Una Vida Contigo

Capítulo 8 Una Vez Más

—¿Me esperabas? —pregunté sonriendo. Metí mis manos en mis bolsillos y observé como ella estaba allí con su cabeza apoya en sus brazos cruzados en el marco de la ventana.

Estaba dormida porque cuando me escuchó abrió sus ojos y se los restregó seguido de un bostezo.

No podía creer que se hubiera quedado dormida en la ventana. Alguien pudo hacerle daño. A veces podía ser tan ingenua y, diablos, eso me robaba más el corazón.

—Sí —susurró ella sonriendo.

—Así me gusta —le dije de vuelta y observé como desaparecía.

Tenía una estúpida sonrisa en mi cara que no me podía sacar desde la noche anterior. Y casi no pude aguantar el impulso de ir en la mañana a visitarla y calarme a su madre sólo para verla. Me contuve, gracias a Dios, pero eso hizo que los nervios ahora los tuviera alerta. Cada fibra de mi cuerpo sabía que ella estaba cerca.

Pero la quería aun más cerca. La quería con sus brazos rodeándome en la Ducati, con su cabeza enterrada en mi cuello y durmiendo en mis brazos como lo hizo esa noche.

Nunca había sentido tanta paz como en ese momento, todo estaba calmo y sólo sentía su corazón y su respiración pausada con la mía. Era un puto ángel cuando dormía, no merecía tenerla en mis brazos. Brazos que por las noches rodeaban mil y un mujeres. Pero era un monstruo codicioso y mientras ella quisiera mis brazos a su alrededor, ella los tendría.

•••
 


—No puedo creer que hables francés —exclamó sorprendida con una sonrisa mientras apretaba mis rodillas.

Estábamos sentados en la motocicleta frente a frente. La había traído a una pequeña playa solitaria, no había un alma más. Todo estaba bien, hasta que enloqueció porque le dije unas cuantas palabras en francés.

—Sí, yo tampoco.  

—Cállate. —Me dio un golpecito en la pierna—. ¿Hace cuánto sabes? —preguntó.

—Lo aprendí en un año cuando viví en Francia con mi madre —confesé. Nunca hablaba de ella. Creo que de alguna manera lo supo porque se le borró la sonrisa. No entendía cómo.

—¿Dónde está ella ahora? ¿Algún día la puedo conocer?  —Quiso saber. Reí con cinismo y la miré.

—No creo que eso sea posible, no la veo desde hace diez años. Nos abandonó a mí y a mi padre por otro hombre —le conté con desinterés.

Miré como notablemente fruncia su ceño al oírme.

─Eso está mal —respondió.

—Vaya que sí —dije—. El día que se fue prometió escribirme y llamarme a diario, pero nunca lo hizo —conté y pasé mi mano por mi pelo alborotado.

>Hubiera preferido que me llevara con ella que quedarme con mi padre. Hubiera odiado al novio, pero al menos la tendría a ella.

Odiaba cuando la recordaba, porque con los recuerdos venía a mi pecho toda clase de sentimientos indeseados. La extrañaba porque una vez fue una madre maravillosa, pero ahora lo menos que se merecía ella de mí era eso después de lo que hizo. Sólo era una más de la lista de los que me abandonaban.  No había más nada que decir. Ya no la necesitaba. Se volvió algo inexistente en mi vida y no versaba sobre mis acciones.

—Qué horrible mujer. No sabe que los hijos siempre van primero —comentó, aún con una expresión de disgusto en su rostro. Mierda, tenía que dejar de hacer eso o sino nunca la dejaría ir.

Dejé pasar el tema, no quería agobiarla con mis problemas. Ya tenía los suyos.

—Olvida eso. ¿Quieres que te enseñe una frase? —pregunté mientras la miraba acomodar su cabello sacudido por el viento. Tenía la mirada perdida con esos ojos pálidos, pero de repente sonrió y se le iluminó la cara.

—No me hagas decir una estupidez, Daniel —rogó mientras seguía sonriendo.

—Cómo crees. —Reí con ella—. Vamos, di "Nous allons entrer dans la mer" —probuncié lento y claro, y sonreí mirándola cautelosamente.

Hizo una mueca quejándose por la enrevesada pronunciación y preguntó si lo podía decir de nuevo. Lo hice y luego se dispuso a hacerlo ella, colocando su cabello hacia atrás, enderezado sus hombros y levantando ligeramente sus manos. Como un rito de preparación, que me causaba gracia.

Entonces miré como esas palabras se deslizaban de su rosada boca y sólo pude reír hasta las lágrimas.

—¡Daniel! No te rías, no soy francesa para saber cómo decirlo exactamente. Ni si quiera vi francés en la escuela, lo mío era el español  —decía Eloise, dándome un pequeño golpe en mi brazo y frunciendo el ceño enojada. En realidad, creo que quería parecer enojada porque vi como su labio se curvó un poco con una sonrisa.

—Fue un desastre, Eloise. Pero bien puedes volver a intentarlo. —Traté de aguantar mi risa y la observé con suma atención.

Nous allons entrer dans la mer  —volvió a pronunciar las palabras, pero ésta vez ligeramente igual a como lo había pronunciado yo, sonreí abiertamente y aplaudí una vez.

—¡Perfecto! Ahora te concederé el deseo, entraremos al mar —anuncié mientras desmontaba de la moto y tomaba su cintura para bajarla junto conmigo.

—¿Qué? Pero si yo no te he pedido que... —Paró recordando algo—. Dios, qué tramposo eres.

Quité mi camisa y pantalones juntos con los zapatos mientras la observaba sacudir su cabeza incrédula. Sonreí mientras la alzaba en mi hombro, y escuchaba su grito de sorpresa. Caminé directo al océano espumoso, cruzando el pedazo de arena suelta que nos separa del agua, que era alumbrada por un cachito de luna y miles de estrelas. Nos zambullí a los dos mientras ella enloquecía en alborotos gritos.

Cuando sacó su cabeza respiró fuerte y se estremeció por el agua congelada, estiró su mano hacia mí y yo la tomé con gusto rodeándome el cuello con ella. Rodee la mía en su cintura.

Ella colocó su otra mano en mi mejilla y aseguró —: Estás completamente loco.  —Y con eso soltó su risa al mismo tiempo que lanzaba su cabeza hacia atrás para encontrar la luz de la luna.

No pude apartar mi mirada de ella.

Todo mí corazón se calentó. Era la cosa más hermosa que había visto alguna vez en mi vida. Podría hacer cualquier locura más sólo para verla sonreír de esa manera otra vez.
 




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