El Chevrolet Impala del 67' recorría sin descanso una larga carretera secundaria dejando cientos de millas a sus espaldas.
Hacía dos semanas que el trío de cazadores había vuelto a la acción recorriendo el territorio del país en busca de casos que resolver. La propia Emma había sido la encargada de proponer el plan para pasar más tiempo junto a Sam y Dean antes de decirles adiós para siempre.
La salud de la chica se había comportado durante la primera semana, pero con la entrada de la segunda una tos seca había empezado a hacer estragos en ella haciéndole sentir cada vez más débil. Fue entonces cuando comprendió que su gira de despedida había terminado y que debía finalizar las pruebas cuanto antes.
Mientras tanto, los hermanos Winchester seguían completamente ajenos a las consecuencias que tendría para su amiga el seguir adelante con la idea de cerrar las Puertas del Infierno. Sam y Dean continuaban pensando que Emma aun era inmune a las pruebas gracias a su alma especial, y desconocían totalmente que esta ya no lo era después de que Castiel la hubiera dividido en dos.
Emma se encontraba acostada en el asiento trasero del vehículo inmersa en un profundo sueño, aún les quedaban varias horas por delante hasta llegar al búnker así que aprovechó para pegar una cabezadita y hacer más llevadero el viaje de vuelta.
Sam hacía lo propio contra la ventanilla del copiloto dejando al mayor de los Winchester como el único con los ojos abiertos mientras conducía su preciado bebé.
De vez en cuando la mirada de Dean abandonaba brevemente la carretera para fijar su atención entre su hermano y la chica. Entonces, sin poder evitarlo, una sonrisa de satisfacción se curvaba en sus labios.
Parecía que por primera vez en mucho tiempo las cartas podían estar jugando a favor de todos ellos. Emma había vuelto a ser la de siempre, aquella chica risueña y dulce que tanto les había ayudado en el último año; la que había estado junto a Sam cuando él no pudo estarlo; la que les había devuelto la esperanza en tantos momentos... En definitiva, la chica sin la cual los hermanos ya no podían imaginarse su pequeña y peculiar familia.
El mayor de los Winchester creía las cosas iban a salir bien. En unas horas las Puertas del Infierno podrían estar cerradas librándose así de todos los malditos demonios contra los que habían estado combatiendo a lo largo de sus vidas. De todos aquellos hijos de puta que tanto daño habían causado, y lo mejor de todo es que no tendrían que perder a nadie por el camino porque el alma de su amiga era capaz de sobrevivir.
Tarareando por lo bajo una canción de Led Zeppelin, el cazador pisó más a fondo el acelerador haciendo que los neumáticos del coche chirriaran contra el asfalto. Ignorando que la suciedad que se acumulaba en aquel tramo de carretera iba a ser la causante de provocar un pinchazo en una de las ruedas de su amado Impala.
El reventón sorprendió a Dean provocando que por unos momentos perdiera el control del coche.
—Mierda. —maldijo pegando un volantazo para recuperar el dominio del vehículo.
El brusco movimiento despertó a Sam y Emma al momento, el menor de los Winchester apoyó rápidamente sus manos en el salpicadero del coche mientras la chica se incorporaba torpemente sobre su asiento.
—¿Todos bien? —preguntó Dean aminorando la marcha para detenerse en el arcén.
—Eso parece. —respondió un adormilado Sam, girándose para comprobar el estado de su chica—. ¿Qué ha sido eso?
—Creo que hemos pinchado. —respondió Dean antes de salir del coche—. Sí, perfecto. —resopló irónicamente al comprobar que sus sospechas eran ciertas. La rueda trasera de la izquierda había quedado reventada.
Sam y Emma se unieron a él en el exterior del vehículo para comprobar que no podían seguir recorriendo su camino con el neumático en aquel estado.
El cazador de pelo corto se encontraba agachado al lado del reventón maldiciendo su suerte, la ansiedad por ver a su bebé herido era notoria en su rostro.
—Creo que deberías dejar de lamentarte y mover el culo antes de que la llanta empiece a deformarse... —bromeó Emma dándole un golpecito en el hombro, pero este apenas la miró. Estaba muy cabreado en aquellos instantes.
—No llevamos rueda de repuesto. —informó Sam a la chica con una sonrisa.
—Exacto. No es como si tuviéramos espacio con toda la mierda que llevamos en el maletero.
—De acuerdo... —asintió Emma mordiéndose el labio para evitar la risa.
Ver al mayor de los Winchester a punto de sufrir un ataque de ansiedad por aquella razón era una de las cosas más divertidas que había experimentado.
—Ahora entiendo tu humor de perros. Supongo qué tampoco pagaréis un seguro de asistencia en carretera, ¿verdad? —Sam negó con la cabeza—. Pues tendremos que caminar hasta el siguiente pueblo. —propuso señalando un letrero cercano que anunciaba la siguiente población a una distancia de 2 millas.
—Pleasant Hill. Sí, seguro que habrá un taller con ruedas... Pero debemos empezar a movernos antes de que anochezca y nos lo encontremos cerrado.