La mañana se alzó luminosa sobre Lebanon, Kansas. En el interior del búnker el ambiente seguía agitado tras las declaraciones de Castiel, pero pese a ello, Emma había sido capaz de dormir durante unas breves horas.
Mientras la chica descansaba, Dean había revelado el plan que tenía en mente a Sam y Castiel. Usaría la Primera Espada para acabar con Astaroth puesto que no era un simple demonio.
Contrario a la creencia popular ni siquiera era un demonio per se. Aunque se le conociera como a uno de los seres infernales más fuertes, Astaroth no era otra cosa que un ángel el cual al desobedecer las órdenes de Dios y apoyar a Lucifer había sido expulsado del Paraíso, dando paso así a convertirse en uno de los primeros ángeles caídos.
Esta condición le aportaba características que lo hacían extremadamente poderoso y resistente. Por ello, la única oportunidad real que tenían de acabar con él era usar el arma de Caín.
En un primer momento la idea del portador de la marca no fue acogida con gran entusiasmo por Sam, este temía los efectos que la Primera Espada pudiera ocasionar en Dean. Había visto en lo que se convertía su hermano cuando la usaba y no era algo agradable de volver a ver. Pero, por desgracia, ese plan era lo único que tenían para poder salvar a Emma de las manos del Infierno, así que irían con él hasta el final.
Los tres amigos se encontraban reunidos en la cocina, la Primera Espada yacía sobre la mesa después de que Castiel hubiera ido a por ella. Dean no podía evitar observarla mientras sentía unas terribles ganas de blandirla, por ello decidió levantarse de la mesa y poner algo de distancia con ella.
—¿Cómo encontramos a ese hijo de puta? — preguntó apoyándose en el mueble de la cocina.
—Cierto...— susurró Sam—. ¿Existe algún tipo de invocación qué podamos usar?
—No, no funcionaria. —respondió el ángel.
—Fantástico. —ironizó Dean.
—Puedo encargarme de rastrearlo con la ayuda de Hannah y de otros ángeles. Resultará más fácil para nosotros encontrarlo. En cuanto tengamos su ubicación os lo haremos saber e iremos a por él.
Sam y Dean asintieron al mismo tiempo que un aleteo resonó por toda la habitación. El ángel se había marchado.
—¡Apestas en las despedidas, Cas! —exclamó Dean mirando hacia el techo—. En fin, deberíamos aprovechar la ocasión y hacer un viajecito a Iowa.
El menor de los Winchester pilló al vuelo a que estaba refiriéndose su hermano.
—Para encargarte de Caín ahora que tenemos la espada.
—Exacto.
—¿Estás seguro de todo?
—No es como si tuviéramos otra opción... Caín fue claro, quiere morir. Si ahora que he recuperado la Primera Espada no voy a por él... Él vendrá a por nosotros. Sam, no estamos en condiciones de sumar un enemigo más a nuestra lista.
—Lo sé, es sólo que he visto el efecto que la espada tiene sobre ti y no quiero que vuelvas a pasar por ello.
Dean sonrío tristemente al ver la preocupación con la que hablaba su hermano.
—Créeme yo tampoco quiero. Pero es lo que debo hacer.
Unos pasos se oyeron por el pasillo y fueron los causantes de que la conversación entre los Winchester terminara. Ambos se mantuvieron en silencio hasta que las puertas de la cocina se abrieron para recibir a Emma.
La chica, nada más entrar en la habitación, fijó su atención en el arma que reposaba sobre la mesa y su sorpresa no pudo ser ocultada de su rostro.
—¿Qué hace eso aquí? —preguntó primero mirando a Sam, el cual seguía sentado, y luego a Dean, que se mantenía de pie frente a ella—. -No estarás pensando en usarla, ¿verdad?
—Eso es exactamente en lo que estaba pensando. —respondió Dean directamente—. Voy a matar a Caín y después haré lo mismo con ese tal Astaroth.
—¿¡Qué!? ¡Ni hablar!
—Emma... —interrumpió Sam—. Escucha es el mejor plan para protegerte.
—¡No, no! No quiero que vuelvas a pasar por todo eso, Dean. Y mucho menos por mi culpa. No quiero que ninguno de los dos os sacrifiquéis por mí.
—¿Y qué esperas que hagamos? —preguntó retóricamente el portador de la marca—. ¿Quieres que te sirvamos en una bandeja de plata al Gran Duque del Infierno? ¿O prefieres entregar tu alma al coro celestial? Tienes pocas opciones, así que perdona si nuestro plan para salvarte la vida no acaba de gustarte, pero eres parte de la familia y no hay nada que no haríamos por ti.
—¡Tal vez ese sea el problema! —las dudas sobre su verdadero papel en toda aquella historia seguían presentes tras las revelaciones de la pasada noche. Nunca se había sentido tan pérdida como en aquellos momentos.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Sam con calma, tratando de sosegar el estado alterado en el que se encontraba ella.