Una voz hermosa

... Las flores crecen en las fisuras y los retazos ensamblan armaduras

Tres meses han pasado desde que llegué aquí. No hay mucho qué contar, solo fiestas y reuniones. Algo que nunca imaginé de esta vida, era la inmensidad de reglas que había, son exhaustivas y molestas hasta cierto punto. 


No me gusta dormir tarde porque desvelarme nunca me ha traído ningún beneficio, pero como si eso fuera una costumbre, me señalaron que después de las diez, nadie debía estar despierto. Y pensar que esa era la hora a la que solían llegar Darlene y James del trabajo. Ya perdí la cuenta de las noches que me la pasé mirando el techo en silencio para intentar conciliar el sueño. 


Salir de casa era algo muy... limitado. ¿Qué tan peligrosa tendría que ser esta ciudad como para necesitar la compañía de cinco guardaespaldas? Entiendo la situación por la que pasó mi familia, pero... ¿no es esto demasiado? 


Me siento vigilada todo el día y ni ganas de hablar me dan con esos hombres gigantescos. Son muy estoicos y serios... 


Para rematar, no me dejaban andar desarreglada en casa. Mi madre siempre ha sido muy elegante, con un porte increíble y nunca vi a mi padre salir de su habitación en pijama o algo parecido. Atravesaban esa puerta y ambos relucían por su apropiada vestimenta. 


Obvio no tardé el cuestionar esto, pero solo me contestaron con un motivo relacionado a la educación. 


«Si alguien decide visitarte debes estar presentable a todas horas, no sabes lo que puede pasar.» 


Se supone que estoy en casa, debería poder vestirme y andar como se me dé la gana, ¿no? 


Intenté ignorar esa ridícula norma, salí de mi habitación recién levantada, sin peinarme ni nada. Tenía hambre y no había ganas de vestirme como la realeza. No fue hasta que una mujer de servicio me vio. Me alcanzó y casi me empujó de regreso a mi habitación. 


—Señorita, no puede salir así. 
—¿Por qué? Solo es una pijama. 


Protestar era inútil, todo se hacía en base a las reglas. A resumidas cuentas, fuera de tener una vida tranquila me veo cada mañana atareada y fastidiada con cosas que nunca imaginé. 


«Siéntate bien» «No comas deprisa» «Recógete ese cabello» «Respeta la etiqueta» «Modera tu tono de voz» 


Amo a mis padres y estoy feliz de poder compartir momentos de nuevo con ellos, pero querían que me adaptara a su modo de vida de inmediato. ¿Tan mal educada me ven? Según yo, soy una persona muy formal y cuidadosa, no veía un motivo por el que me señalaran tantas cosas. Darlene vivió con ellos más tiempo que yo, por eso nada de este mundo le extrañó y logró adaptarse de inmediato. 


Pensaba en todo esto mientras jugaba con un chícharo en mi plato. 


—Amber, no juegues con la comida —dijo mi papá. 


Me detuve en seco. Al no poder soportar más, lo medité un momento, dejé mis cubiertos en la mesa y me levanté. Se supone que no debería hacerlo hasta que todos hubiéramos terminado, pero las reglas de etiqueta eran lo último que me importaba ahora. 


—Nena, ¿no vas a terminar tu comida? —preguntó mi mamá—. ¿Te sientes mal? 
—Quiero acostarme un rato. 


No dije más y abandoné el comedor. Tan pronto llegué a mi habitación me dejé caer en la cama con la cara en la almohada. 


—Amo este lugar, amo mi vida —dije al azotarme contra ella. 


Perdí la cuenta de las horas que pasaron, permanecí recostada con la vista fija en el álbum de fotos. Lo había dejado al lado de mi cama tras terminar de verlo. 


Suspiré y escuché que tocaron la puerta. 


—Espero que no se les haya ocurrido organizar una salida —pensé—. ¿Quién? 
—Yo, Topito —dijo mi hermana. 


La dejé pasar y volví a recostarme. 


—Dime que no hay salida —dije implorante.


Rio y se sentó en la cama. 


—No, no hay nada planeado para hoy. Tampoco vine a decirte que te acuestes con elegancia —respondió burlona. 
—¿Cómo viviste tanto tiempo así? Son métodos exigentes y agotadores.
—No lo son, lo que sucede es que vienes de un lugar con diferentes costumbres. 
—Las que tú me enseñaste.
—Bueno, admito que son muchos detalles que hay que cuidar aquí. Omití muchos de ellos al ver la oportunidad, pero no te eduqué nada mal. 


Me acomodé mejor en la almohada. 


—¿Cómo te sientes?
—¿Respecto a qué?
—A todo esto. No hemos tenido la oportunidad de hablar como antes.
—Me siento irritable... todo es diferente. No creo poder acostumbrarme a esto. 
—Lo harás, créeme, es más fácil de lo que parece. Acabas de llegar y... nuestros padres están encima de ti todo el tiempo, por eso todo te parece fastidioso. 


Asentí al estar completamente de acuerdo. 


—Pero nos aman, si hablas con ellos sobre tus molestias te aseguro que harán lo posible por encontrar una solución. Ambos son muy complacientes y tú aún eres su niña pequeña.
—No hay algo que ellos puedan hacer para ayudarme —dije desanimada. 


Torció la boca pensativa.


—Tienes razón —inclinó la cabeza—. No hay como una pareja, ¿verdad? —me miró de reojo.
—Lo extraño mu... 


Un momento, ¡¿qué?! Me incorporé de inmediato. 


—¿Q-qué dijiste? 


Levantó los hombros en plan de "no lo sé". 


—No es posible...
—Ay, Topito, —apoyó su mano en mi hombro— ¿crees que no lo sabía? 


Reaccioné con asombro y shock. La boca me quería llegar al suelo. 


—¿Qué? —pregunté ida.
—Por dios, Amber, era más que obvio —rio.
—¡¿Qué?!
—Sí. Incluso James lo llegó a pensar antes de que sucediera. 


Al no saber cómo contestar, escondí la cara en la almohada. ¡No es cierto, no es cierto, no es cierto! 


—No sé por qué te avergüenzas, no es nada raro que haya pasado.
—¿Quien te dijo? —dije al descubrirme—. Fue Owen, ¿verdad? Ese greñudo chismoso...
—Nadie me dijo nada. Ya te lo dije, era más que obvio. 




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