Una voz hermosa 2

7. Escudos y espadas

Qué rápido pasa el tiempo, ¡el cumpleaños de Vincent será en unos cuantos días! Y por su puesto que tengo el regalo perfecto para él. Se me quedó grabado el consejo de Owen sobre regalar experiencias y lo que encontré hace unos días, es algo más que perfecto para esta ocasión. 


Sé lo mucho que Vincent ama patinar; así como en el hielo, domina perfecto el patinaje sobre el suelo común, pero prefiere muchísimo más la otra opción. Por temas de movilidad, temperatura y la capacidad para hacer múltiples cosas sobre la superficie resbalosa, cosas que no entiendo del todo, pero respeto. El problema es que en esta ciudad no hay lagos y mucho menos climas tan bajos como para que llegue a nevar. 


Hace unos días encontré un centro donde hay una pista de hielo y ¡está todo el año! Es artificial, pero funciona para lo que necesito. Mi plan es llevarlo ahí y que se la pase bien un rato, estoy cien por ciento segura de que le va a encantar; no es un lugar tan concurrido como para sentirte incómodo, así que va a poder ir de aquí allá sin tener que tropezar con alguien. Bien pude esperar hasta ir a ese lugar para rentar unos patines, pero... en alguna ocasión, él mismo me dijo que uno se suele adaptar tanto a su propio equipo, que usar otro puede hacerte sentir extraño. Es por eso que decidí hablar con James. 


Una charla más tarde, accedió a enviar los patines por paquetería. Llegarían a mi casa, así que Vincent no se enteraría de nada. El paquete podía ser ubicado en cualquier momento y yo estaba impaciente porque llegara. Tanto, que estaba al pendiente del timbre para recibir yo misma al trabajador. 


Estaba viendo el televisor cuando el timbre sonó; salí disparada hasta allá y abrí la puerta con emoción, ni siquiera dejé a la señora de servicio llegar primero. Mi enorme sonrisa desapareció cuando me encontré con una familia, me quedé pasmada. El padre, quién iba hasta el frente, me saludó con la misma alegría; me dio un gran abrazo pensando que yo estaba muy feliz de verlos, cuando la verdad era otra. La señora de servicio dijo que mi papá los esperaba, así que los integrantes fueron pasando uno por uno. Entonces habían sido invitados... 


Quise darle menor importancia y echar otro vistazo con la esperanza de ver el camión de entregas por ahí, cuando choqué con alguien más. No tardé el sentir algo pegajoso en gran parte de mi cuello y en un par de segundos, mi olfato detectó una fragancia masculina familiar:


—¿Debería agradecer el gesto amistoso aunque se haya entorpecido? 
—Dylan... 


Traía unos postres de chocolate en sus manos, por eso es que al impactarme con él, sin querer embarré en ambos un poco del mismo chocolate que hacía de cobertura.


—Lo lamento, no era mi intención.
—Está bien, no pasa nada, —sonrió— un descuido lo comete cualquiera. 


Disimuladamente eché un vistazo atrás de él, pero no vi a ningún repartidor cerca. 


—De todos modos, estando emocionado uno hace muchas cosas. 
—¿Eh?
—El gesto de hace un momento, el que tuviste con mi padre... fue un acto de emoción tuyo, ¿no?
—No... yo estaba...
—Entonces, ¿creer que estabas feliz porque mi familia vino a visitarte no es una idea acertada? 
—Exacto, yo esperaba a alguien más. 


Sonrió y bajó la mirada al desastre que era su ropa. 


—Me conformo con pensar que esto podría considerarse un dulce abrazo —rio al intentar remediar la suciedad.
—Déjame ayudarte con eso. 


Lo invité a pasar (no sin antes mirar por última vez la calle) y lo dirigí al baño de invitados. Después de todo, se había embarrado por mi culpa. Le di una toalla húmeda y mientras, yo preparé otra para limpiar mi cuello. 


—Te lo agradezco, Amber.
—Solo espero que tu ropa fina no se vuelva inservible.
—No soy materialista, —rio— esto... con una lavada se quita, aunque, para la charla que vamos a tener, esto no es muy presentable.
—¿Charla?
—Ya sabes, mi familia tiene negocios con la tuya, será tu primera experiencia. 


Me quedé callada y mostré un poco de confusión. 


—Solo debemos escuchar, es todo —dijo como respuesta a mi gesto. 
—Entiendo... bueno, algunos de tus postres se salvaron, les gustarán a los presentes.
—Lo único que me interesa es que te gusten a ti, los traje para ti. 


Lo miré en silencio con indiferencia. Sé que alguna vez dije que ser chantajeada con chocolate no me importaría, pero no tengo ningún interés de recibir chocolates de este chico. No siento nada, ni siquiera emoción por el postre. 


—Pues te lo agradezco, pero solo gastas tus ideas y dinero.
—Me gusta más usar la palabra "inversión". Los gastos no existen, todos tienen un fin. Creer lo contrario es una idea pesimista.


Comencé a limpiar mi cuello sin dar mucha importancia a su comentario. 


—Ver tu piel llena de chocolate me hace imaginar ciertas cosas.
—¿Disculpa?
—¿Lo dije o lo pensé? —preguntó simpático.
—Lo dijiste —contesté con un poco de molestia. 


Rio y bajó la mirada. 


—No puedes culparme por sentirme así, Amber, estando con una chica tan linda, en... un lugar a solas, hace que mi imaginación vuele.
—Pues pon atención a los semáforos en rojo de mi voz y deja de volar —enjuagué la toalla con la intención de irme. 
—Espera, —tomó mi mano y me detuvo— no te enojes. Lo último que quiero es que te molestes conmigo. 


Noté de inmediato que intentó entrelazar su mano con la mía, no tardé en arrebatársela. 


—Para tu sorpresa, es lo único que estás logrando —la paciencia se me acaba. Giré la perilla, pero me interrumpió de nuevo. 
—No te vayas, —empujó la madera y cerró la puerta— hablemos un poco.
—Hablaremos bastante en la reunión —insistí en irme.
—Sabes que no me refiero a eso —la empujó de nuevo. 




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