La presencia de Crowley en la antigua oficina de Metatrón estaba resultando muy incómoda para todos los ángeles. Aunque no se cuestionaron el plan y entendieron los motivos que movían a Castiel.
El ángel de la gabardina no se había separado ni un minuto del Rey del Infierno, siguiendo sus pasos muy de cerca, temiendo que el demonio se la jugará en cualquier momento.
Pero Crowley hablaba en serio. Iba a ayudar. A él también le convenía todo aquello, por lo tanto no era algo desinteresado.
Castiel guió al demonio hasta la celda en la que Metatrón había pasado los últimos meses. El escriba al sentir la presencia de un demonio no pudo evitar tensarse.
—Vaya, ya veo el problema, plumas. —habló Crowley dirigiéndose a Cas mientras señalaba el lugar con su mano—. Esto es demasiado acogedor para hacerle hablar. Suerte que podré darle mi toque personal.
—Castiel... Debes estar de broma. —se dirigió Metatrón algo nervioso al ángel—. Esto se te ha ido de las manos. Trabajando con el enemigo. ¿Un demonio en el cielo?
—Me debía una visita. Yo le enseñe el Infierno.
—Tú me has obligado a esto. —dijo Cas seriamente sin prestar atención al comentario de Crowley—. Aún tienes oportunidad de hablar, si lo haces él se irá.
—¿Va a torturarme? ¿Por eso lo has traído aquí?
—No, he venido a ver cómo está el mercado de bienes inmuebles por aquí arriba... —contestó irónicamente Crowley—. Dios no os eligió muy espabilados, ¿eh?
—¡No conseguirás hacerme hablar maldito demonio! —desafío Metatrón a Crowley—. No soy estúpido, mi silencio es lo que aún me mantiene con vida.
— Créeme, cuando empiece contigo desearás estar muerto. —sonrío Crowley maliciosamente—. ¿Vas a por palomitas y te quedas a mirar? —se dirigió esta vez a Castiel.
—Esperaré fuera. Si necesitas... algo, llámame.
—Tranquilo, me sobra imaginación. —dijo Crowley mientras entraba en la celda ante la mirada de terror del ángel preso.
Los horas transcurrieron mientras los gritos agonizantes de Metatrón llenaban toda la oficina. Castiel no sabía si estaba haciendo lo correcto, pero si algo había aprendido en esos años era que las situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas.
Tras horas, que se hicieron eternas, Crowley salió sonriendo de la cárcel celestial.
—¿Y bien? —preguntó un impaciente Castiel mientras Crowley rodaba los ojos y sacaba un pequeño tarrito resplandeciente de su traje.
— ¿Dudabas de mí efectividad? —dijo mientras movía el tarrito en las narices del ángel. -Ha cantado La Traviata entera.
—¿Qué has hecho? Esa es su Gracia.
— ¡Bingo! He hecho lo que tenía que hacer para solucionar vuestro problema celestial. —empezó a hablar el demonio—. Como ya sabes, para cerrar las puertas del cielo él usó tu Gracia. Bueno, pues para abrirlas se necesita la Gracia del ángel que lanzó el hechizo, es decir, la Gracia de Metatrón. Pero eso no es todo, el único que puede revertir el hechizo eres tú, de esa forma tu mojovolverá a ti y el suyo abrirá vuestro querido Paraíso.
—Un intercambio de papeles.
—Te daría un pin por pillaro. —le entregó el tarrito—. Aquí tienes. De nada.
Castiel la cogió mientras seguía procesando todo lo que el demonio le acababa de decir. Entendió, por fin, la razón por la que Metatrón no se había mostrado nada participativo. El precio a pagar era perder su propia Gracia.
Crowley carraspeó sacándole de sus pensamientos.
—Ha sido un placer conocer un pedacito de ático y todo eso, pero ya está resultando empalagoso para mí. Ahora que ya sabes lo que has de hacer, me gustaría que me devolvieras al piso medio del edificio...
—Claro, vamos. -dijo Cas acercándose a él, pero antes de tocarlo Crowley hizo un gesto con la mano para pararlo—. Intenta solucionar esto rápido y manda a tus amiguitos a saltar de nube en nube. Odio tenerlos pululando por ahí abajo.
Castiel ignoró su comentario y lo devolvió a la tierra. Tenía un hechizo que revertir.
***
Emma se removió en su cama mientras buscaba el lado frío de la almohada. Parecía que su cabeza iba a estallar, la resaca se había apoderado de ella.
Se levantó torpemente y se dirigió hacia el baño, tal vez una buena ducha le ayudaría a despejarse. El agua tibia caía sobre su cuerpo.
Emma se quedó un buen rato bajo la cascada mientras en su cabeza se acumulaban los recuerdos de la noche anterior. No pudo evitar sonrojarse al recordar el comentario que le dedicó Sam cuando cayó encima de él. Giró el grifo un poco más hacia la derecha, el agua tibia se convirtió en fría. Sí, eso estaba mejor. Debía dejar de pensar en Sam de esa forma, no quería que las cosas se pusieran raras entre ellos. Él era la única persona que tenía ahora.