Capítulo 9 Infortunio

–Jóven Daniel, ésta es la quinta taza de café que le traigo. ¿Ha usted pasado otra noche de juerga con unas de sus conquistas? —decía mi secretaria de mediana edad dejándo en mi escritorio repleto de papeles la quinta taza de café negro caliente.

Eran las diez en punto de la mañana en el cálido San Diego, un día soleado que me recibió una hora más tarde de lo esperado. Haciendo que corriera para entrar en unos pantalones de punto y corbata, para un día de trabajo usual en oficina en la Aerolínea Cox.

Atiborrandome de café negro de una máquina que no sabía hacer otra cosa que expedir café amargo. Después de dos tazas ya no te dabas cuenta.

—Desde luego que no, Mildred. Sólo que me he trasnochado revisando los papeles del presupuesto para la reparación del Cornelia —mentí sin levantar la mirada. Todos los fulanos papeles estaban esparcidos por la mesa esperando que una lectura rápida.

—Oh claro, joven, quizás por eso estos papeles en su escritorio están de bajo de una nota que dice: "Debo leerlos para el presupuesto del Cornelia" —bromeó acomodando todos los papeles para que yo pudiera leerlos cada uno en orden—. Es imposible engañar a la vieja Mildred, Daniel.

—No puedo hacerlo. Me conoces muy bien  —confirmé mientras la miraba y le lanzaba una media sonrisa.

—Como si fueras hijo mío —aseguró—. Por cierto, olvidaba decirle que su padre lo solicita en su oficina con estos papeles de la reparación ya firmados. Yo como usted, entrara a aquella oficina con chaleco anti balas, porque el Señor Benjamín ha amanecido de mal humor —me informó sobre el temperamento voluble de mi padre.

—Maldición, quizás no debí llevar a Eloise anoche a pasear estando hasta el cuello de trabajo —aseverépasándome la mano por el cabello con frustración.

Mildred soltó una carcajada, puso su mano en mi hombro y comentó —: Ya sabía yo que andabas con una mujer anoche, Daniel. Pero tranquilo, con suerte tu padre te dará unas horas más para terminar ésto y quizás esa salida con la chica haya valido la pena.

—Créeme que ya valió toda la pena, Mildred. —Sonreí.

—Cariño, no quiero los detalles de todo lo que has hecho con la pobre mujer ─bromeó saliendo de la oficina, evadiendo a toda costa oír lo que creía que le diría "La seduje, la metí en mi cama y la hice completamente mía".

Teniendo tanta confianza conmigo, ella había escuchado muchas veces esas palabras salir de mi boca, pero lo que ella no sabía es que yo no había hecho nada con Eloise.

No haberla llevado a mi apartamento ya era algo extraño dado que ya tenía más de una semana conociéndola. Sólo necesitaba unos cuantos halagos, unos cuantos susurros inapropiados y a los minutos estaría entre sus piernas. Pero por una extraña razón no me atrevía a coquetear con Eloise o seducirla. Aunque me pusiera jodidamente caliente con solo verle esos pálidos ojos o ver ese cuerpo.

Suspiré aun confundido y me levanté para ir a enfrentar a mi padre en su oficina, unos pisos más arriba. Él idiota debía sentirse como el puto rey del mundo.

Unos cuantos saludos y pasillos después ingresé a su espacio.

—¿Para qué soy bueno, Benjamín? —pregunté entrando a la oficina y metiendo mis manos en los bolsillos con mis piernas ligeramente separadas, dejando en claro mi metro ochenta y cinco.

—Para tirarte mujeres —exclamó con un tono grave sin levantar su cabeza blanquecina de la hoja que estaba firmando.

Solté una carcajada desprovista de humor y con mucho más de cinismo.

—Diablos, sí. —No me dejaría menospreciar por él.

Él levantó su cabeza de los papeles y me miró despectivo, luciendo ese ceño fruncido permanente en él. Era un señor frío y calculador en cada aspecto de su vida, no lo dejó solo en los negocios. Repelente a cualquier muestra de afecto o signo de debilidad.
Me había criado con mano de hierro con un metro ochenta y cinci y un montón de kilos de carácter repelente y autoritario. La aerolínea Cox no habría sido lo que es ahora de lo contrario. Una gran competencia en el mercado aeronáutico. Tanto en vuelos comerciales, como en fábricas de Jets y avionetas privadas.

—Deja de lucir como si estuvieras orgulloso de ello —reprendió.

Suspiré.

—Lo haré cuando tú dejes de estar orgulloso de tu soberbia —ataque vuelta, todavía con mi cabeza en alto.

Su expresión se tornó un poco más fría y mal humorada.

—Dame los papeles, déjate de juegos —siguió diciendo sin prestarme mucha atención.

—No los he terminado —informé simplemente. Al escucharme levantó lentamente su cabeza con la típica mirada de superioridad con la que miraba a cada uno de sus inferiores, es decir, a todo mundo según él. Era esa mirada que se da por encima del hombro cuando se piensa que todos son mierdas menos tú. Todos aquí estaban a su merced, y quería hacer lo mismo conmigo.

—Le dejé dicho claramente a Mildred que te informara que quería esos papeles para el jueves y, ¿qué crees? Hoy es jueves.

—Lo sé, tuve algunos inconvenientes.

—Y me imagino que los inconvenientes es como le llamas a tus putas —conjeturó mirándome con el sarcasmos reflejado en sus ojos.

—Se podría decir que sí. —Me encogí de hombros.

—Dime, Daniel, ¿cuándo demonios irás a dejar de pasártela en discotecas buscando una mujer para cada día de la semana? —Ésta vez estaba fuera de quicio.

—Cuando a mí me apetezca ─informé con suma tranquilidad ocultando lo ofensivas que eran sus palabras. Alguna vez no fui así, y por más que hiciera lo que él aseguraba, no estaba feliz con la realidad, ni mucho menos.

—Además, anoche no andaba con ninguna puta. —Odiaba que me echara en cara todas éstas cosas, pero más odiaba que considerara a Eloise algo menos que una chica respetable.

—Claro que andabas con una en esa endemoniada moto tuya, ¿o crees que no me doy cuenta con quién andas y qué haces? —expresó poniéndose de pie y acercándose a mí. Todavía a su edad eran tan alto como yo y lo usaba para su conveniencia. Yo no dejé mi posición, sin embargo—. En parte estoy orgulloso de tener un hijo como lo eres tú. Pero lo estaría más si te dieras cuenta que todas esas mujeres, incluyendo con la que estabas ayer y los últimos tres días, sólo te quieren por tú dinero. ¿Qué no recuerdas lo que te hizo la jodida Marie Kate?