Una voz hermosa

4. La delgada línea entre por qué y para qué

Después de que Vincent subiera no volvió a bajar ese día, ni siquiera para cenar. Quise tocar su puerta en varias ocasiones después de lo sucedido, pero solo me quedé parada con los nudillos casi rozando la madera.  


Pensaba en sus palabras de la conversación en el coche y sentí una estocada en el corazón al comprenderlas con claridad. Si cualquier otra persona me dijera algo parecido a lo que él, lo tomaría por loco, seguramente existen fobias a algo tan común como una carretera, pero ese no era el caso de Vincent. Después de analizarlo por un rato entendí que su temor está relacionado con lo que vivió en su niñez, era justamente lo que había dicho, "el escenario".  


Cuando James nos habló del accidente dijo que Vincent presenció todo desde el asiento trasero. Probablemente, además de sentirse aterrado por el impacto, por ese silencio súbito que se rompió tan abruptamente, escuchó un último aliento entre tantos sonidos. Ver el cuerpo sin vida de tu madre a pocos centímetros, saber que no puedes hacer nada, ni siquiera gritar... es algo que te deja marcado de por vida.  


Yo tuve que alejarme de mis padres y de todo lo que conocía, pero no puedo comparar las situaciones, no había forma.  


James también se veía un tanto afligido y mostró preocupación cuando le dije que Vincent no había salido de su habitación en varias horas. Al terminar la cena fue con él, supongo que hablaron del caso, pero dicha plática se alargó hasta pasar la media noche. No la escuché, obvio, pero me quedé dormida y no oí su puerta abrirse.  


Al otro día, James y Darlene se fueron a trabajar como de costumbre. Me sentía impotente, no sabía cómo apoyarlo, ni qué hacer. Busqué en internet cómo ayudar a una persona durante su duelo y encontré varias opciones, pero se me dificultaba bastante aplicarlas en esta situación.  


«Ofrecer apertura a la comunicación, mostrar interés a lo que la persona quiere compartir.»  


De por sí es un chico cerrado, si no comparte cosas simples conmigo, mucho menos va a querer abrirse con este tema tan delicado. Esto aplicaba para otro de los puntos.  


«Escuchar realmente a alguien que está sufriendo, con cariño y cuidado, es una ayuda fundamental y de gran valor.»  


Hace tiempo, cuando aprendía más sobre la condición de Vincent, leí que hay aspectos positivos y negativos, como con la mayoría de las cosas. Uno de los negativos era que encuentran difícil hablar sobre sí mismos y expresar sus sentimientos. ¿Cómo se supone que lo escuche?  


«Reconforta más un acompañamiento en silencio o una mano en el hombro que una frase hecha.»  


Estoy segura de qué sabe que cuenta conmigo para lo que sea, quiero ayudarlo, pero no puedo cruzar la barrera que me pone cuando cierra la puerta, a menos que me lo permita.  


«Compartir con el doliente cómo hemos vivido otras pérdidas.»  


Lo ya dicho, no puedo comparar su pérdida con alguna mía, cómo... la de mi abuelita, no sé. Además porque no la sufrí demasiado, casi no la conocía.  


Lo que más me hacía sentir impotente, es saber que nada de lo que pueda decir va a aliviar instantáneamente su dolor. Lidió con esta situación junto con su padre y si eso no hizo algún cambio, ¿qué podría hacer yo?  


Cerré la laptop y suspiré fastidiada. Nada de esto me ayudaba, sólo perdía el tiempo. Abrí silenciosamente mi puerta y me acerqué a la suya. Pegué mi oreja a la madera para ver si lograba escuchar algo, pero todo estaba en completo silencio.  


—Quizás siga dormido. 


Llevé una mano a mi barbilla para pensar qué podía hacer. No lo pensé demasiado, agarré mis audífonos junto con un libro, me senté en frente de su puerta y ahí me quedé. No puedo obligarlo a recibir una ayuda que no pidió, pero esta era la única forma que se me ocurrió de demostrarle que estaba ahí, con él, sin violar su espacio personal.  


Horas más tarde, cuando sentí adormecido el trasero, me levanté y mi estómago rugió. Ya era la hora de comer. Teníamos la costumbre de hacer un platillo para los dos y comer juntos en la cocina, pero dudo que quiera ponerse a cocinar ahora.  


Me estiré y bajé.  


—No vas a pasar hambre por esto, chico cabezota —me arremangué.


Hice la que creo era su comida favorita, también me quise poner espléndida con unas galletas y una malteada. Acomodé las cosas en una bandeja y con cuidado de no tirar todo en las escaleras, lo llevé hasta su habitación. Pensé en llamarlo, pero preferí dar un par de golpes y esperar a que saliera.  


Permanecí de pie pacientemente, hasta que un olor a quemado llegó a mi nariz. Abrí los ojos como platos al recordar que la estufa seguía encendida y di pasitos sobre mi lugar al no saber qué hacer. Quería esperar ahí hasta que saliera, pero el olor se hizo aún más fuerte. 


Bajé la charola para dejarla en el suelo, me aseguré de que nada se cayera y salí corriendo a la cocina. Pensé encontrarme con un gran fuego y algo a punto de explotar, pero sólo se había desbordado el líquido de una cacerola. Hice un gesto de dolor al quemarme con el metal cuando intenté apagar la estufa, suspiré aliviada al lograrlo. Abrí las ventanas para que el olor se fuera y empecé a limpiar todo el desastre. Ya había comido algo antes, así que me sentía con las fuerzas suficientes para trabajar.  


Me pasé ahí toda la tarde, el líquido había brincando y ensució más de lo que esperaba, incluido el suelo. No podía dejar una mancha, ni una sola, ¿por qué? Porque Darlene es la que supervisa nuestro trabajo en la casa. Toda la tolerancia que tiene para la mayoría de las cosas, es inversamente proporcional a lo rigurosa que puede llegar a ser con la limpieza, más específicamente con la de la cocina.  




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