Una Vez Rey

Prólogo

Crecí leyendo libros e imaginándome siendo parte de todas las historias increíbles que leía.

Los libros eran mi escape y aunque puede sonar como lo más cliché del planeta, lo cierto es que hay una razón por la que tanta gente lo dice y lo siente de la misma manera.

He leído innumerables veces, más de las que puedo recordar, la historia de Lewis Carroll: Alicia en el país de las maravillas. Tampoco puedo determinar el número de veces que he soñado, dormida o despierta, tropezarme con alguna madriguera, o alguna cueva y perderme en un lugar fantástico, lleno de cosas que rompan con toda comprensión humana.

Acostumbro jugar con los desconocidos. A todas aquellas personas que pienso que no transcenderán demasiado en mi vida suelo decirles que mi nombre es "Mary Ann", y así me quedo por siempre en su memoria. Tal y como el conejo llamaba a Alicia.

Lo hago porque creo que de esa manera una parte de mi esencia, una parte de mí se convierte en un personaje impregnado de magia capaz de habitar en otros mundos, en mundos representados por ese preciso recuerdo que alguien conserva de mí en algún lugar. Y algún día esa magia hará su magia.

Pero mi nombre real es diferente.

Si te lo he dicho debes saber que en ese preciso momento te tuve mucho aprecio.

Mi nombre real ha sido escupido y maldecido infinidad de veces, y lleva adherida una carga cuasihereditaria que jamás pedí, pero por la que daría todo para poder renunciar a ella.

Detesto ese nombre, y no por lo que significa sino por lo que representa.

“Llevas el nombre de una perra. Tu madre fue una basura y tú me recuerdas a ella. Termina de largarte si es lo que quieres, Eleanor.”

La voz de mi padre resuena en mis pensamientos repentinamente, mientras recuerdo su figura escupiendo al suelo tras pronunciar mi nombre. Esa fue la última vez que lo vi.

Crónicamente alcohólico y vengativo, descargaba toda su ira y odio por mi madre sobre mí; o al menos de eso trataba de convencerme a mí misma, de que era el chivo expiatorio y no de que realmente mi padre me odiara tanto que ni siquiera fuese capaz de tolerarme.

Mis únicos pilares de apoyo han sido también las dos personas más importantes en mi vida: una me enseñó el verdadero valor y el amor por la literatura, mi abuela, quién decidió poner su casa a mi nombre como herencia en caso de faltar. No quiero ni pensar que ese día llegue.

Mi abuela sabía muy bien la clase de persona que era mi padre, su hijo, y entendía a la perfección cómo me sentía y mis motivaciones para irme de casa con ella a mis 7 años.

Entonces me acogió en su hogar como siempre me vio, como su propia hija, y me ayudó a continuar con mis estudios.

Cuando me mudé al campo con ella, conocí a la segunda persona más importante en mi vida, el profesor Kirke, quién vivía al subir la colina al final del camino, a medio kilómetro de la casa de la abuela.

El profesor ha sido un factor clave para cultivar mi curiosidad, mis ganas de aprender y descubrir, y sobre todo, ha alentado mi amor por esos mundos fantásticos que siempre he leído y soñado, diciéndome que "nunca sabes si estás a una puerta de descubrir que son reales".

Tengo la sensación de que no lo dice solo para seguirme la corriente, a veces me da la impresión de que él sabe algo que yo desconozco, pero quién sabe. A veces los adultos suelen ser muy extraños y misteriosos con ciertas cosas.

En 1940, cuando la Segunda Guerra comenzaba a arreciar yo tenía 10 años. Escuchaba en las noticias de la radio que en muchos colegios de la capital las clases se habían suspendido por causa de los bombardeos alemanes, incluído aquel colegio al que mi abuela planeaba enviarme al año siguiente llamado Saint Finbar's. Quién sabe si seguiría en pie para entonces.

En busca de refugio, muchas de las familias afectadas se trasladaron a los campos.

Un jueves por la mañana, la señora Macready, el ama de llaves del profesor Kirke, salió con el carruaje tirado por Gwinifer. Yo reconocía perfectamente el sonido de aquel carruaje y la voz de la señora Macready diciendo "oh, vamos bonita, buena chica".

Los lunes iba sin falta por el correo y los miércoles salía a hacer las compras, pero no los jueves, nunca salía los jueves. Pensé que tal vez me estaba equivocando de día, pero mi curiosidad se vio en aumento al comprobar en el calendario de la mesita que efectivamente era jueves.

Me quedé junto a la ventana esperando su regreso. No era el correo o ya habría vuelto, el mercado era más improbable aún, ¿la estación de ferrocarril? ¿Quién vendría a visitar al profesor?

Desde que lo conozco, en su casa de campo sólo han habitado la señora Macready y tres jóvenes de servicio llamadas Ivy, Margaret y Betty. Nunca se casó, ni tuvo hijos que pudiesen visitarlo.

Solo en muy contadas ocasiones ha habido visitantes relacionados al área de la educación: profesores, ensayistas, doctores y académicos, pero casi nunca se quedaban.

Y luego estoy yo, quien soy, según Macready, "la única niña que el profesor es capaz de tolerar", aunque creo que más bien lo dice por ella misma, ya que el profesor resulta ser sumamente agradable y en ocasiones divertido.

No se me ocurría un motivo para la salida de la señora Macready un jueves. Me aburrí de esperar, pero dos horas y media más tarde escuché al carruaje acercarse. Corrí hacia la ventana con la intención de descubrir a qué o a quién llevaría con ella, y mi sorpresa fue inmensa al descubrir que la acompañaban cuatro niños que parecían rondar edades similares a la mía.

Niños... ¿en casa del profesor Kirke? ¿Estudiantes tal vez? Esa noche me dormí bastante tarde pensando en quiénes podrían ser aquellos niños y en el motivo de su visita.

﹏𓊝﹏

¡Hola, narnianos!

Estoy muy feliz de compartir esta historia con ustedes.




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