Una vida sin (dinero) ti

¿LAZOS ROJOS O AZULES?

Capítulo dos.

3hrs antes del accidente

Efectivamente, una vez que mamá y el señor Wright salieron de casa (ni siquiera me digné en despedirlos con un agite de mano en la entrada del garaje, como lo hicieron Noa y Gina) fui a encerrarme en mi habitación. Tirada boca abajo con la cara contra la almohada, recordaba las palabras "ve a encerrarte en tu cuarto, haz lo que quieras", y la cabeza me latía de rabia. Toda esta ira e inconformidad que por tantos meses había mantenido y cultivado, empezaba a asfixiarme de tal modo que incluso pensé en la posibilidad de rentar mi propio departamento cerca de la NYU y sin ninguna molestia: sin los sermoncitos de mamá ni los besos en la frente del señor Wright, sin la sonrisa fingida y las risas odiosas de Noa, sin nada de todo esto. 
Pero justo pensando eso, un rato después (no sé cuánto pasaría en realidad), tocaron a la puerta. Intuyendo que sería Gina avisándome que bajara a cenar, giré la cabeza sobre la almohada y grité:

─No comeré.

De pronto, una voz mucho más grave que la de Gina me habló desde el otro lado, alertando a mi cerebro:

─Soy Noa, Maeve.

Me incorporé en la cama y sentí la humedad de dos lágrimas correrme por la cara, habían brotado casi sin darme cuenta. Las sequé rápidamente y me senté al borde, diciendo:

─¿Qué quieres?

─¿Podemos hablar? ─me dijo.

Entendí las palabras a pesar del grosor de su voz mitigado por la paredes, pero no entendí absolutamente nada de lo que podía significar esa simple pregunta. Mi razón y ofuscado cerebro gritaban: "¡Será mejor que te largues a esa estúpida fiesta porque no sabes hacer nada más que tragar alcohol y...!". Pero otra parte dijo...

─Entra ─emití, casi dubitativa.

Unos segundos después, su perfecta imagen (de niño rico recién bañado y a punto de salir a parrandear, con una cadena delgadita de oro descansando sobre el pecho y el cabello húmedo) se vio tras la puerta y frente a mí; volvió a cerrar a sus espaldas y se acercó tomando lugar a mi lado en el borde de la cama. Intenté contener el aliento para no respirar el adictivo aroma de su perfume. Cuando volví a respirar, casi me ahogué de deseo.

─Quiero que vayas conmigo ─me pidió, con mucha cautela y lo más suave posible.

Hubiera pensado muchas cosas menos eso, así que de pronto me quité el numerito de indiferencia y giré la cabeza hacia él, indignada.

─Mamá te pidió que lo hicieras, ¿cierto?

─No. ─Juntó las cejas con seguridad.

─¿No sería mejor ir solo? ─propuse.

─¿Si te estoy invitando por qué crees que sea, Mae?

─Porque mamá te pidió que lo hicieras, así como toditas las otras veces.

─Que no me pidió nada ¿vale? Pero es imposible hablar contigo. ─Echó un suspiro de impaciencia.

─Entonces puedes irte ─musité desviando el rostro.

─No. ─Me sorprendí de oír eso y guardé silencio─ No iré si no vas conmigo.

─Estás loco ─me reí sarcástica.

Entonces se ocupó de mirarme a los ojos, tan fijo como seriamente, esa cara de seriedad que ponía cuando hablaba de negocios, de dinero, de finanzas, de números y estadísticas... Y así me dijo:

─¿Crees que estoy bromeando?

La sonrisa se me borró al darme cuanta que, ante esa mirada, Jonah Wright podía hacer hasta que el cielo se cayera si fuera posible. Y ante esa mirada, también, negarse daba miedo.

Así que en pocos minutos, me vi a mí misma montada en el coche con una cara de niña regañada, un vestido floreado y corto y el cabello recogido en un moño, nada de maquillaje (porque nunca lo había considerado confiable), y las manos juntas sobre los muslos, esperando a Noa junto con Joe el chofer.

─Es increíble volver a verla así, señorita Maeve ─comentó sanamente Joe, mirándome por el espejo retrovisor en una tierna expresión.

Me sonreí destensando un poco la cara de susto que traía todavía, porque había roto con mis propias promesas y hecho añicos mis juramentos: no fiestas, no Jonah, no fiestas con Jonah, no enamorarme, no enamorarme de Jonah.
─Un poco de diversión no me hará daño ─le dije a Joe, ocultando mis verdaderas opiniones al respecto.

─Pienso igual, pienso igual ─refirió divertido. Estaba contento de verme como lo era antes, estaba segura. Joe había sido nuestro chofer desde hacía quince años, y fue además mi cómplice de aventuras al llevarme a donde quisiera a la hora que pidiera. Ahora tenía mucho sin salir, tenía mucho tiempo sin ser yo. Sinceramente, hacía bastante tiempo que me daba miedo ser yo. Pues la yo de antes, no hubiera podido sobrevivir a la idea de ser hermana de Noa.

─Perfecto ¿todo listo?─Noa entró al coche barriéndose hacia mí con su particular entusiasmo, cerró la puerta una vez que Joe y yo afirmamos estar listos al unísono, y emprendimos camino hasta nuestro destino.

Cada que avanzábamos, yo prefería retroceder.
 

1hr y 20 min antes del accidente
 

Al llegar al sitio (demasiado abierto o demasiado lleno, para mi gusto), Noa le indicó a Joe que podía esperar en casa su llamada para venir por nosotros; lo que de inmediato me dijo que estaría rodeada de gente sudada, mojada, y alcoholizada, bastante rato. Pero a Noa eso no parecía afectarle en nada. Las fiestas a mis quince o dieciséis solían ser más privadas, pijamadas de niñas o meriendas por la tarde. Todo este ambiente voluminoso y sensorial era algo incómodo tanto para mí como para mis nervios. En seguida me puse tensa.

Cuando Noa avanzó hasta la entrada y tuvo que halarme del brazo para que yo también lo hiciera, nos topamos con una recepción (no de esas que te saludan con un "buenos" o "buenas" al inicio y menos las que dan galletitas o indicaciones), consistía en un par de chicos a la puerta del establecimiento con un montón de brazaletes rojos y azules en las muñecas, camisetas coloridas y un aspecto típico de, o una feria playera en Miami, o un 4 de julio después de la medianoche. Y enseguida nos dijeron:




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