—Creí que aquel hombre había renunciado —dije mirándolo severamente—. ¡Por Dios, Benjamín, dejaste a la familia sin hogar! —exclamé paseando por la sala.
—¿Qué querías que hiciera? Él había robado diez mil dólares de la aerolínea y eso merecía el despido, y como él tenía la casa gracias a ésta, al momento de ser despedido perdió todo poder en ella —informó mi padre indiferente, sentándose en su silla detrás del escritorio.
Una vez más sus palabras me dejaron estoico. Mi cara se drenó de toda sangre.
—¿Hace cuánto fue eso? —pregunté asustado de que lo que temía fuera verdad. Me paré firme esperando respuesta.
—No lo sé, doce o trece años. ¿Por qué la pregunta? —dijo, mirándome curioso.
Sentí que se me vino el mundo encima.
¿Por eso habían despedido a Robert? ¿Por haber sido culpado de un robo que yo había cometido? ¿Sería posible?
Por años había pensado que mi padre no había sabido que yo había tomado esos diez mil dólares para donarlos al orfanato en decrepitas condiciones donde Marie Kate había estado internada.
Si años atrás había estado arrepentido de haber hecho tal estupidez por una mujer que solo estaba enamorada de mí dinero, ahora me arrepentí aún más y me sentía como un completo imbécil.
Por querer dar un hogar a una niña que no quería mi cariño si no mi dinero había dejado sin techo a otra que ni siquiera conocía, y que había entrado en peores condiciones económicas que las de Marie Kate.
¿Cómo le diría a Eloise que yo había sido el culpable de que hayan quedado sin hogar hace tantos años? La madre de Eloise me odiaría incluso más. Y Eloise... Santo infierno, que desastre tenía entre manos.
Tomé mi cabeza en mis manos y cerré los ojos tratando de analizar toda la información tormentosa que entraba en mi cabeza.
El papá de Eloise era el hombre que por años había visto como un padre, era el único que me entendía aparte de mi madre, y éste mismo hombre lo habían despedido y dejado sin hogar por mi culpa.
Sentí este extraño desprecio hacia mí mismo por ser tan estúpido e imbécil por confiar en tal codiciosa mujer como Marie.
Los recuerdos vinieron como una ráfaga de viento de una tempestuosa tormenta que se venía acercando lentamente. Había traicionado al hombre que había jugado conmigo tantas veces, que me daba consejos para conquistar chicas o para tratar de consolarme cuando mi padre me reñía.
•••
Como muchas veces había hecho, me escabullí en la oficina de Robert para conversar con ese agradable hombre. Desde los 7 años era amigo de suyo y desde hace unos años lo había sido a escondidas de mi padre ya que por alguna razón él odiaba que me la pasara en su oficina.
Hace días le había contado sobre Marie Kate y ahora volvía por la información que me ofreció para ayudarme a conquistarla. Si mis amigos se enteraran de esto me agarrarían a piedras por imbécil.
─Tienes que ser gracioso, Daniel. A las chicas les gusta que las hagan reír ─me seguía diciendo mientras vagaba por su montaña interminable de papeles. Era lo que más me agradaba de él, siempre estaba ocupado, pero esa nunca era una razón para zafarse de mí.
Siguió revolviendo los papeles hasta que el teléfono lo interrumpió y atendió.
─Diga... Sí, enseguida estoy ahí, Sr. Cox. ─Colgó de inmediato y se levantó para irse.
─Daniel, vuelvo en un momento, ¿sí? Tengo un asunto que atender. ─Él salió de la oficina dejándome intrigado. Diablos, si él no volvía y no me decía el secreto de los secretos para conquistar a Marie iba a cagarla en la ida al orfanato de nuevo.
Empecé a recorrer toda la oficina para calmar mis nervios, mirando desde el más grande cuadro hasta el más pequeño lápiz.
Me encontré con el retrato de la niña, cuyo cabello era del color de un caramelo, tenía ojos verdes y una bonita sonrisa. Suponía era la hija de Robert, a veces la mencionaba. Nunca le pregunté. Me gustaba el retrato, su sonrisa me hacía sentir bien.
Era bonita, lo admitía, pero no más bonita que Marie y su cabello del color del oro.
Seguí mirando cada detalle que encontraba en el escritorio, tenía tiempo sin entrar aquí, había cambiado algunas cosas. Miré y leí cada papel que encontré encima del escritorio, pero mis ojos encontraron algo interesante. Un cheque firmado con la cantidad de diez mil dólares esperando por cobrar.
Lo miré fascinado, lo tomé en mis manos y recordé las palabras de la profesora.
<<─Recuerden que el martes iremos de nuevo al orfanato a visitar a los niños y a llevarle todas las cosas que ustedes han juntado para esos chicos. Si sus padres y ustedes quieren donarle algo al orfanato a un chico o chica en especial, deben consultármelo cuanto antes. Eso es todo, pueden irse.>>
Marie quería tanto salir de ahí, quería una vida normal. Quería lindos vestidos y zapatos que combinaran, quería probar comidas que no supieran a carne vencida, helados de muchos sabores y brillantes accesorios. Y yo podía dárselo, todo estaba aquí.
Doblé y guardé el cheque en mi bolsillo y salí de la oficina rápido. En el camino me encontré con Robert, pero sólo le dije adiós con la mano, él me miró extrañado por mi repentina fuga. Sólo debía salir de ahí rápido y nadie se enteraría de nada.
Todo estaría bien. Papá no se preocuparía por esa cantidad, tenía millones más en su cuenta. Podía reponerlo, Marie no.
Días después le dije a mi profesora que daría una donación a una chica, ella se sorprendió por tal cantidad; pero ni se preocupó por preguntar de donde había sacado diez mil dólares ya que estaba al tanto de que el dueño de una famosa aerolínea era mi padre y toda mi familia nadaba en dinero.
Fui de nuevo al orfanato con mis brazos abiertos para estrechar a Marie Kate y contarle lo que había hecho por ella.
Semana tras semana fui por mi cuenta a visitarla y le llevaba cualquier detalle haciéndola enamorar completamente. Me lo decía con esa gran sonrisa que ponía cada vez que le llevaba algo e iba a alardear con sus amigas. Era tan hermosa que podía aguantar unas cuentas pedradas de mis amigos solo para tenerla a mi lado siempre.