Aquella mañana, ese par de horas, fue para mí el día más largo de la vida. Una jornada de mil días comprimida en unos cuantos minutos.
No sé si alguna vez tuviste que dejar ir a alguien muy cercano, verle partir para nunca volver, tener que despedirte sin escuchar su voz, tener que decirle muchas cosas pero que ya no te oiga, necesitar un abrazo pero que ya no tenga calor, mirar sus ojos y no ver el mismo brillo de antes.
En esta etapa el proceso tiende a ser difícil y largo. El dolor cierra tu corazón, tu mente no deja que la razón haga su trabajo y tu vida se pone patas arriba.
Solo puedo decir: gracias por Derek que estuvo ahí. No quiso apartarse en el momento que más le necesite y le estaré en deuda siempre por lo que hizo. Logró sacarme de aquel gélido lugar, lleno de recuerdos, teñido por diversas flores coloridas, bañado en aire helado. Me guió hasta su automóvil, para no perderme entre las lápidas. Condujo sereno a casa, sin prisa ni desespero. Echaba un vistazo a mi mirada, pero no encontraba más que un rostro pensante, perdido dentro de sus propios recuerdos.
Insistía en que pasaría el resto del día acompañándome, cobijándome y tratando de restaurar mi corazón roto. Pero a pesar de ser él, no quería que nadie tuviese que soportrme en ese estado. La tristeza me superaba y las sonrisas no querían asomarse por mis labios. Le rogué que me disculpara, con el aliento que me quedaba, y que me diese un día, solo un día a solas conmigo misma y luego podría venir a ver cómo estaba. Él debió de entender muy bien lo que quería y asintió sin dejar nunca de sonreírme con ternura.
-Un día -exclamó como condición.
Beso mi frente con calidez y ternura, para abordar su automóvil e irse al verme ingresar a casa.
Yo sentía que no había vida en mi cuerpo. Que solo era una masa de carne impulsada y rellena de lamentos. Y aunque intentaba quitarme todo ese dolor de encima, no lograba apartarme de él ni un segundo.
Entré observando el suelo, intentando no encontrarme con los cuadros ni ningún recuerdo que me trajese a la memoria. Iba intestable, sin poder contener el equilibrio. Tom se acercó, seguramente oliendo mi tristeza y se refregó en mis piernas. Su cálido pelaje y suaves bigotes, reconfortaron lo poco de corazón que me quedaba. Pero así y todo, tendría que esperar a subir hasta la habitación y tirarme sobre mi cama, para abrazarle, acariciarle y tal vez, llorar junto a él.
Pero interrumpiendo mis planes, alguien quería imponer los suyos.
En el living de la planta baja, delante del jardín interior, alguien ocupaba el sillón preferido de mamá. Por un momento creí que se trataba de papá, quien intentaba recordar a mi madre y sus experiencias. Pero luego recordé que había desactivado la seguridad de la casa al entrar y que el serrojo de la puerta me había impedido la entrada. Observé sorprendida y preocupada.
Tenía delante de mí a un hombre que no podía observar por completo, porque estaba de perfil en el sillón. Sus cabellos desprolijos, trinchera peluda, marrón y añieja. Sus manos eran grandes y estaban sucias. En su rostro se figuraba una sonrisa macabra. Sus ojos eran color miel y sus dientes me recordaban de alguna forma al lobo que me había atacado unos días antes...
Pero lo que más me daba miedo era el hecho de que estuviese dentro de casa sin ninguna preocupación. Viró en el sillón rotatorio para quedar de cara a mí y nunca perdió la sonrisa. No sabía si era por cómo él me observaba o qué, pero sentía que le conocía.
-¿Cómo entró a aquí? -le pregunté revolusionada.
-Bajé por la chimenea. Jou, jou, jou.
Su sentido del humor ya me había desagradado más que demasiado. Entraba a mi casa, se sentaba como uno más de la familia y se creía capaz de hablarme con toda la naturalidad del mundo.
Sin esperar más tiempo, me regresé para salir huyendo de mi propia casa, por más extraño que eso suene, pero el hombre me detuvo. Tenía cómo llamar mi atención.
Entre la cocina y la sala de estar, entre las paredes del pasillo le oí decir:
-¿Ya te vas? ¿No te quedarás a oír la gran historia de tu madre?
¿Historia de mi madre? ¿Qué quería decir con eso? ¿Acaso le conocía? ¿Acaso...? No...
-Eso es -dijo al verme regresar-. Estaría muy descepcionado si después de todo lo que tu madre hizo por ti, no quisiese oír su historia.
Mientras más le mencionaba, peor era mi desespero. Por qué ahora que estaba muerta venía a pasar esto.
-¿De qué hablas? -No dejé de verme firme y molesta.
-Tienes su mismo carácter. Prepotente, imponente y exigente. Quería que todo se hiciese a su modo...
-Calla -le grité-. ¿Quién te crees que eres para hablar así de ella?
-Tranquila... tranquila. No debes enfadarte conmigo. En todo caso yo tendría que estarlo contigo. Si hubieses obedecido a tu madre en un principio, ahora ambas estarían acabadas y yo no tendría que estar aquí...