Under My Wings

19-. Más allá

19-. Más allá

Escucho sirenas acercándose a mí.

Siento cómo levantan y mueven mi cuerpo.

El dolor es casi insoportable.

No puedo gritar.

Todo se desvanece.

Ya no siento nada.

De un momento a otro, aparecí en un lugar completamente blanco. Sin techo, paredes ni suelo. Simplemente un espacio vacío. Aunque, muy a lo lejos, podía verse lo que parecía ser una gigantesca estructura de color negro.

—¿Hay alguien allí? —pregunté sin obtener ninguna respuesta; por lo que, lleno de curiosidad, y sin ninguna otra opción aparente, comencé a caminar en dirección a la silueta.

Poco a poco, fui acercándome a ella, hasta notar que se trataba de una enorme reja negra que, para mi sorpresa, se encontraba entreabierta. Al otro lado, podía observar un frondoso bosque bañado por los rayos dorados del sol, atravesado por un largo sendero de tierra que lo recorría por el centro.

Lleno de curiosidad, me aproximé un poco más, quedando a un par de pasos de distancia de la estructura. No sabía lo que pudiera encontrar allí dentro, pero me parecía mucho mejor que quedarme con la duda, así que hice amago de entrar. Sin embargo, una mano se posó en mi hombro, deteniéndome en seco.

—¿Qué se supone que haces? —interrogó la voz de Igmis a mis espaldas.

—Intento cruzar —contesté, girándome en su dirección—. Quizá allá encuentre la manera de volver a casa.

—Me temo que estás equivocado.

—¿A qué te refieres?

—Si entras al reino de Alanna, no hay vuelta atrás —se limitó a responder—. La diosa de la muerte solo da bienvenidas, no despedidas.

—¿Diosa de la muerte? —sentí cómo se me formaba un nudo en el estómago—. ¿Quieres decir que...?

—Si atraviesas esa entrada, todo habrá terminado —me advirtió el sujeto, para luego desvanecerse en medio de una gigantesca bola de fuego rojo.

—¡Espera! ¿Quién demonios es Alanna? ¿Cómo llegué aquí?

Miles de preguntas se formularon en mi cabeza, aunque de inmediato supe que lo mejor sería empezar por alejarme de la reja y volver por donde había venido. No obstante, segundos antes de marcharme, alguien gritó mi nombre.

—¡Chris! ¿Eres tú?

—¿Mamá? —giré la cabeza atónito, y vi que, en efecto, era ella.

—Te he extrañado tanto, cariño —dijo, luchando por contener las lágrimas.

—Yo también te extraño, aún no puedo creer que te hayas ido —bajé la mirada y me mordí el labio inferior—. A veces siento que llegarás a casa de un momento a otro y me regañarás por no haber limpiado en tu ausencia.

—Debería hacerlo, tu cuarto parece un vertedero —sonrió con dulzura.

—Lo sé —le devolví la sonrisa—, pero al menos he conseguido arreglármelas solo.

—Has crecido mucho desde que partí, lamento que haya sido de esta manera.

—No es tu culpa —negué con la cabeza—. Quizá si mi padre no hubiera...

—Edward no tuvo nada que ver con mi muerte —espetó.

—¿Y cómo explicas que él pudiera sobrevivir y tú fallecieras?

—Los accidentes pasan —dijo—. Acababas de cumplir la mayoría de edad, así que íbamos de camino a un bufete de abogados para acordar lo que haríamos al respecto, cuando un camión se saltó la luz roja y nos impactó por el lado derecho —apretó la mandíbula—. Segundos después, desperté en un cuarto blanco frente a una mujer esbelta de cabello negro.

A medida que me contaba la historia, una parte de mí podía sentir que era cierto. Que así había ocurrido todo.

—La mujer se presentó bajo el nombre de Alanna, dijo que era la diosa de la muerte y que venía a darme la bienvenida a su reino —continuó—. Al principio creí que el golpe me había hecho alucinar, pero entonces Alanna me mostró el pasado, el presente y el futuro.

—¿Y qué viste? —inquirí.

—Lo sabrás cuando ocurra —se encogió de hombros—. Solo diré que aún no es tu hora de dejar el mundo terrenal.




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