Una Vida Sobrenatural

15. Carpe Diem

Sam y Dean se encontraban en la cocina. El mayor de ellos estaba devorando un sándwich de pavo y patatas chips. 

Después de tantos meses como demonio y sin la necesidad de comer, una de las primeras cosas que hizo Dean al volver a ser humano fue lamentarse de lo hambriento que estaba. Pese a que seguía cargando con la Marca de Caín, su apetito había vuelto. 

Emma, por su parte, se había retirado a su habitación con la excusa de necesitar descansar, aunque realmente lo había hecho para dejar algo de intimidad a los hermanos, pues estaba segura de lo mucho que tendrían que hablar.

—¿Qué pasa, Sammy? Es como si nunca me hubieras visto comer. 

—Es que he echado de menos comer con un cerdo. —bromeó el menor de visible buen humor—. ¿Cómo estás? 

Dean sabía a lo que se refería su hermano, estaba preocupado por él y por cómo iba a lidiar con toda esa culpa que ahora le perseguía tras lo que había hecho en los últimos meses como demonio.

—¿Te refieres a cómo llevo lo de haber sido un maldito hijo de puta de ojos negros? 

Sam carraspeó un poco incómodo al escuchar la pregunta retórica de su hermano el cual había dejado de comer. 

—No dejo de pensar en todas las cosas horribles que he hecho, en qué no estaba poseído cuando las hice, en qué era yo... Yo he matado a gente y he disfrutado con ello Sam. ¿Cómo estarías tú? 

—Eras un demonio... 

—No intentes justificarlo. 

—Yo tampoco he actuado ejemplarmente. Sabes lo que hice para tratar de recuperarte... Pero no puedo cambiarlo. Y tú 

—¿Y qué pretendes que haga? ¿Qué continúe como si nada hubiera pasado?

—Sólo digo que deberíamos centrarnos en el ahora Dean. Y encontrar una forma de eliminar esa marca. — se refirió a la Marca de Caín en el brazo de su hermano—. Resolverlo. Como siempre hacemos.

El mayor de los hermanos lo miró primero a él y luego a su antebrazo. Sam tenía razón, debía deshacerse de esa marca antes de que sus efectos volvieran a hacer acto de presencia. No quería volver a sentir ese instinto asesino que le había llevado a convertirse en un monstruo.

—Emma y tú debéis esconder bien la Primera Espada. No puedo volver a tenerla.

—No te preocupes, nos encargaremos.

—Estoy seguro. Parecéis llevaros muy bien... —apuntó Dean cambiando su tono serio a uno más distendido, quería cambiar de tema. 

No había pasado por alto las miradas que su hermano le dedicaba a Emma. Estaba claro que había algo entre ellos.

—Sí, las cosas se volvieron más fáciles para mi desde que ella apareció. —empezó a hablar Sam mientras una sonrisa estúpida se le dibujaba en el rostro—. Sin ella todo esto no hubiera sido posible. Probablemente seguiría igual de desquiciado y perdido que cuando descubrí que habías desaparecido. No sé qué o quién la trajo aquí, pero me hizo un favor.

—Ya veo... —Dean no pudo evitar soltar una carcajada.

—¿Qué? 

—Nada, nada... Es sólo que deberías verte la cara que pones al hablar de ella.

—No sé de que hablas. —dijo Sam removiéndose sobre su asiento algo nervioso.

—Te gusta. No te atrevas a negarmelo, Sammy. —sonrió Dean mientras apoyaba sus antebrazos sobre la mesa para mirarlo más de cerca. Sam se sonrojó levemente, carraspeando—. ¡Lo sabía! ¿Y desde cuándo...? Ya sabes...

—¡Dean! —reprendió el menor a su hermano, este último soltó una carcajada y levantó las manos en señal de inocencia.

—Entonces entiendo que nada de lo otro...

—Nos hemos besado. Una vez.   —le interrumpió Sam—.  Y eso ha sido todo.

—Bueno, por algo se empieza.

—Empezar el qué. Parece que has olvidado la esperanza de vida de mis relaciones.

—Así que estás pensando en relación y no en polvo... Vaya, vaya...

—Te odio.

—¡Vamos, Sam! —dijo Dean rodando sus ojos—.  ¿Dónde queda eso que me has dicho de centrarnos en el ahora? A ti te gusta ella, a ella le gustas tú... Además no todas han muerto, Amelia sobrevivió.

—Gracias, Dean. Eso me hace sentir mucho mejor. —ironizó.

—Carpe Diem, Sammy. Carpe Diem.

 

A la mañana siguiente.

Emma se había despertado a las seis y para aprovechar el madrugón decidió esmerarse con el desayuno. Empezó a cocinar uno de sus platos estrella, tortitas, y sonrió al pensar que los chicos agradecerían un desayuno de verdad sin necesidad de salir de allí.

Tras algunos minutos, la mesa de la cocina reunía tres platos abarrotados de tortitas y una gran jarra de café recién hecho. La chica dirigió una orgullosa mirada a la mesa mientras escuchaba como unos pasos se acercaban por el pasillo.

—Buenos días. —saludó Dean mientras entraba en la cocina—. Oh, maldición, huele delicioso



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En el texto hay: sobrenatural

Editado: 17.04.2018

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