Una voz hermosa

19. Amistad en llamas... eso es amor

En serio, ¿por qué la vida conspira para arruinar nuestros planes? 


Se suponía que uno de los dos debía sufrir el castigo del otro, ¡uno! Y ahora resulta que ambos tendremos que pagar los platos rotos gracias a que nuestros últimos intentos de retos han terminado bien embarrados.

 
Inhala y exhala, inhala y exhala... 


El trato era que el que no lograra solucionar todos los acertijos perdería y el que lo hiciera primero ganaba. Dada la dinámica del videojuego, ambos podíamos trabajar en nuestros problemas al mismo tiempo. Íbamos pisándonos los talones continuamente, pero todo valió cacahuate en el desafío final... no pudimos resolverlo. 


Estuvimos veinte minutos trabajando de forma individual, lo cual, ya era bastante raro. Es demasiado tiempo para nuestro acostumbrado ritmo de resolución. 


Al no ver avances, decidimos unir fuerzas, probar con el acertijo del otro, pero todo apuntaba a que era imposible. Avergonzados de nosotros mismos, nos vimos orillados a usar la opción que jamás consideramos como una salida, rendirse. 


Éramos perfectamente capaces de pasar otras dos horas ahí, intentando encontrar algún sentido lógico al problema, pero también éramos perfectamente capaces de lanzar el videojuego muy lejos a causa del estrés. 


Resignados, apretamos ese botón decorado con especial detalle para burlarse de los perdedores o "cobardes". Al hacer esto, el programa te enseña el procedimiento de resolución y solo voy a describir nuestros rostros mientras todo sucedía en la pantalla en dos palabras: Reverenda idiotez.


Me siento mal y culpable de llamarnos así, pero es que... ¡la respuesta era tan ridículamente absurda que nos hizo quedar como dos inexpertos en el tema! Y no había nada de bondad en esta situación, parecía que era nuestra primera vez jugando esto, pero bueno... ¿qué se le va a hacer? 


Nos imaginé quemando el videojuego en la chimenea, pero ya estoy más calmada. Ese desgraciado se va a quedar en el fondo del mueble donde se guardan todos los demás. 


¿Soy capaz de torturar a un objeto inanimado solo por una derrota (¡abismal!) como ésta? Sí. ¿Me siento culpable? No. ¿Ridícula? Tal vez. 


Después de consolarnos mutuamente por la forma en la que nos aplastaron como viles moscas, tocaba hablar sobre el desenlace del asunto. Y así es como llegamos al presente, donde admitimos que debemos cumplir con el trato sellado por un apretón de manos.

 
—¿Cuándo es la función? —pregunté malhumorada. 
Mañana es la primera presentación.
—Mañana... cochino juego —musité. 


Pude continuar con mi mal humor, pero el foco se me encendió. 


—Bueno, ya que no tenemos nada qué hacer me parece justo que cumplas con tu castigo correspondiente.


Abrió los ojos como platos. 


¿Por qué hoy?
—Porque tengo todo lo necesario, porque no tienes algo más importante qué hacer y porque ya lo decidí. 


Me levanté y lo jalé de un brazo. Parecerá broma, pero lo estaba literalmente arrastrando a las escaleras. Se negaba a aceptar, incluso se me escapó un par de veces al esquivar mis intentos por sostenerlo. 


—Cumple con tu castigo.
Esto no debería haber sucedido. Estaba seguro de que iba a ganarte.
—¿Por?
No lo sé... tengo mucha confianza en mi mismo a veces. 


Ya habíamos comenzado a darle vueltas a la mesa de la cocina. 


—La primera vez accediste sin ningún problema.
Me llamó la atención que mencionaste sensaciones de frescura y relajación, además de un buen cuidado para la piel, pero nunca pensé que me ibas a arrancar una ceja. 
—¡Fueron cinco pelitos! 
Arrancados sin previo aviso.


Después de batallar un poco logré alcanzarlo y lo empujé con insistencia hasta mi habitación. Convencer a este cabezota es más difícil de lo que parece, si quiere se vuelve un árbol con raíces firmes y nadie lo mueve de su lugar. Obvio yo ya tengo mis mañas y técnicas, pero aún así es agotador. 


—Vamos, así irás guapo a la función —dije ya emocionada por empezar con la rutina. 
Puedo verme bien sin tener que hacer esto. 


No me queda duda de eso, pero no iba a perder esta oportunidad. 


Sabes que apoyo el gesto de educación referente a las mujeres primero. Hazlo tú, relájate y yo te veo con atención.
—Aprecio y adoro que seas educado, te hace encantador, pero esta vez te cederé el lugar —sonreí con cordialidad "falsa". 


Llegamos hasta mi habitación, lo dejé adentro, me apoyé en el marco y respiré agotada. Parecía marrano agitado. 


—No sé de qué te quejas. Vas a pasar unos agradables minutos con lindos y buenos productos en el rostro, ¡yo voy a terminar con un asunto incómodo en el trasero cuando termine la función! Eso sin mencionar el posible trauma a la oscuridad que me van a generar los múltiples minutos sentada entre el mar de gente. 


Me miró estupefacto. Estoy segura de que entendió mi breve explicación y más le vale, porque no la voy a detallar.  


No lo vas a sufrir sola, yo voy a estar contigo. En cambio, tú no vas a hacer esto ahora.
—Lo hago más seguido de lo que parece, ¿crees que estos bellos dejan de crecer con el simple hecho de desearlo? —señalé mi ceja.


Quiso seguir el debate, pero se resignó al cruzar los brazos y ver hacia otro lado. Ahora resulta... 


Le dije que se recostara mientras iba por lo necesario. 


Mi molestia anterior era parcialmente fingida, no niego que me parece cómico verlo quejarse o resignarse cuando ya no sabe con qué más atacar y tampoco niego que quiero huir de lo que me espera mañana, pero sinceramente, disfruto hacer esto. Es satisfactorio realizar estas rutinas con uno mismo y es mucho mejor con alguien más. 




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