Hay desiciones de vida o muerte, y me gusta pensar que la que tomé esa noche entra en esa categoría. Mi lado cobarde quedó ensombrecido a causa de las emociones que aquella voz profunda provocó en la boca de mi estómago.
Esa voz dio luz roja a las dudas que me asolaban, permitiendo que corriera en busca de unos zapatos, y que fuera el doble de silenciosa para llegar hasta la puerta principal y mover un conjunto de llaves que despertarían un batallón.
Y cuando estuve frente a él, su risa y la forma en que olía, no dejaron un rastro de arrepentimiento en mi cuerpo.
—Daniel, vámos. Dime dónde estamos —bromeo con él al momento de que me ayudara a bajar de la motocicleta. Me moría de frío, son embargo, podía sentir que estábamos a la intemperie.
Él se tomó su tiempo de acomodar al en la moto y tomar mi mano para dirigirnos .
—Estamos en el viejo farol de San Diego —reveló por fin, como si sonara orgulloso de haberme traído a ese lugar.
Me detuve en seco y solté su manonpara cruzar mis brazos en un modo de autoprotección que era instintivo en mi cuerpo.
Me estremecí y a mi mente volvieron cosas del pasado que se reprodujeron como una película en tan sólo segundos. Ese farol poseía una historia conmigo. El mismo me traía recuerdos diversos que hace años logré enterrar en lo mas recóndito de mi memoria, recuerdos de Alexander.
Recuerdos que hubiera agradecido si los borraban de mi memoria
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—Que tonta, ¿lloras por un simple anillo? —preguntó Alexander con un tono de fastidio.
—No era un simple anillo, Alex, me lo dió mi abuela antes de morir y ahora tú has sido tan estúpido de tirarlo al mar por una maldita apuesta —aseveré con lágrimas en mis ojos —. Era lo único que me quedaba de ella.
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—Eloise, ¿por qué estabas besando a Kevin en la escuela? —preguntaba furioso Alexander.
—No quise besarle, Alexander. Él se abalanzó hacía mí y yo no podía zafarme de él, ¡entiéndelo! —exclamé totalmente desconcertada.
—¡MIENTES! —gritórojo de la furia y después sentí la ardiente picazón en mi mejilla producto de sus impulsos.
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—¿Te he dicho que tienes los ojos verdes más bonitos que he visto en mi vida? —me decía mientras centraba sus ojos en los míos. Me acariciaba la mejilla dejándome temblando como una hoja en medio de un ventarrón.
Esta era nuestra tercera cita y Melanie dijo que lo más seguro es que me de un beso. Lo esperaba con ansias.
Alexander era un sueño con esos ojos grises y el cabello castaño. Era el chico más alto de todos. Todas las chicas en la escuela lo amaban y me sentía tan afortunada de que me eligiera a mí.
—¿Uhm, nos besaremos? —solté de repente. Sentí como la sangre coloreó mis mejillas, y sólo sé que estuve agradecida de que el viento salado del mar me azotara la cara. Eran tan joven.
Él sonrió grande y me siguió mirando. Se fue acercando mientras yo cerraba mis ojos y sentía el susurro de sus labios sobre los míos.
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Habían pasado tantas cosas en éste viejo farol que juré, después de haber desaparecido Alexander, nunca acercarme allí aunque lo recordara como un lugar hermoso.
Habría odiado a Daniel por haberme llevado allí, al lugar donde había vivido tantos momentos con el causante de todo. Pero no podía, él no sabía nada de ésto y él sólo quería llevarme a un lugar donde pudiera sentirme libre de las ataduras de mi madre.
—¿Ocurre algo, Eloise? —me preguntó Daniel sacándome de mi cabeza. Volviendo hacia donde me había detenido.
—... No, nada. —Traté de sonreír pero lo único que me salió fue una mueca.
─¿Por qué estás así? ¿No te gusta el lugar? Es uno de mis preferidos, no hay de malo, te lo aseguro —Se me acercó. Puso sus dos manos en mis hombros y sentí su respiración en mi cara.
No quería desilusionarlo, sonaba tan entusiasmado de llevarme con él hasta el fin del mundo y yo realmente quería pasar el mayor tiempo con él así fuera en aquel espantoso lugar.
—No. No pasada. Conocí el lugar una vez, era hermoso. Las vistas eran increíbles —dije poniendo mi mejor sonrisa. No iba a dejar que sus recuerdos arruinaran mi vida, casi me mataban una vez.
—En efecto, son las mejores. Vamos, todavía hay una forma de disfrutar el farol. —Daniel habló suavemente y tomó de nuevo mi mano para guiarnos por las intrincadas escaleras que nos llevarían a la cima encapsulada, hogar de una enorme bombilla que hacía decadas había dejado de funcionar.
No tomó mucho para que lo único que pudiera sentir y escuchar fuera el rugido furioso de las olas estrellarse con el acantilado y el reconocido viento salino azotando mi cara.
—Ya has estado aquí, entonces —comentó finalmente. Se había alejado. Para ubicarme estiré mi mano y encontré la fría barandilla que rodeaba la sima del faro. Esta retumbó con sonidos metálicos.
—Incontables veces —confesé.
—Diablos, no, ninguna de esas veces van a ser ni en un millón de años mejor que esta. —Escuché la sonrisa en su voz. Solté una carcajada. Era muy confiado para su bien.
—Créeme, recordaré con más agrado la vez que me trajiste tú que las otras que estuve aquí —aseguré, regalándole una sonrisa.
Lo escuché reír y se acercó de nuevo a mí. Tomó mi mano y me haló hacía abajo, donde la fría regilla de metar ,que soportaba nuestros pesos, besaba mis muslo dejando marcas rosadas. Tragué fuerte y controle mi mente par hacerle entender que Alexander no se encontraba aquí y esta noche sería una buena. Nada de golpes. Nada de manos sobrepasando un límite.
"Eres las dueña de tu cuerpo, Eloise. Tú decides qué permites que te hagan. Cuídate, quierete", me repetí una y otra vez.
Y así nos sentamos con nuestros pies colgando a la deriva. No quitó su mano de la mía, acariciando la parte superior con su pulgar. Yo sonreí internamente y me relajé. Lo estaba logrando.