta, para extenderme una mano y ayudarme a salir. Nunca dejó de sonreír pero tampoco intentó hacer nada que nos comprometiese. Me acompañó hasta la puerta de mi casa, con paso sereno y despreocupado.

      -Te debo una -aseguró-. No lo olvidaré. Fue una tarde muy agradable. Solo espero que la próxima vez no sera porque corro riesgo de perder un examen -rió al concluir.

       -Lo ha sido -adherí-. No me debes nada. Gracias por la invitación.

Guiñó el ojo izquierdo con total confianza, al tiempo que se acercó lentamente hasta mi megilla para volver a besarme. Era el segundo beso que recibía de él despreocupadamente. 

      Se alejó hasta la vereda y volvió su mirada a mí. Esperaba que yo entrase a casa para irse tranquilo. Yo no tenía apuro. Nadie me esperaba dentro y él estaba afuera. Podía mirarle con sus ojos puestos en mí y soñar con la ilusión de que le parecía interesante. El miedo, sin embargo se apoderaba de mí. No sabía a qué yo veía llamativo: la que era confiada y un tanto creida, quien no veía sus defectos dejándose engañar por sus virtudes o la sincera chica que luchaba por conseguir sus sueños.

      Abrí la puerta e ingresé lentamente. Él volvió a sonreír y meneó su mano de un lado a otro, saludándome por última vez, al tiempo que cerraba la puerta progresivamente. Creo que esa fue la única vez que me alegré por estar en casa...

 

      Era libre de gritar, saltar, reír, todo lo que quisiese sin que nadie se fastidiase. Corrí por toda la casa, saltando como una niña pequeña, buscando señales de vida. No parecía haber nadie. Que mi padre no estuviese no me sorprendía para nada, solía llegar a casa los fines de semana a pasar uno o dos días conmigo, hablar de sus negocios, resolver algunos detalles de los estudios y volver a la capital para trabajar el resto de la semana. Mi madre, por otro lado, no era común que no regresase a casa por las noches. Amenudo hacía guardias en el hospital por las noches y volvía en la madrugada, o llegaba tarde en la noche, pero este ya era el tercer día que pasaba fuera de casa, lo que lo volvía anormal. Para mi suerte, allí estaba Tom para darme un abrazo.

      -¡Tom! -grité-. Ven, tienes que saberlo todo.

Mi gato además de ser mi mascota era mi diario íntimo. Cuando los días eran malos y no tenía con quién contar, él estaba allí para ronronear a mi oído y escucharme hablar de todas mis penas, y cuando me sentía excelente, me hacía fiesta, refregándose en mis piernas, esuchándome con antención.

      Como podrás imaginar no descansé pronto. Me pasé el resto de la noche dando vueltas en mi casa. El lugar en que disfrutaba más estar era la tercer planta. En la pared frontal, de cara a toda la ciudad, había un ventanal enorme. El cristal transparente y perfectamente traslúcido me permitía ver todo San Francisco iluminada de colores por todas partes. Y cuando llovía, no encontraba mayor placer que sentarme en el sofá a mirar la oscuridad de la noche al tiempo que las gotas se deslizan por el ventanal, como si estuviesen sobre mí.

      Esa noche no fue diferente. No llovía, pero a oscuras, iluminada tan solo con una lámpara sobre el escritorio, me quedé a espaldas del ventanal, con Tom enrrollado sobre mis piernas, estudiando pasivamente. Me había preparado una cena ligera y esperaba que el sueño sobrepasase la emoción de aquella tarde.

      Entonces...

      Creí que una sombra se movió dentro de la sala. Las posibilidades eran pocas. La luz que ingresaba venía desde afuera. En una habitación entera, donde no hay corredores ni paredes, que los muebles pueden ser los únicos impedimentos a la vista, no parecía posible que alguien se escondiese en la casa. Delate de mí tenía la estufa encendida a media máquina, por lo que la luz cálida no podía esconder la sombra de mis espaldas. Miré en todas direcciones y no vi nada.

      Por supuesto que no estaba loca ni esquizofrénica. Tampoco tenía persepción de lo sobrenatural, captando visiblemente la existencia de los fantasmas ni espíritus espectrales. Ninguna de esas babosadas me daría miedo. Tom seguía sobre mí de forma que él no era el culpable. Y por supuesto que todas las entradas estaban cerradas con cerrojo y no había sentido a nadie forzar la puerta. Solo era yo.

      Continué leyendo las leyes penales aplicables a los homisidios culposos, cuando en el piso de madera volvía ver movimiento oscuro. Esta vez me puse en pie, arrojando a mi gato al suelo sin quererlo. Tomé una tijera de sobre el escritorio y me perfilé a revisar la planta. No tenía miedo ninguno. Mi gato corrió hasta que no le vi más y ahora sí estaba sola.



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En el texto hay: vampiros, hombreslobo, amor

Editado: 28.06.2020

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