La vida en el Búnker durante la última semana había sido como unas pequeñas vacaciones para los chicos.
Debido a la fractura de Sam en el brazo derecho habían decidido tomarse un tiempo lejos de la acción y se pasaban las horas investigando viejos libros de los Hombres de Letras, mejorando su puntería en la galería de tiro, e incluso veían capítulos de Juego de Tronos.
Toda esa relativa normalidad estaba volviendo loca a Emma. Desde que había llegado al mundo de Sobrenatural había estado tan ocupada que apenas se había planteado la posibilidad de no volver a ver nunca más a su familia y amigos.
Pero ahora que se pasaba los días encerrada entre cuatro paredes y la adrenalina había desaparecido, no dejaba de pensar en otra cosa. Cada noche, en la soledad de su habitación, rompía a llorar mientras veía las fotos de sus seres queridos en su viejo móvil.
Sentimientos encontrados afloraban de su interior. Por un lado, quería volver y dejar el mundo en el que se encontraba atrás. Por otro lado, no quería abandonar a Sam, ni a Castiel, ni siquiera al demonizado Dean. Quería ayudarlos en todo lo que pudiera sin ser egoísta por simplemente abandonarlos ahora que sabía que realmente existían y no eran personajes de ficción.
Sam, por su parte, ignoraba por completo como se sentía Emma. La chica no había mostrado nunca su debilidad frente a él. Siempre que estaban juntos ella ponía el mejor de sus semblantes y bromeaba con él. Sabía que el menor de los Winchester ya tenía suficientes problemas como para ocasionarle uno más con sus penurias.
Era de noche, y ambos se encontraban en la habitación de Sam viendo la televisión. La chica hacía rato que no prestaba atención al aparato, y notó como las lágrimas empezaban a picarle en los ojos al ver en un comercial a una mujer que le recordaba a su madre.
—Me voy a dormir. —dijo mientras se levantaba de la cama evitando la mirada de Sam.
—¿Tan pronto?
Eran apenas las nueve de la noche.
—Estoy cansada. —fingió una sonrisa mientras Sam se fijaba en sus ojos hinchados.
—Em...
—Buenas noches, Sam. —cortó, con la voz un poco quebrada, sin ganas de hablar encaminándose por el pasillo hacia su habitación.
En segundos, notó como las primera lágrimas empezaban a brotar de sus ojos y caían sin control por su rostro. Corrió hacia su habitación y de un portazo cerró la puerta mientras se dejaba caer abatida sobre el colchón.
Los fuertes pasos de la chica hacia su dormitorio y el portazo que le había seguido alertaron a Sam de que algo no iba bien.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Sam desde el otro lado de la puerta mientras Emma sollozaba sin parar—. Voy a entrar, ¿vale?
Su corazón dio un vuelco cuando vio a su amiga tan desconsolada.
—Hey, Em... —musitó mientras se arrodillaba ante ella y con el brazo sano la atraía hacia él para abrazarla, la chica apoyó su cabeza sobre el hombro del cazador—. Todo va a salir bien, tranquila.
Ninguno de los dos fue consciente del tiempo que pasaron así, en la misma postura, sin moverse hasta que la respiración de ella se volvió regular.
—Te he dejado la camisa arruinada con mis lágrimas... Perdona. —se disculpó Emma mientras se separaba levemente.
Sam le acarició el rostro secando las lágrimas que quedaban.
—¿Eso es lo que te preocupa? —le sonrió mirándola a los ojos mientras apoyaba su frente en la de ella.
No sabía que estaba haciendo, pero verla tan rota le había dañado el alma. No soportaba verla sufrir. Dirigió su mirada a los labios de la chica, se moría de ganas de besarla y de hacerle olvidar cualquier pensamiento doloroso que hubiera cruzado su mente. Pero no era justo para ella, no quería hacerle daño, en su vida no había lugar para el romance. Nunca acababa bien.
Sam, siendo más fuerte que sus impulsos, se retiró levemente rompiendo la tensión que había surgido entre ambos y la besó con suavidad en la frente mientras Emma cerraba los ojos.
—¿Estás mejor?
— Sí, yo sólo... — logró articular Emma algo aturdida tras el acercamiento entre ambos—. Supongo que necesitaba estallar en algún momento. Después de todo, esto es demasiado...
—Abrumador. Lo sé. En ocasiones hasta lo es para mí y llevo toda una vida lidiando con ello. Imagino lo mucho que debes echarlos de menos... —habló Sam que se había sentado en el borde de la cama junto a ella—. Te prometo que encontraré la manera de devolverte con tu familia aunque sea lo último que haga.
Al pronunciar esta última frase una oleada de tristeza le inundó. No le gustaba pensar en la idea de no volver a verla nunca más.