26 de marzo de 2017.
“Everything works out in the end” de Kodaline sonaba por tercera vez en la pequeña habitación; estaba más que claro que no había logrado mi cometido y no sabía cómo sentirme al respecto.
Habían pasado seis semanas después de aquello y nadie sabía nada aparentemente.
¿Qué había pasado? No lo sé, ni siquiera yo puedo explicarlo, probablemente el Dios del que tanto renegué me había dado una nueva oportunidad para demostrarme que me había equivocado respecto a él y desde entonces he luchado por mantenerme viva. No tenía idea de qué iba a hacer, pero estaba segura de que algo se me ocurriría con el pasar de los días, comenzaría a vivir, en lugar de solamente sobrevivir.
No podía quedarme toda la vida estancada en la misma mierda.
Mi pobre intento por controlar mis hipidos no estaba resultando, pues poco a poco iban aumentando de volumen, después de leer el mensaje que había revolucionado todo en mi interior.
Lizzie:
Sabes lo mucho que te quiero, eres como una hermana para mí y no quiero verte sufrir más. Me gusta tu valentía, tus ganas de seguir adelante aun cuando todo se te vino abajo en cuestión de horas, admiro tu manera de enfrentar la situación, sabes que sí.
Pero tienes que vivir tu dolor, tienes que dejar que esa herida sane de la mejor manera posible y el ocultarlo solo empeorará las cosas. Yo no tengo idea de todo lo que estás sintiendo ahora mismo y no voy a sermonearte con psicología barata. Solo quiero decirte que aquí estoy para ti y si no me quieres cerca, también lo voy a entender, pero quiero que sepas que no puedes borrar el recuerdo como por arte de magia, así que llora hasta que ya no duela.
Fue su respuesta después de decirle que aprovecharía el haberme quedado sola para llorar toda la tarde antes de meterme a la ducha y al tomar mi móvil, fue lo primero que leí.
Me metí a la ducha después de llegar a la conclusión de que no me servía de nada seguir aparentando estar bien, tenía que vivir mi dolor, llorar y comenzar a sanar. De otra manera, jamás conseguiría ser feliz.
Intentaba calmar los temblores en mi cuerpo, las lágrimas no dejaban de salir y por primera vez, me estaba permitiendo llorar todo lo que me había guardado en las últimas semanas. Por primera vez estaba dejando de lado mi valentía forzada, ya no quería ser fuerte, ya no podía seguir obligando a mi mente a actuar como si nada pasara, porque estaba pasando y mucho más de lo que podía resistir.
Y mis actos anteriores lo demostraban.
Suspiré y cerré los ojos en cuanto me vi al espejo.
No sé qué sentí al ver mi reflejo, la persona frente a mí no se comparaba en nada a la persona que recordaba de seis meses atrás
—¿Quién eres? —mi voz se rompió—. ¿En qué te has convertido, Lyra?
No es que mi aspecto físico hubiese cambiado mucho en las últimas semanas, seguía siendo la misma chica delgada y ojerosa. Sólo me veía un poco más pálida y en mis ojos se notaba el cansancio tanto físico como mental, pero lo que más me dolía ver en la persona que me miraba con asco y añoranza a la vez, era la ausencia del brillo que siempre me había caracterizado sin importar la situación. Mis ojos cafés ya no brillaban de la misma manera en que lo hacía tres meses atrás y eso dolía como el infierno, porque nunca imaginé que todo me iba a afectar de una forma tan extrema.
Aunque era irónico pensar en eso, después de lo que había intentado hacer.
Quise gritar a los cuatro vientos lo mucho que odiaba a la persona que causó todo el desastre en mi vida, pero sabía que eso no haría que el dolor disminuyera.
Lo hecho, hecho estaba y por más que deseara volver en el tiempo para evitar algunas cosas, eso ya no era posible.
Y tenía que aprender a vivir con ello.
Quise llorar, dejar de hacerlo hasta que mis lágrimas se agotaran, pues la chica que una vez las personas vieron con un futuro brillante, solo quería dejar de sentir tanto dolor en su interior. Pero en lugar de eso, me llevé las manos a la cara y sin pretenderlo, comencé a rascar con mucha fuerza mis mejillas.
“Tranquilízate, por favor” repetía en mi mente, sintiendo como mi piel comenzaba a arder y ejerciendo más presión. Pero el arrepentimiento llegó de inmediato y comencé a preguntarme la razón de seguir dañando a mi cuerpo. Sabía que no me serviría de mucho, pero cualquier distracción, como el debate interno era un respiro de aire fresco porque por un momento, mi mente ignoraba lo que dolía en mi interior.
Me concentré en realizar ejercicios de respiración, mis ojos ardían por la cantidad de lágrimas derramadas y mi cabeza comenzaba a doler.
—Sólo quiero dejar de sentir —repetí una y otra vez, hasta que se convirtió en una súplica silenciosa.
«Solo quiero olvidarme de toda esta mierda» repetí como un mantra, sintiendo la pesadez de mi cuerpo y con dificultad logré llegar a mi cama, para acostarme y dejar que el sueño me invadiera.
Al menos lograría dormir por un par de horas y eso significaba dejar de sentir también.
***********
Tres horas después, tras haberme peinado y maquillado un poco, después de despertarme por las ya tan familiares pesadillas, le sonreí débilmente al espejo y aunque no era ni la mitad de lo que en un momento fui, me gustó lo que vi y acepté que tenía que dejar de ignorar esa herida. No era algo que quisiera hacer, porque eso suponía revivir todo lo que mi mente intentaba olvidar y nada sería fácil porque para sanar una herida que no se trató como debería, tenía que abrirla de nuevo.