Una Vida Contigo

Capítulo 2

Ese mismo día mi madre esperaba por mí en el porche, como siempre lo hacía, a la misma hora y a la misma altura del sol cuando salía a mis anchas.

Usualmente llegaba justo en el almuerzo y mi teléfono me indicó que, en efecto, era uno de esos días. Por añadidura, me senté junto a ella en la mesa rectangular cuando entramos, y terminamos comiendo enzarzadas en una intransendental charla sobre el día. De nuevo solas, debido a que mi querido padre viajaba por el mundo como piloto en jefe en una agencia de Jets privados. Descansaba cada dos meses, y como no los había cumplido aún, lo veía esporádicamente. 

Su cálida presencia se notaba increíblemente ausente en esa casa, pero su voz por las noches hablando conmigo no. Era una llamada puntual cada noche, no importaba en qué parte del mundo él se encontrara. Era un obsesionado con los horarios, todo para encontrar la hora exacta donde en California era de noche para hacer la respectiva llamada.

—¿Y estaba hablando contigo? —preguntó mi madre preocupada cuando llegué a la parte de aquel hombre en su moto llamando la atención de Scott.

—Eso es lo que te estaba diciendo, Mamá —afirmé en medio de un bocado. ¿Saben cuando los padres se enojan cuando sales con un chico o siquiera te dirigen la palabra? Bueno, en mi caso era mi madre.

—No me gusta que hables con gente extraña en la calle —añadió mientras seguía comiendo su almuerzo.

—No te gusta que hable con "hombres" extraños en la calle —hice hincapié en "hombres", metiendo en mi boca un trozo de filete.

—¡Aún peor, Eloise! —Subió su tono de voz un poco ajitada. Podía oir su respiración cortante.

Traté de apaciguarla.

—Tranquila, mamá. Sólo fue un chico cualquiera, no me pidió mi número o algo así. Fue una charla de unos cinco minutos, ya está —expliqué. Hacía mucha bulla por alguien con quien tropecé en una acera transcurrida de la ciudad.

La escuché tomar aire, como si estuviera calmando sus nervios.

—Sí, lo siento —rió un poco y la oí levantarse de la mesa junto con su plato. Suspiré y le ayudé a fregarlos, siempre se comportaba así, y la entendía, no quería que nadie me hiciera daño.  Sólo que a veces era como si me ahogara y necesitara que me rompieran el corazón para saber lo que es sentirse viva otra vez. Porque si sientes el dolor significa que todavía respiras, y que tienes una segunda oportunidad.

La cuestión era que ella no dejaba que yo lo intentara, y sentía que me perdía de tantas cosas posibles e imposibles. Siempre haciendo las mismas actividades, pero en diferentes días. Un ejemplo claro de ese día, pasé el resto de las horas sentada en el porche y jugando con Scott. Siempre igual.

Aunque no me disgustaba sentir como el sol iba desapareciendo y le daba paso al frío de la noche. Paulatinamente sentía la calidez desaparecer en mi piel, lo que me parecía fascinante dada la falta de visión para apreciar dicho espectáculo de colores.

Al final, terminé cenando y yendo a mi habitación a esperar la llamada de mi padre. Típico día. Aparte del hombre, eso había sido un plus.

A la mañana siguiente era domingo y para variar, o para hacerme olvidar el pequeño altercado del día anterior, mi madre había planeado una salida a la playa, una de las tantas que poseía el estado del sol.

No estaba del todo indiferente a la salida y me resigné a disfrutarla. Porque,  es decir, recostarse sobre una toalla en la arena; bikini, más bronceado, daba sí o sí como resultado un buen día. Escuchando la extenuante diversión alrededor, a los padres clamando por  sus niños y al zumbido de las olas y palmeras formandobuna melodía difícil de olvidar.

Todo de acuerdo como dictaba la tradición playera.

Suspiré extasiada y me senté en la caliente arena para acariciar el pelaje del labrador. Éste estaba tranquilo a mi lado, solo hasta que levantó de repente su cabeza y ladró a alguien. Le acaricie y le dije que se calmara, pero siguió ladrando.

Deduje que lo que llamaba su atención sería el conjunto de niños gritando por un frisbee a unos cuantos metros. Para darle un poco de diversión al canino me levanté y de inmediato me imitó.

—¿Te importa si te dejo sola un rato, mamá? —le pregunté mientras tomaba la correa de Scott.

—No, sólo ten cuidado —indicó al mismo tiempo que se acomodaba en la toalla.

—Por supuesto. —Le sonreí y caminé guiada por el susodicho.

Estaba ahora más cerca de la orilla, oyendo y sonriendo por los niños que jugaban con Scott. Había tropezado con ellos de camino y me preguntaron  si el perro podía atrapar el frisbee. Yo les dije que por supuesto. Solté su correa y lo dejé correr hasta él.

Lo gracioso era que cada vez que los niños lo lanzaban, él lo atrapaba y volvía para dármelo a mí. Yo reía a carcajadas, le daba un abrazo y los niños corrían hacía mí por el frisbee clamando que el perro no sabía la técnica del juego. Yo les decía que era así como lo habían entrenado. Siempre a mi servicio.

Y mientras ellos seguían jugando lo escuché otra vez. Profunda y suave, mientras hablaba entre risas. Muchas gracias al destino.

Al principio no tenía intención de buscarlo, sólo me iba a quedar justo ahí pensando en las casualidades de la vida y oyendo su risa. Pero Scott también lo escuchó y se zafó de los niños para salir corriendo por él otra vez, sus ladridos se dirigían a esa dirección. Yo chasquee mi lengua y me levanté.

Seguí sus ladridos y cuando él detuvo su muestra de emoción yo me detuve también en respuesta, porque no tenía con qué guiarme. Sin embargo, uno de los niños tomó mi mano y me llevó hasta donde estaba él. Escuché a un sorprendido Daniel (Así era como se llamaba, ¿no?) haciéndole mimos a mi perro de nuevi. Puse mi mano en la cabeza del niño y la besé mientras le daba las gracias y un adiós.

El niño corrió de vuelta albtumulto de niños y yo lamí mis labios y me aclaré la garganta antes de decir algo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.