Dean y Emma observaban horrorizados el punto por donde el segundo wendigo había arrastrado a Sam bosque adentro. Ambos corrían en esa dirección pero sus piernas eran demasiado lentas para alcanzar a aquel monstruo.
Con las respiraciones agitadas y los pulmones ardiendo por el esfuerzo, Dean y Emma llegaron hasta un claro. Frente a ellos, una pequeña cueva se encontraba excavada sobre la piedra calcárea de lo que parecía un antigua mina abandonada.
—Ahí. —señaló él con la vista—. Debe ser su escondite.
Los dos cazadores se acercaron hasta el acceso para poder observar como en las paredes se amontonaban rastros de sangre. El mayor de los Winchester comprobó con su mano algunos de ellos hasta dar con uno que parecía ser fresco.
—Definitivamente. Sam debe estar herido. — habló limpiándose la mano en su pantalón—. Entenderé si quieres esperar fuera.
—No. Voy contigo.
—Mantente pegada a mí. —ordenó Dean—. No sabemos de dónde nos puede salir ese hijo de puta.
Emma se limitó a asentir mientras seguía los pasos de su amigo al interior de aquella lúgubre cueva. Y en cuanto pusieron sus pies dentro el fuerte hedor a putrefacción les golpeó.
—Joder, es asqueroso. Ten cuidado por donde pisas, Em. —musitó señalando con la linterna que portaba el suelo. En él, los huesos humanos se acumulaban y crujían al partirse bajo las pisadas de los dos cazadores.
Emma pudo sentir como las náuseas se apoderaban de ella. El olor en aquel lugar era insoportable y la incertidumbre por saber cómo se encontraba Sam tampoco ayudaba a hacerle sentirse mejor.
Se apoyó levemente contra la pared de piedra e intentó calmarse al mismo tiempo que Dean reparaba en ella.
—¿Estás bien?
—Sí, es sólo... el olor.
—¿Quieres salir?
—No, podré soportarlo. — le sonrío levemente Emma—. Lo encontraremos, ¿verdad?
Necesitaba algo de esperanza a la que aferrarse. Dean lo notó en sus ojos.
—Por supuesto. No te preocupes, esto no es nada para él. Además, los wendigo almacenan a su víctimas antes de... Bueno, ya sabes, de comérselas.
—Sí, ¿ pero no es extraño que dos wendigos convivan juntos?
Los wendigos eran criaturas solitarias, y si aquellos eran una excepción tal vez también lo fueran para alimentarse.
—¿Y si hay más de ellos? —agregó la chica con el pánico reflejado en su voz.
—A mí a estas alturas ya nada me parece extraño... —trató de quitarle hierro al asunto él.
Aun así, en su interior se encontraba realmente preocupado por su hermano. Emma tenía razón, ese tipo de criaturas no solía vivir en grupo.
Sin saber cómo, la historia que les había contado Sam cruzó su mente. Un excursionista experto se había perdido junto a su mujer y otros compañeros, estos últimos fueron encontrados a pedazos pero él y su mujer no.
Dean tardó poco en atar cabos. El excursionista y su mujer eran aquellos dos seres. Se había encargado de uno y ahora debía hacer lo mismo con el otro.
—Tranquila, sólo queda uno más. —respondió convencido—. Vamos, sigamos avanzando.
Emma le siguió a través de los túneles. Aquel lugar era un auténtico laberinto de galerías estrechas, donde el olor a putrefacción se mezclaba con el de humedad.
La chica hubiera jurado que daban vueltas en círculos hasta que llegaron a una especie de sala donde la luz natural del día incidía a través de una apertura circular en el techo, similar a la entrada de un pozo.
Con un rápido vistazo, Dean y Emma examinaron el lugar para darse cuenta de que ahí era donde los wendigos almacenaban a sus víctimas.
La joven entrevió la figura de Sam atada a un poste de madera. El chico estaba medio inconsciente y tenía arañazos por todo el cuerpo. Emma, alarmada corrió en su dirección.
Dean trató de impedírselo. Había resultado demasiado fácil llegar hasta allí, el wendigo estaría esperando cualquier oportunidad para atraparlos a ellos también. Pero antes de que el cazador pudiera advertirle, el monstruo apareció frente a Emma cayendo del techo y barrándole el paso, quedando así entre ella y Sam.
El fuerte rugido que salió por la boca del ser hizo a Emma retroceder hasta que tropezó y cayó de espaldas.
—¡Cuidado! —gritó Dean corriendo hacía ella para intentar socorrerla.
El wendigo, viéndole acercarse, se movió con rapidez quedando tras él. Y sujetándolo con fuerza por la chaqueta lo lanzó por los aires.
La cabeza de Dean golpeó contra el duro suelo provocándole una leve conmoción. La visión del cazador se volvió borrosa mientras buscaba en su pantalón el arma para acabar con aquel monstruo. Sus manos viajaban desesperadamente por su cuerpo tratando de encontrarla, pero esta había caído lejos de su alcance tras el impacto.