—Hola querida.
El acento británico del Rey del Infierno resonó en los oídos de Emma.
—¿No vas a invitarnos a entrar?
—Crowley... —susurró la chica sorprendida al mismo tiempo que dirigía su mirada al suelo.
La barrera de sal que protegía la entrada había quedado rota al abrir la puerta.
—Supongo que eso es un sí. —sonrío el demonio entrando en el estudio.
Matt imitó el gesto de su rey.
—Tú... —musitó Emma, claramente conmocionada—. Has... has sido todo este tiempo un engaño.
—Así es. —se limitó a responder Matt con desdén.
—Ya ves, querida, tienes predilección por los raritos. —se burló Crowley de ella—. ¿De verás creías que ibas a poder escapar de mí?
—¿Por qué ahora? —preguntó ella completamente desubicada—. Has sabido todo este tiempo donde encontrarme. Estoy segura de que tu esbirro te ha mantenido perfectamente informado durante las últimas semanas. ¿Por qué no viniste a por mí desde el primer momento?
—Me gusta jugar. Dejarte llevar una vida tranquila, pillarte con la guardia baja mientras esperas tener una cita... Asegurarme de que tus molestos amiguitos Rocky y Bullwinkle no están aquí para protegerte... Todo forma parte del plan.
—¿Qué es lo que quieres?
—No te hagas la estúpida conmigo. Sé que Castiel te lo dijo cuando te salvó de Belial. —el rostro de Crowley cambió de expresión. Había abandonado la sonrisita burlona—. Esta vez no vas a tener tanta suerte. No importa lo fuerte que lo llames, no acudirá. Nos hemos encargado de dibujar sigilos angelicales por todo el edificio.
Emma no pudo evitar retroceder unos pasos al escuchar las últimas palabras que el Rey del Infierno había pronunciado. Estaba totalmente perdida.
—Si vienes a por la Primera Espada ya no la tengo.
—Lo suponía, pero vas a decirme donde la escondiste.
—No pienso decirte una mierda, así que ya puedes volver al maldito Infierno. —soltó la chica intentando sonar lo más firme posible pese al miedo que sentía.
Matt, que había permanecido impasible hasta el momento al lado de Crowley, avanzó a grandes zancadas en dirección a Emma.
Cogió a la joven por los hombros y la empujó contra la pared ocasionando que la espalda de la chica sufriera un fuerte golpe. Un pequeño gritó de dolor escapó de la boca de la castaña.
—¡No vuelvas a hablarle así, pequeña puta! —amenazó el joven. Sus ojos habían abandonado su gris característico para inundarse de oscuridad.
—¡Suéltala! —ordenó Crowley—. No vamos a hacerle daño. La necesito de una pieza. ¿Entendido?
—Sí, señor. —el demonio obedeció a su rey y la dejó de sujetar.
Emma estaba más sorprendida a cada minuto que pasaba. Crowley acababa de decir que no le iban a herir. Que la necesitaban.
—Bien, querida, tengo grandes planes para ti... Pero antes he de conocer ciertas cosas sobre quién eres, y puesto a que no vas a colaborar por las buenas... Lo haremos a mi modo.
Un escalofrío recorrió el cuerpo de Emma. ¿A su modo? ¿Significaba eso qué estaba hablando de tortura? ¿Acaso no acababa de decir que la necesitaban de una pieza?
—Pensé que no ibais a hacerme daño...
—¡Oh, tranquila! No vamos a torturarte. —habló Crowley sabiendo en lo que estaba pensando la chica—. Existen otros modos de meternos bajo tu piel y descubrir todo lo que queremos saber.
Entonces Emma cayó en la cuenta. Querían poseerla. De ese modo tendrían acceso a cada uno de sus recuerdos, conocerían cada detalle de su historia, sabrían dónde había sido escondida la Primera Espada...
La chica dirigió su mirada a la muñeca donde solía portar el brazalete del pentáculo.
—¿Buscas esto? —preguntó Matt mientras le mostraba la pulsera—. La perdiste durante nuestro desayuno.
—¡Oopsie! —se burló Crowley mirándola fijamente—. Esto va a ser divertido.
—Por favor, n-no lo hagas.
—No lo haré. No pienso dejar mi fabuloso traje. Él lo hará.
Matt asintió justo antes de que una espesa bocanada de humo negro saliese por su boca en dirección a Emma.
***
Los hermanos Winchester llevaban semanas intentando rastrear los pasos de Emma, pero seguían completamente ajenos a su paradero.
Castiel había mantenido su promesa con la chica y no les había informado de nada, pero las cosas acababan de complicarse. Eran las nueve de la noche y el ángel no había recibido noticias de su amiga desde hacía más de veinticuatro horas.