Enero 08, 2019.
11:53pm.
Era dulce.
Aquel vino barato que tomábamos la noche en que el mundo se puso de cabeza, y el pequeño rincón en el que nos acurrucábamos había dado un par de vueltas. No sabía si eran efectos del alcohol o la presión que hacían tus manos en mis caderas, pero estaba bailando en los rincones de mi descontento.
Eran unas de esas noches en las que el universo nos había empujado a existir juntos y ninguno de los dos se molestó en dar un paso atrás.
Fue extraño para mí estar allí, pegada a la pared, contigo tan tremendamente cerca, respirándome canciones dulces al oído. Pero la calidez de tus besos me sacaron de lugar, mas no estaba perdida, sabía que iba estrellarme contra el sol y que sin duda íbamos a arder en esa húmeda oscuridad.
Nada se siente como tú. San Agustín dijo que la sede de todas las verdades es el alma, pero lo cierto es que la tuya y la mía se habían mentido un par de veces. Excepto ese día, cuando me encontraba atada a ti, con mis dedos amarrados a tu espalda, recuerdo mirarte y pensar: "Aquí conmigo no estás nada mal."
Cerca no era lo suficientemente íntimo. Quería fundirme contigo en aquel lúgubre pandemónium de emociones salvajes. La noche era una anarquía y tus manos me bañaron en exultación.
Me resultaba tan natural chispear contigo, tan entrañable, tan diferente a lo que sería intentar hundirme en regodeo con otra alma.
Quería quedarme ahí contigo, olvidarme de lo tóxico que era fingir que no nos dolíamos, anexarte a mis raíces, besarte las cicatrices y renacer en un mejor universo.
Un día me voy, así que rómpeme si es necesario.
— yo.