“Si el otoño tiene algo que lo caracteriza es el caer de sus hojas, el ver como un ciclo ha llegado a su fin, el ver como todo lo que somos o todo lo que queríamos llegar a ser ha cumplido su propósito, el principio del fin, las hojas que caen al llegar otoño solo es el claro ejemplo de como la vida nos dice lo insignificante que podemos llegar a ser con el paso del tiempo…Y esa es la mas cruel de las verdades”—Ember.
Me encontraba transitando en un limbo muy extraño entre no querer olvidar, pero negándome al recordar. Desde que tengo memoria mi mayor miedo no fueron ni los relámpagos, ni las arañas, ni los payasos o cualquier otra “cosa común” de la que la mayoría de las personas prefieren evitarse, mi mayor miedo era y es el paso del tiempo.
Es algo que jamás podremos controlar, jamás podremos evitar, mucho menos detener, me sorprende la temporalidad con la que nos educan, diciéndonos que nada dura, que no es bueno confiar, que ni aquello que más amamos está destinado a acompañarnos toda nuestra vida, que ni el mas puro de los amores o la mas leal de las amistades tiene un final feliz, tiene un final esperanzador.
¿Eso es vida? En lo absoluto. No creo que sea vida el llorar mas de lo que sonríes, no creo que sea vida tener un miedo incontrolable al olvido, no creo que la manera en la que me educaron sea una vida.
Ahora estaba en ese limbo que tanto he odiado, que tanto he aborrecido, aquel limbo donde me aterra el pasar del tiempo y donde el miedo al olvido no me deja respirar tranquila, ese miedo incontrolable que me ha acompañado a lo largo de mi vida, ese miedo que se alimentan con el pasar de los meses, de los días, de las horas, ese miedo de que aquellos que tanto he amado un día decidan simplemente olvidarme.
Lentamente y sin fuerza comencé a abrir mis ojos, pero no me encontraba ni dormida ni despierta, simplemente me encontraba ahí “existiendo”.
Mire al techo la cual había sido mi única compañía en estos últimos días, las penumbras se apoderaban de mi habitación, solo unos cuantos pequeños rayos de sol podían entrar a través de mi ventana, pero no los suficientes para vencer a la cortina que no había abierto semanas.
El silencio estaba en su punto máximo, no podía percibir nada mas allá de mi propia respiración y unos cuantos latidos de mi corazón, un corazón cansando, un corazón lleno de amargura que pareciera que lo único que desea ahora es rendirse.
Estaba sobre mi cama, sentía como una terrible y pesada amargura recorriera mi cuerpo, como si la tristeza de alguna manera se hubiera materializado sobre mí, como si esta me estuviera empujando al punto de la ruptura. No quería ceder, pero necesitaba darle un respiro a mi cuerpo, a mi misma, necesitaba poder liberar algo de mi pesada carga.
Sin previo aviso, mis lagrimas comenzaron a brotar, salían cada vez más, no me resistí, solo dejé que invadieran mi habitación, solo deje que se llevara mi tristeza y si eso no era posible, quería que por lo menos la convirtieran en una amarga melancolía, algo que se me seria más fácil de controlar, mas que por practica que por inteligencia emocional. Lo cual para nada me hacía sentir orgullosa, pero ese fue mi único método de defensa a lo largo de los años, ignorar mi tristeza hasta que sea una amarga melancolía.
Pero la melancolía también es peligrosa, también puede llegar a acabar con tu vida si se lo permites.
Me arrastre de mi habitación al baño y del baño a la cocina. Sabía que debía mas no quería probar algún alimento, tome una manzana, un vaso de jugo de naranja lo cual seria mi desayuno del día, no sabía en que día me encontraba ¿Realmente importaba?
Encendí la televisión no para mirar algún programa, si no para que al menos las voces del otro lado de la pantalla me hicieran menos sola. Aunque en este punto no sabia si era algo posible.
La soledad y la desesperanza me carcomían en lo más profundo de mí, era aún más fuertes de lo que recordaba, es como si pensaras que después de haberte roto tantas veces no podría repetirse de nuevo, sin embargo, puede pasar y aun con mas fuerza. Es como si tu cuerpo encontrar nuevas formas de romperse.
¿Y hasta qué grado es posible? ¿Hasta qué punto de mi vida el romperme dejaría de dolor? O quizás la verdadera pregunta ¿En algún punto dejara de doler?
Pero también sabia el cambio estaba en mí.
Que el sanar se encontraba en mí.
Que el aprender a soltar estaba en mí.
Que el prepararme para una nueva vida estaba en mí.
Y el que el perdonar era un camino largo, doloroso y desafiante perno imposible.
¿Pero dónde podría empezar? ¿Cuál era el camino que debía tomar?
Un recuerdo fugaz se hizo presente en mi mente, no sabia si era algo bueno o algún tipo de señal, tomé mis llaves, sin mirarme al espejo, sin importar mi aspecto, salí dispara de mi hogar con dirección a la calle.
Quería aprovechar este momento de valentía al máximo quizás era mi última oportunidad para salvarme, corría con fuerza, sentía cada uno de los músculos de mis piernas tensarse como si de alguna manera fueran a romperse, le estaba exigiendo a mi cuerpo un rendimiento sobre humano.
El sol estaba en el punto más alto, fue hasta ese momento que me di cuenta cuanto tiempo había pasado en cama, el calor y el sobre esfuerzo me tenían agotada, pero quería llegar ya. Divise la puerta de cristal que tanto anhelaba cruzar, baje la velocidad al estar unos cuantos metros de ella. Entre con brusquedad.