Under My Wings

27-. Crisis de control

Volví a estar de pie en medio de aquel pasillo blanco, y frente a mí, se encontraba la enorme puerta negra y desvencijada por donde había entrado la última vez, solo que ahora tenía otro letrero que rezaba: "El peor monstruo no es aquel que aparece en tus pesadillas, el peor monstruo convive contigo, y tú lo creaste".

—Te lo dije —espetó una voz a mis espaldas—. Te dije que, si le quitabas ese bozal, tendría el control casi absoluto sobre tu cuerpo.

Al escuchar eso, me giré, y allí estaba Igmis, mirándome de brazos cruzados, con una expresión seria plasmada en su rostro.

—Ahora puedes hacer muy poco para evitarlo —continuó—. Ese tipo es sanguinario, sádico, brutal e impredecible...

—Lo hice por Eve —interrumpí—. Solo quería protegerla.

—¿Protegerla, Chris? ¿Lo dices en serio? ¿Olvidas de quién hablamos?

—Él me dio su palabra de que no la lastimaría —repliqué cabizbajo.

—¿Y le creíste? Ese ser se alimenta de tus sentimientos negativos —gruñó—. Y los tres sabemos que pocas cosas te dañarían tanto como perderla.

Desafortunadamente, estaba en lo cierto. Salvé a Eve de suicidarse, solo para terminar poniéndola en peligro de mí mismo. Bien hecho, campeón.

—¿Cómo puedo detenerlo?

—No podrías echarlo ni con un exorcismo —Igmis negó con la cabeza—. Odio decirlo, pero esta vez nadie puede ayudarte. Estás por tu cuenta, Chris —agregó antes de convertirse en una bola de fuego y desaparecer.

—¡Espera! ¡Vuelve! —supliqué desesperado, pero como era de esperarse, nadie respondió.

Tal vez aún pudiera hacer algo al respecto, ¿o ya era demasiado tarde? No perdía nada por intentarlo, pero sí por rendirme. Aunque si de algo estaba seguro, era de que esta no sería una lucha enteramente física, sino más bien mental.

Dejé de lado esos pensamientos negativos, volví a dirigir la mirada hacia la puerta que tenía en frente, y sin darle más vueltas al asunto, entré.

En seguida, aparecí en uno de los pasillos de la secundaria, cerca de los casilleros, y a unos cuantos metros, caminaba el otro Chris con paso rápido. Al igual que la última vez, unas extrañas marcas negras lo cubrían desde los nudillos hasta el cuello, y sus ojos habían adoptado un brillante color rojo. En definitiva, esto no pintaba nada bien, así que opté por seguirlo de cerca.

Este recorrió el resto de las instalaciones con rapidez y salió con rumbo a la zona deportiva. Rodeó el campo de fútbol, cruzó el área de las piscinas y se detuvo frente a las puertas del gimnasio, que abrieron con un leve empujón.

Tras asegurarse de que nadie lo estuviera siguiendo, cruzó la entrada y cerró detrás de sí. Luego, caminó hacia el centro del lugar, se quitó la camiseta y materializó sus enormes alas.

Después de unos minutos sin hacer absolutamente nada, una de las puertas del gimnasio se abrió con sigilo, y a través de ella, entró Eve. En cuestión de segundos, Chris salió volando a toda velocidad, rodeó la entrada con una gruesa cadena de metal y remató con un candado.

—Ahora eres mía —dijo, posicionándose frente a ella con una sonrisa burlona.

—¿Qué... quieres decir?

—Sabes a qué me refiero, no dejaré que nadie te toque.

De improviso, todas las cosas del lugar comenzaron a levitar varios metros por encima del suelo, y el cuerpo de mi otro yo se vio envuelto en unas gigantescas llamaradas de color negro.

—¿Desde cuándo puedo hacer eso? —murmuré en voz baja, mientras que Eve, como era de esperarse, retrocedía aterrada.

—Por lo que más quieras, no me hagas nada —suplicó ella.

—¿Estás asustada, Valentine? Dime dos motivos por los que te dejaría ir —exigió Taylor, borrando la sonrisa de su rostro.

—Para empezar, tú no eres mi Chris —contestó, armándose de valor.

—Eso no es del todo cierto, pero te dejaré continuar, ¿cuál es tu otra excusa?

—Si te acercas demasiado, tendré que romperte las piernas —lo amenazó, materializando una enorme estalactita en la palma de su mano.

—Vaya, parece que tenemos a una valiente.

—¡Te lo advierto! —gritó la chica, sosteniendo la estalactita con su mano derecha—. ¡Quédate ahí o lo lamentarás!




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