Una Vida Sobrenatural

33. La desertora

 

"Lo que haces es lo que eliges tú. Lo que eres es lo que te elige a ti"

 

***

 

El viento se colaba a través de la ventanilla bajada del Impala provocando que los largos cabellos de la cazadora se arremolinaran sin control.

Emma conducía velozmente por una carretera secundaria mientras repasaba en su mente su plan, podía ser que el destino barajará las cartas pero ella iba a decidir cómo jugarlas.

Tenía claro que no estaba dispuesta a aceptar la propuesta de Astaroth. Pero tampoco estaba dispuesta a seguir investigando sobre una manera alternativa de deshacerse de él cuando ya existía una: cerrar las Puertas del Infierno.

La idea le aterraba aunque, si Castiel estaba en lo cierto, ella era capaz de pasar las pruebas sin morir en el intento y aquello le bastaba para cumplir con su parte. Aún así, las pruebas seguían siendo muy duras y necesitaría ayuda para llevarlas a cabo...

Y Sam y Dean estaban fuera de esa ecuación, los conocía demasiado bien como para saber que nunca hubieran aceptado que ella las realizará. Por esa razón había tenido que dejarlos atrás. Debía buscar ayuda en otro lugar.

Emma paró el coche a un lado de la polvorienta y solitaria carretera. Al bajar del vehículo y observar el cruce de caminos en el que se encontraba soltó un largo suspiro y deseó que su intuición no le fallará. Con paso decidido se dirigió hasta el maletero del Impala y se sirvió de todo aquello necesario para llevar a cabo su plan.

Con spray rojo dibujó una gran trampa del diablo ocupando toda la intersección, justo en el medio de esta, enterró una foto suya junto al resto de ingredientes necesarios para llevar a cabo el ritual de invocación. Por último, se armó con el cuchillo de Ruby en su mano derecha.

—Demon esto subjectus voluntati rex.

A los pocos segundos el demonio que acababa de invocar apareció justo en frente de sus narices.

—Admito que esto no lo he visto venir... —ladeó la cabeza él al observar quien había osado invocarlo—. ¿Y tus guardaespaldas?

—Cállate, Crowley. Tengo una propuesta que hacerte.

—Bueno... —respondió él al ver que estaba atrapado dentro de aquel círculo—. Supongo que soy todo oídos.

 

Atlanta, Georgia.

Los hermanos Winchester seguían los pasos de Emma muy de cerca gracias al dispositivo que Dean había instalado en su Impala.

La joven había conducido sin parar desde su huída y eso le aportó ventaja sobre los chicos. Sin embargo, el punto que marcaba su localización en el móvil de Dean había dejado de moverse y los Winchester se encontraban a escasos minutos de su posición.

—Toma el siguiente desvío. —indicó Sam observando la pantalla del móvil de su hermano—. Ha dejado de moverse.

—¿Dónde está?

—A unas 35 millas desde nuestra posición. En la carretera Sardis. —informó el menor estudiando el mapa—. Es extraño, no hay nada alrededor. Ni una gasolinera, ni un bar...

—Tal vez este cansada de conducir.

—Esto no me gusta, Dean.

—Es bueno para nosotros que haya parado. Nos da la ventaja que necesitamos para alcanzarla e impedirle que cometa cualquier locura.

—¿Crees qué va a decirle que sí a Astaroth?

—Quiero creer que no pero... —la verdad es que no podía negar que esa posibilidad había cruzado su mente.

—Lo sé. A mí también se me ha pasado por la cabeza... Pero no la culpo. Astaroth le ha asegurado devolverla junto a su familia sin necesidad de dejar atrás su alma. Es más de lo que ninguno de nosotros podemos prometerle.

—Sí, pero... ¿A qué precio? Sam, él quiere usarla para abrir la maldita jaula de Lucifer. Emma sabe lo que eso supondría para todos nosotros, ella sabe el sacrificio que tuviste que hacer para detenerlo una vez... Si está dispuesta a aceptar la propuesta de Astaroth deberíamos plantearnos... —volvió a callar.

Le dolía pensar en que su amiga, la chica que le había devuelto la humanidad meses atrás y que se había convertido en familia, estuviera dispuesta a traicionarlos de aquel modo.

—¿¡Qué!? ¿¡Matarla!?

—¡No! Por supuesto que no. No iba a decir eso. Por el amor de Dios, Sam. Ella es como una hermana para mí. Sólo pensaba en detenerla.

—... Lo siento. Estoy demasiado nervioso.

—Está bien, Sammy.

Media hora más tarde los hermanos llegaban al punto que marcaba el GPS.

—¿Es aquí? —preguntó Dean escrutando la solitaria carretera que se extendía frente a ellos.

—Sí, deberíamos estar a punto de ver el coche... —contestó Sam a su lado mientras Dean tomaba una curva a la derecha—. Fíjate. Ahí delante.

El Impala estaba estacionado a unos metros de su posición.

—Qué demonios... —murmuró al bajar del coche y observar la inmensa trampa pintada en medio del cruce de caminos.



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En el texto hay: sobrenatural

Editado: 17.04.2018

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