Aunque es un edificio pequeño, hay bastantes libros. La mayoría están muy desgastados, y puedo apostar que a algunos les faltan hojas por culpa de los insectos. Conozco muy bien cada libro de este lugar, así que no sé si podré encontrar algo que no haya leído ya.
Atravesé el corto pasillo y, a veces, tomaba un libro, pero solo lo ojeaba para luego cerrarlo. Algunos no estaban en el lugar que les correspondía, así que me dediqué a acomodarlos y a limpiar un poco el entorno. Abrí las ventanas y fui al armario donde se guardan las pocas cosas de limpieza. Agarré una escoba y un trozo de tela viejo.
Cuando comencé a limpiar, la cantidad de polvo era inmensa. Al poco tiempo empecé a toser, pero eso no me detuvo. El tiempo pasó, y no me di cuenta de que ya habían transcurrido dos horas.
Guardé la escoba y el trapo, y fui al mostrador donde estaba Londo. Él me miró fijamente.
—Necesito hablar contigo —
¿Por qué simplemente no puede hacerse de la vista gorda?
Volví a sentarme en la silla frente a él, bajando la mirada.
—¿Crees que no noto lo que te pasa? Estás aquí, fingiendo felicidad, diciéndome que viniste a visitarme y actuando de forma parlanchina a mi alrededor… pero sé que estás mintiendo. Te conozco muy bien y sé lo suficiente para describirte: eres una persona a la que ni siquiera le gusta salir a pasear a menos que sea necesario, odias hablar fuerte y sabes aguantar muy bien el hambre. ¡Ni siquiera te gusta hablar mucho! Y te pones a limpiar cuando eres perfectamente capaz de tolerar la suciedad. —
Él no está molesto, puedo notarlo por su tono, pero lo dice de forma tan seria… Vine aquí para olvidar lo que está pasando, pero no resultó. No me atrevo a levantar la mirada, tengo miedo de verlo a los ojos.
— Mmm…
—Sé que visitaste la tumba de tu madre ayer. Ella ya había sido enterrada desde hace una semana y tú solo tuviste la fuerza para ir a verla ayer… Y ahora estás aquí como si nada pasara.
¿Por qué suenas como si tuvieras lástima de mí?
Yo estoy bien. No es como si me importara… Ya había pasado mucho tiempo desde que desapareció. Solo apreté mis manos con fuerza; puedo sentir cómo mis uñas se encajan en mi piel.
—No digas que es mi madre —susurré—. ¿Por qué la llamas así? Ella me abandonó, desapareció. No había sabido nada de ella desde que tenía doce. No merece ser llamada así. No lo merece…
—No estoy diciendo que esté mal que estés aquí… pero creo que sería mejor si tomaras tu tiempo para procesar la pérdida.
Después de ese comentario quedó un silencio sepulcral. No puedo verlo a los ojos, pero logré abrir mis labios, que estaban firmemente cerrados.
—Solo ignóralo… Haré como si no pasara nada. ¿Crees que fue normal que me llamaran hace una semana para identificar el cuerpo de una persona que encontraron tirada en un pozo… diciendo que era mi madre? Esa mujer desapareció hace ocho años. He vivido como si no existiera, así que… seguiré haciéndolo.
Maldición… mi voz se está entrecortando. No voy a llorar. Mucho menos por ella.
Exhalé, tomé valor y levanté mi mirada.
—¡No necesito que me digas cómo manejarlo! ¡Puedo hacerlo por mi cuenta, así que no quiero escucharte más!
Levanté la voz. A mi parecer, esto es muy humillante. Pero antes de que pudiera decir algo más, él habló de manera solemne:
—Ser ignorante por voluntad… también es pecado.
Sostuvimos la mirada durante unos minutos que parecieron eternos. Yo perdí. Me levanté de la silla y salí corriendo.
Solo pude escuchar que gritaba mi nombre.
Agnoia
Puede referirse a una batalla del alma, una tensión intensa entre dos emociones o decisiones también desconocimiento e ignorancia
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