En la vida de todo niño quizás hubo un pequeño acompañante de cuatro patas, canino o felino, en mi caso tuve a lulú, una perra de mezcla fox terrier y un gato muy feo hasta pulguiento, que nadie quiso adoptar. Estos dos animales llegaron en mi pubertad y hoy con 26 años de edad, siguen a mi lado.
Hace unos días he estado cuidando mucho más a lulú, lamentablemente ha quedado ciega por su vejez, aparte de otras complicaciones de salud más graves. Una que otra vez pienso en darle aquella inyección letal, sin embargo, siento que aquello seria cruel, más bien, doloroso. Debería de pensar en el bienestar de ella, pero, ¿alguien entiende lo que es tener a un animal que te ha dado risas, rabia, llantos cuando se enferma?, etc…Es parte de la familia. Aun puedo recordar como mi madre le gritaba –¡¡ LULÚ SUELTA AL GATO!!- porque lo mecía de un lado a otro de la oreja del pobre felino. Realmente no quiero hacerlo, no quiero dar el pase para que el medico aparezca en la puerta de la casa con su traje verde y me diga: -ya es hora-. Quisiera volver al pasado y verla correr, tenerla en mis brazos con su nariz húmeda y sus ojos de perro tierno, sus orejas pequeñas, sus manchas de vaquita, porque así le decimos: -la vaquita lulú-.
Lloraré y apoyare a mi madre que llorará tanto.
Lulú, no es que no te queramos, es que te amamos y eres tan importante en nuestras vidas que no queremos verte sufrir más, ya son 14 años contigo, 14 años que jamás olvidaremos.
Hablare con el medico por la mañana […].