—Cas... —saludó Dean—. Algo me dice que no estás aquí para decirnos que te ha tocado la lotería, ¿hm? —agregó con pesadez mientras tomaba asiento frente al ángel sujetándose el vientre. Sam y Emma le siguieron.
—Yo no... juego a la lotería. —habló un confundido Castiel—. La probabilidad de ganar en un juego de azar como ese es de... —fue callándose al ver la cara con la que lo miraba Dean.
—Nunca pillarás el sarcasmo. En fin, ¿qué sucede?
Castiel posó su mirada azul en Emma. No sabía por dónde empezar. Aquella chica se había convertido en parte del Equipo Libre Albedrío y ahora los problemas y el sufrimiento parecían no darle tregua.
—¿Cas? —preguntó la misma devolviéndole la mirada y rompiendo el silencio—. Me estás preocupando.
—Lo entiendo. Corres peligro. —soltó sin tacto alguno el ángel.
¿Acaso existía una forma bonita de comunicar todo aquello? Lo dudaba.
Observó como el cuerpo de Sam se tensó al momento. Sintió como el pulso de Emma se aceleraba, y como Dean se limitaba a esperar alguna explicación más por su parte.
—Crowley... —se aventuró a adivinar Emma recordando el encuentro que había sufrido con el demonio.
Un escalofrío recorrió su cuerpo. Había estado tan centrada en las cacerías y en ayudar a Dean que había olvidado que el mismísimo Rey del Infierno buscaba algo de ella.
Sam notó la ansiedad de la chica y posó su mano sobre la rodilla de esta en un gesto de confort.
—Iremos a por él. Te prometí que no te haría daño.
Emma apretó la mano del cazador en respuesta.
—No es Crowley. —interrumpió Castiel—. Las últimas órdenes que dio fueron claras. Quería a la Sanadora con vida... La cuestión es que hace semanas que nadie sabe de él. Es como si se hubiera esfumado. El Infierno se ha vuelto un caos. Los demonios tienen miedo y Astaroth ha decidido dar un paso al frente.
—¿Cómo? —preguntó un atónito Dean—. ¿Por qué abandonaría Crowley su preciado trono?
—No tiene ningún sentido. —coincidió Sam—. ¿Y quién demonios es Astaroth?
—No sabemos lo que ha movido a Crowley a dejar su puesto. Pero en cuanto a Astaroth... Se le conoce como el "Gran Duque del Infierno" y junto a Belcebú fue la mano derecha de Lucifer en la creación del mismo.
—De puta madre. —bufó Dean. Tenían suficientes problemas y esos hijos de puta seguían saliendo de debajo de las piedras—. Un alto rango del Infierno... ¿Es que nunca se acaban?
—Y qué... —balbuceó Emma—. ¿Qué es lo que quiere Astaroth?
—Te quiere a ti. —respondió Castiel—. Las noticias han viajado rápido allí abajo. Conocen de lo que has sido capaz: curar a un demonio, dominar a otro y acabar con él... Y lo más importante, también sospechan que has sido enviada por Dios lo que te convierte en una gran amenaza.
—Pero si yo... —la angustia se empezaba a apoderar de ella. Hubiera preferido que Crowley fuera la amenaza, al menos lo conocía y no sonaba tan aterrador como ese tal Astaroth—. Yo no soy nadie. No tengo nada en especial.
—Ahí te equivocas. Hay algo en ti. Algo que vi desde el primer día pero que no supe reconocer por no haberlo visto antes. Y ahora que he hablado con Gabriel, y él también lo ha visto, no hay duda.
Dean miró al ángel y luego a su amiga. En su época como demonio también había observado algo especial en aquella humana y tampoco había sido capaz de identificar de qué se trataba. Pero una especie de poder irradiaba de su ser.
—Sé de lo que habla... —sorprendió a todos los presente —. Cuando era un malnacido de ojos negros pude sentir ese algo especial. Y cuando estabas sanándome... sentí miedo de lo que emanaba de ti. Era una especie de poder que no había visto nunca. No se parecía al de un ángel y tampoco al de un demonio. Era algo más... puro que todo eso.
—¿Qué estáis diciendo? —reclamó Sam algo exaltado.
—Su alma. Su alma es especial. —contestó con calma el ángel—. Es poderosa, más de lo que se haya visto nunca. Un alma humana es algo muy preciado ya de por sí, pero la tuya... —habló esta vez mirando a Emma—. La tuya es como si valiera por miles y eso conlleva un gran poder. Quizá sea eso lo que esté buscando Astaroth: hacerse con tu alma. Pero no te preocupes, el Cielo va a cuidar de ti. Eres la prueba de que nuestro padre sigue vivo y vamos a protegerte.
— Yo no estaría muy tranquilo si mi vida dependiera de los ángeles... —rió amargamente Dean—. No te ofendas Cas pero al Apocalipsis me remito.