Una voz hermosa 2

13. Inútil superstición

Intenté contenerme, pero mis ganas por Vincent crecen más y más con cada día que pasa; no me he ido de su departamento por querer disfrutar el efecto placebo que su compañía me da. Hoy es una nueva mañana, apenas despertamos y yo no quiero que se vaya a trabajar. Ya sé... no tengo llenadera. 


—¡Cinco minutos más! —exclamé en una plegaria al estar subida en su espalda—. ¡Estás calientito!
Tengo que ir a trabajar. 


Me comporté igual que chicle seco. No sé cómo logró alistarse conmigo cerca todo el tiempo. Usé el besuqueo como arma para anclarlo a mi lado, pero aún no logro pulir mis técnicas de seducción y eso lo hace resistirse.


Ya debo irme.
—No...
Llegaré tarde.
—Son solo diez minutos, tienes tolerancia.
Eso no es justificación para no ser puntual —quiso ceder a mis encantos por un momento, pero reaccionó antes de caer en el hoyo negro que cree para él lleno de abrazos y besos—.Volveré temprano, lo prometo. hoy solo debo asistir medio turno. Haremos lo que quieras cuando regrese.


Al no encontrar otro modo de hacer que se quedara, me resigné a dejarlo ir. 


Oye, tengo algo para ti —sacó de su llavero una llave y me la extendió. 
—¿Es tu llave del departamento?
Es una copia y es tuya. No me gustaría que te quedaras aquí encerrada todo el día, sal si quieres o si lo necesitas. Igual si quieres volver otro día, puedes entrar con confianza.
—Esto es como entrar a tu habitación —sonreí ilusionada—. ¿Y si te meto en otra maleta como opción para que tú también entres a mi cuarto? 
Tal vez —rio y me dio un beso. Partió a su trabajo y aquí me quedé, en el sillón frente al televisor, perdiendo el tiempo. 


Llevó media hora buscando un canal que me interese, entonces mi celular sonó producto de un mensaje, es Dylan:


—Hola, Amber, ¿cómo estás? —hasta me da miedo contestarle. 
—Bien, ¿y tú?
—Igual, gracias, muy emocionado. Mi familia y yo comenzamos a trabajar en un proyecto nuevo. Vamos a invertir en una idea novedosa: convertir las botellas de plástico en gasolina.
—¿Eso es posible? —admito que me causó impresión la idea.
—Según los intentos y pruebas que hemos visto, sí. Suena como algo prometedor: contrarresta la contaminación excesiva y da seguimiento a un proceso de reciclaje, por eso aceptamos ayudar a hacer más grande la idea. Quería preguntarte si quieres apoyar.
—¿Y cómo podría hacerlo?
—Estoy en el centro de la ciudad dirigiendo a un grupo recolector, recibimos botellas de plástico o desechos de este mismo material. 
—Entiendo... pero no estoy en mi casa y no me dejan acercarme a la basura. Puedo decirles si quieres, separan los desechos, así que debe haber una cantidad que te sirva.  


Llegué a creer que mi poca negatividad no le agradó, pues se tardó un momento en contestar:


—O con algún amigo que tengas en la ciudad, incluso con tu novio —¿desde cuándo no lo llama por su nombre? Parece que lo único que busca es que yo vaya—. No me malentiendas, solo quiero que el llamado llegue a más gente. Te lo agradecería mucho. 


Eché un vistazo a los desechos de Vincent: no son muchos, pero sí hay uno que otro plástico separado. 


—Bueno, es por una buena causa —me dije—. Está bien, —contesté su mensaje— veré qué puedo hacer. 


Puso una carita feliz como respuesta, ojalá que pueda progresar con su proyecto como lo desea. Arreglé las dos bolsas que logré llenar y me detuve un momento en la puerta antes de salir; no me siento segura de hacer esto. ¿No querer estar sola cerca de Dylan es algo preocupante? Es solo que no me siento con ganas de evadir sus comentarios. Por más ocupado que esté no dudo que aproveche cualquier oportunidad para hacer referencia a sus intereses personales; me encantaría estar equivocada. Un momento... no estoy sola. ¡Ya sé! Dylan dijo que si podía pasar la noticia con amigos era mejor, le haré caso. 


Saqué mi celular para hacer una llamada, el teléfono sonó por cinco segundos y me contestaron.


—Hola, Drake — exclamé animada por escuchar la voz de mi salvación.
—¿Qué hay?
—¿Dónde te encuentras? ¿Estás en la casa de Owen?
—No, estoy en la calle.
—¿Estás muy ocupado?
—No, solo me estoy quitando la mierda del zapato. 


Fruncí el ceño por lo extravagante que fue su respuesta. ¿Escuché bien? 


—¿Estás... limpiando tu zapato embarrado de... excremento?
—Sí, ya ves, desgracias de la vida.
—No creí que hablaras en serio.
—Ojalá no fuera en serio. Esto huele... puf. 
—Perdona el morbo, pero, —no pude evitar dejar salir una pequeña risa— ¿cómo limpias tu zapato en medio de la calle?
—Con mi súper kit contra mierdas inesperadas. Consta de una botella de agua que siempre cargo conmigo para el calor y una hoja de árbol que encontré en el suelo. Lo voy a patentar. 


Volví a reír de solo imaginar su proceso; este chico no deja de ser ingenioso aún en una situación comprometedora y... un tanto olorosa.


—¿Y cómo vas?
—Es difícil agarrar el teléfono y hacer esto sin ensuciarme la mano. Todo por gente maleducada que no sabe recoger las gracias de sus canes... pero dime, ¿qué puedo hacer por ti?
—Quería saber si podías acompañarme a dejar unas botellas de plástico a un centro de recolección. ¿Recuerdas al chico problema?
—Sí.
—Pues es un proyecto de su familia. Igual y pensé que podría haber uno que otro plástico en la casa de Owen; recuerdo que su familia también separa los desechos. 
—Tienes razón, ahora que lo dices creo haber visto una bolsa grande de botellas... está bien, iré contigo. 
—Gracias —dije aliviada. Menos mal, así no iré sola. Cualquier cosa que suceda, sé que puedo confiar en su astucia para sacarme del apuro—. Voy por ti a la casa de Owen y de ahí nos vamos.
—Ya acabé, —suspiró satisfecho— de acuerdo, allá te veo. 




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