Una voz hermosa

3. Extraña complicidad

Pasaron un par de días y al revisar los mensajes en mi celular me encontré con un número desconocido, afortunadamente es la respuesta que tanto esperaba. Un chico me contactó para decirme que es el dueño de Toffee, había visto mi publicación y de inmediato la reconoció.

Después de algunos mensajes quedamos de vernos en la ciudad dentro de algunas horas para el bonito reencuentro, no hubo ningún mensaje de voz o llamada, pero en definitiva el chico está emocionado. Dejé el teléfono sobre la cama y me dispuse a buscar a Toffee para llevarla al auto, pero como era de esperarse no está en mi habitación.

Sé que dije que iba a mantenerla aquí conmigo, pero es más escurridiza de lo que pensé. Estoy segura de que aprendió a abrir puertas en su casa, porque siempre me aseguraba de cerrar la mía cada vez que salía y al regresar, ella estaba afuera como por arte de magia. No me preocupo porque ya sé dónde está y sí, es en el mismo lugar de antes. No parece querer explorar más allá del pasillo, simplemente va a la puerta de enfrente y busca la forma de entrar.

Admito que la segunda vez que la perdí volví a entrar en pánico, estuve dando vueltas por toda la casa como una completa loca, no podía quedar mal con James. Busqué incluso debajo de cada una de las alfombras, detrás de cada sofá… no tardé en darme cuenta de que estaba desperdiciando mi tiempo. Casi azoté la puerta de Vincent al abrirla por la desesperación e igual a la primera vez, ella estaba muy a gusto con él.

Por un lado me molesté porque Vincent nunca me mencionó que estaba en su habitación, ni siquiera cuando me vio poner la casa de cabeza, porque sí, estuvo muy atento a cada uno de mis movimientos y cínicamente me daba ideas de donde más buscar. Supongo que igual yo apoyé su diversión… de tonta le hacía caso y me motivaba a seguir con la búsqueda; apuesto a que deseaba sacar unas palomitas y comerlas mientras yo la hacía de su payaso. A veces no entiendo cómo le es tan fácil jugar con mi cabeza… pero eso es otro asunto.

Volviendo a Toffee, supongo que Vincent le recuerda a su dueño y por eso busca su compañía. De hecho, tiene la extraña y cómica manía de aferrarse a su brazo, fueron varias las ocasiones en las que tuvo que interrumpir sus lecturas o quehaceres por intentar consentirla y mantenerla contenta. Cuando él la carga, suele ronronear muy fuerte, en cambio, conmigo no hace ningún ruido. También suele hacer un drama cuando debo llevarla a mi habitación para dormir, insiste en quedarse con él a base de “berrinches gatunos” y si no se lo permito todo se convierte en un cuento de nunca acabar. Creo que los gatos también tienen preferencias con las personas… y también alguna que otra maña.

Toqué la puerta de Vincent y me permitió entrar tras un par de golpes en la pared (es una de las muchas claves que desarrollamos a lo largo del tiempo), inmediatamente vi a la gata dormida en la silla.

—Lo siento.

Interrumpió lo que hacía en un pequeño librero y volteó a verme:

—¿Por qué te disculpas?
—Durante estos dos días no pude cumplir con mi palabra de «mantenerla en mi habitación».

Siempre tuve que venir a traerla contigo.

No me molesta que esté aquí, es muy tranquila y no hace ruido.
—Sí, claro, como tú le agradas no te hace ningún berrinche.

Me sonrió burlón. Aproveché que Toffee estaba dormida para cargarla:

—Te agradezco por ayudarme con todo esto, sin tu ayuda no se me hubiera ocurrido algún modo de mantenerla tranquila en estos días.
—No es nada.
—Adivina. Su dueño me contactó hace un rato y quedé de llevársela a la ciudad.
Qué bueno, estará en donde pertenece. —Se acercó para acariciar su cabeza y regresó a sentarse en la cama con un libro en la mano.
—¿No te quieres despedir?
Si se despierta tendrás problemas para llevártela.
—Quizás tengas razón, me daré prisa.

Asintió y se recostó para empezar con su lectura. Salí del cuarto al cerrar la puerta detrás de mí y tomé mi bolsa para ir directo al coche.

Resumiendo lo que pasó en las próximas cinco horas, llegué al punto donde había quedado con aquel chico. Se demoró unos cinco minutos en llegar, pero cuando lo hizo se acercó con desesperación. A juzgar por su expresión, pude deducir que estaba preocupado y ansioso. Preguntó por Toffee y cuando me di la vuelta, vi a la mencionada con las patas apoyadas en la puerta, pude escuchar su maullar desde afuera. Apuesto a que reconoció la voz de su dueño de inmediato.

Abrí la puerta y él la tomó en sus brazos casi a punto de llorar. Lo que provocó el extravío fue más común de lo que pensé. Toffee terminó en ese lugar al lado de la carretera porque saltó por la ventana cuando el coche estaba en movimiento. Supongo que el piloto del auto donde ella iba no se percató de su ausencia hasta tiempo después, pero no lo culpo, es muy sigilosa.

El chico apenado esperaba que no hubiera sido una molestia para mi cuidarla durante estos días, ya que es una gata muy desastrosa, pero le asombró escuchar que no hubo ningún problema. Definitivamente no entiendo a los gatos.

Volvió a agradecerme y antes de irse me extendió un sobre con dinero. No supe cómo reaccionar al principio, no habíamos acordado en ningún momento la entrega de algún tipo de recompensa. Me negué a aceptarla, pero insistió. Yo no lo necesito ni lo exijo, pero supongo que él lo ve como un pago por quitarle una gran angustia de encima. Terminé por acceder, se ve muy feliz como para arruinarle el día con esto.

Me despedí de Toffee y ambos tomamos caminos diferentes.

Llegué a casa y me senté en el sillón.

—¿Y ahora qué hago?

Saqué el sobre con el dinero de mi bolsa y después de verlo por algunos segundos me llegó una idea. Subí las escaleras con un poco de entusiasmo, toqué la puerta de Vincent y no le di tiempo de saludar, simplemente le extendí la mitad de los billetes. Me miró extrañado y retiró los audífonos que traía puestos.




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